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El BRICS y la búsqueda del mainstream de la política mundial

El BRICS y la búsqueda del mainstream de la política mundial

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Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
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A pesar de reunir un porcentaje relevante del PIB mundial, población y territorio, el BRICS no ha logrado traducir eso en una influencia significativa que compita con el G7. Esto se explica por las profundas diferencias políticas mencionadas entre unos y otros, pero también por los divergentes intereses y posiciones, más allá de compartir un afán genérico por construir un orden distinto. Destaca en ese sentido el antagonismo entre China e India, enfrascados en una disputa fronteriza.


Hace unos días se realizó en Johannesburgo la XV cumbre anual del BRICS, bloque económico y político conformado formalmente en 2008 por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (este país se unió en 2011), aunque ya había un diálogo informal desde el año 2001. La génesis de este grupo se relaciona con la incomodidad de Rusia y China con el predominio absoluto de Estados Unidos tras la caída del bloque soviético y el propósito de buscar coordinar posiciones para contrapesar la influencia norteamericana. Putin, que llevaba poco tiempo gobernando Rusia, y su eterno canciller Lavrov, fueron los que impulsaron tempranamente este mecanismo, al que se sumaron los otros tres países mencionados y posteriormente Sudáfrica.

Desde el inicio estas naciones apostaron a que sus fortalezas (extensos territorios, grandes poblaciones, abundancia de recursos y el tamaño y dinamismo de sus economías) necesariamente les darían mayor incidencia en los asuntos mundiales, pero que ello pasaba por una coordinación permanente.

Siendo la premisa original irrefutable, desde el 2008 han sucedido muchas cosas que han repercutido positiva y negativamente en este bloque y condicionan su influencia global. En materia económica, China e India han acrecentado su peso, mientras los otros tres miembros han retrocedido. El conjunto ha crecido, pero con la brecha referida y, además, sin una evolución lineal evidente, como se proyectaba en su formación. En materia política, el autoritarismo ha ido avanzando en los países del bloque, con Rusia y China con sistemas cada vez más opresivos, mientras India (la mayor democracia del mundo) también se ha erosionado de la mano del primer ministro Modi. Solo Brasil y Sudáfrica se mantienen en la categoría democrática, aunque obviamente no exentos de problemas.

A la dicotomía autoritarismo-democracia se suma el hecho de que uno de los miembros del conglomerado, Rusia, ha iniciado una guerra, atentando directamente contra el sistema que rige el orden mundial desde la Segunda Guerra Mundial.

Aunque pueda no haberse explicitado, no hay dudas de que este grupo busca emular al G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) y competir con él por el predominio mundial.

A pesar de reunir un porcentaje relevante del PIB mundial, población y territorio, el BRICS no ha logrado traducir eso en una influencia significativa que compita con el G7. Esto se explica por las profundas diferencias políticas mencionadas entre unos y otros, pero también por los divergentes intereses y posiciones, más allá de compartir un afán genérico por construir un orden distinto. Destaca en ese sentido el antagonismo entre China e India, enfrascados en una disputa fronteriza.

También, mientras algunos buscan diversificar sus vínculos para cosechar más beneficios e incidir mejor en los asuntos del mundo, como es el caso de Brasil, otros quieren reemplazar la arquitectura internacional, como sería el objetivo de Rusia y China.

En esta cumbre se anunció la incorporación de nuevos integrantes, a saber: Argentina, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Etiopía y Egipto. Se informó también que hay más de 40 otros países que han manifestado su interés por convertirse en miembros.

En el papel es una significativa ampliación y una alentadora perspectiva de crecimiento. Revisemos qué hay tras estas incorporaciones y si ello contribuirá a fortalecer los objetivos del grupo.

Argentina ingresó gracias a un intenso lobby de Brasil, que quería acrecentar la participación latinoamericana (sin afectar su liderazgo, por cierto). Ayudó también su creciente dependencia financiera de China, por lo que a ambos convenía su membresía. Mientras por el lado chino se captaba un estado del G20 con una gran producción agrícola, por el lado argentino se mantiene la cercanía con China y por ende la posibilidad de acudir a su financiamiento en caso de entrar en cesación de pagos.

Esta incorporación se produce a pocos meses antes de un muy probable cambio de signo en Argentina, con las elecciones de octubre. Por eso el apuro de las partes, asumiendo este país la condición plena de miembro a partir del 1 de octubre. Como era de esperar, esto fue criticado por la candidata de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, y deja abierta la posibilidad de un retiro si ganara esa opción (o la de Milei), aunque la variable financiera y su conexión china puede primar. Mientras, para apaciguar las críticas y contentar a la audiencia interna, se dio a conocer que el bloque en adelante se denominará BRICSA (con la “A” final de Argentina).

Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, además de ser grandes productores de energías fósiles, disponen de abultadas billeteras, que son esenciales si se pretende montar un sistema financiero alternativo y reemplazar el Fondo Monetario Internacional. A estos se suma Irán, aumentando así la participación del bloque en la producción mundial de gas y petróleo.

China parece ser el artífice principal de esta incorporación. Recordemos que hace poco medió para que iraníes y sauditas se reconciliaran. En el caso de los sauditas, un interés particular es contar con el apoyo chino para desarrollar centrales nucleares en su territorio (ante la resistencia de Estados Unidos).

Los otros nuevos socios, Egipto y Etiopía, son dos populosos estados africanos, controlando el primero el Canal de Suez, por donde transita un porcentaje muy relevante del comercio marítimo mundial. Egipto ha sido históricamente cercano a Rusia (antes la URSS) y en Etiopía tanto Rusia como China han ayudado al primer ministro Abiy Ahmed Ali a consolidar su poder en la cruenta guerra civil en ese país. Hay que agregar que Egipto es extremadamente dependiente de sus importaciones de alimentos y que la destrucción agrícola de Ucrania lo deja en una situación muy delicada, que podría ser compensada por las exportaciones de grano ruso.

En suma, el BRICS(A) llena titulares de prensa y muestra a sus miembros, particularmente China y Rusia, como una alternativa viable para cambiar el sistema internacional actual y como una opción que ya compite con este.

Sin desmerecer esta ofensiva diplomática y sus actores, que demuestra que hay fuerzas que pujan por definir nuevas reglas y que tienen el peso para hacerlo, creo que el BRICS(A) no tiene la unidad necesaria, al menos por el momento, para convertirse en el mainstream de la política y economía internacional. En este caso las partes no suman realmente lo que son y eso tiene que ver con lo que ya señalé: diferencias de sistemas políticos y de objetivos, además de serios conflictos y desconfianzas entre varios de sus miembros.

Además, los nuevos miembros inclinan la balanza por el lado del autoritarismo y de la violación de los Derechos Humanos, lo que, a pesar de todos los esfuerzos para cambiar este paradigma desde este mismo bloque, sigue pesando como factor de legitimidad en buena parte del mundo, incluyendo al G7.

La verdad es que para una mayoría de sus integrantes, incluyendo a los recién llegados, la motivación para unirse debe verse como una forma de salvaguardar sus intereses, ya que les sitúa en la intersección entre orden internacional vigente y lo que China está intentando implantar. Por lo tanto, no debe entenderse como un movimiento contra el G7, sino más bien como un seguro para un mundo que podría avanzar hacia la coexistencia de dos sistemas (el famoso “desacople”).

Toda ampliación implica siempre un gran desafío para las organizaciones. Habrá que ver qué rol juegan los nuevos miembros y cómo se acomodan las dinámicas internas y si esto va a acentuar las diferencias o, al contrario va a potenciar al bloque.

Por mi lado, como lejano e insignificante observador, pienso que el poder duro no es una amalgama suficiente. Falta animus societatis.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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