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De estallidos y revoluciones: la esperanza salvífica en las constituciones Opinión Cristóbal Escobar/Agencia Uno

De estallidos y revoluciones: la esperanza salvífica en las constituciones

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Pablo Maillet
Por : Pablo Maillet Filósofo y académico
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Latinoamérica debe mucho de su inestabilidad a los ensayos constitucionales, al caudillismo y al populismo. Todo apunta a lo mismo. A una fe, a una mirada salvadora de algún texto o de alguien que nos pueda venir a otorgar la salvación en este infierno en el que muchos creen y dicen vivir.


Aristóteles se preguntaba, en el libro III de La Política, si conviene, después de una revolución, cumplir los compromisos contraídos o romperlos. El acuerdo del 15 de noviembre de 2019 constituyó la forma en que se puso fin a un “estallido social”, como suele decirse más generalmente, en vez de llamarlo directamente “revolución”, que es a lo que apunta Aristóteles. Para el caso es lo mismo. Ese acuerdo fue la salida institucional que encontramos como sociedad para los sucesos del mes anterior y, para muchos, de varios años atrás. Así lo recordarán los historiadores.

Hubo un acuerdo explícito en la mayoría. El tema de si ese acuerdo fue legítimo o no, o si fue una capitulación del Gobierno de Sebastián Piñera, es materia de debate entre los juristas, pero el proceso avanzó. Se realizó un plebiscito de entrada en que la ciudadanía ratificó la idea de generar una nueva Constitución. Luego se inició un proceso que muchos quieren olvidar y que, incluso desde los propios sectores afines, fue a ratos bochornoso. Este proceso con tintes asambleístas culminó con un rechazo rotundo. Luego se inició otro proceso, que no estaba indicado en el acuerdo del 15 de noviembre ni en el plebiscito de entrada.

Algunos apuntaron a una “cocina” entre los partidos. Otros, sin mucho ánimo, siguieron su curso. Muy pocos estaban entusiastas. Esto es curioso, porque en los extremos del abanico político había muy poco apoyo a este segundo proceso constitucional. Se inició. La derecha obtuvo una amplia representación, cuestión que uno puede leer como un castigo al acuerdo partisano, más que un apoyo político a determinado sector. El proceso 2.0, como lo han llamado, ha ido decayendo en apoyo ciudadano y, ahora último, en apoyo político. Críticas incluso desde los sectores de derecha, que es la que ostenta mayor representación de constituyentes. Curioso. El desenlace no lo sabremos hasta el plebiscito de aprobación o rechazo del nuevo texto.

Volviendo a la pregunta de Aristóteles, ¿convendría cumplir el acuerdo que nos sacó de la revolución o estallido social, considerando el sinuoso camino que llevamos recorrido hoy y teniendo en cuenta la crisis económica y el gasto que todos estos procesos conllevan –no solo por sueldos, viáticos, gastos, sino también el gasto que supone el freno de la inversión, nacional y extranjera–?

Es lógico: difícil invertir cuando no se han entregado las reglas generales. Esta pregunta la hace Aristóteles después de haber analizado varias constituciones y a varios legisladores, justo después de preguntarse sobre la relación entre identidad o cultura y Estado o nación. Es decir, ¿puede cambiar un Estado/nación si sigue compuesto por las mismas personas? Y este es el gran tema sobre el que debemos reflexionar.

Hay una esperanza, en el ambiente nacional, desde el llamado estallido social, ese 19 de octubre de 2019, o incluso, para muchos, desde hace 30 años, de que una nueva Constitución podría generar una nueva nación/Estado. Incluso, simbólicamente, la actual Constitución tendrá un problema de legitimidad o simbolismo en su origen. Fue parida en un entorno político-social que para muchos es espurio, por decirlo de alguna manera.

Pero ¿puede una Constitución cambiar nuestras vidas? En algún sentido sí, pues podría ajustar normas generales sobre diversidad de leyes, de salud, educación, pensión, por poner los ejemplos de cuestiones problemáticas a nivel global. ¿Alguien en su sano juicio piensa que una nueva Constitución podría renovar todo, absolutamente todo, como si fuera una palabra divina caída del cielo? Evidentemente no. Nadie en sus cabales. Sin embargo, en ambos procesos que llevamos a la fecha ha habido bastante de esto. Se parecen más a un recetario que a una norma de convivencia social.

En esta esperanza salvífica de la Constitución hay algo que heredamos del constitucionalismo del siglo XVIII, herencia que ingresó en nuestro ADN en el momento de la Independencia, aunque, a decir verdad, no tenemos la sacralidad de nuestro texto fundacional que nuestros hermanos americanos del norte del continente. Acá se ensayan una y otra vez. Latinoamérica debe mucho de su inestabilidad a los ensayos constitucionales, al caudillismo y al populismo. Todo apunta a lo mismo. A una fe, a una mirada salvadora de algún texto o de alguien que nos pueda venir a otorgar la salvación en este infierno en el que muchos creen y dicen vivir.

¿Debemos cumplir la promesa que nos hicimos en medio de una revuelta o revolución? Muchos se han aprovechado, otros lo dicen seria y convencidamente, de que a estas alturas da igual si el pacto del 15 de noviembre del 2019 fue bajo presión o no. La carga simbólica de renacer con una nueva Constitución, hecha en democracia, podría volver a reunir a la familia chilena, a la sociedad chilena, y terminar de sanar heridas de un pasado reciente. ¿No es acaso eso una esperanza salvífica?

Aristóteles se encargó de dejar bien en claro en este libro que los Estados cambian –con sus constituciones–, pero las personas subsisten. Se pregunta si la obediencia a la Constitución transforma a las personas, de modo que, cambiando la Constitución cambian las personas. O bien, las sociedades y sus constituciones se parecen más a un coro que, con los mismos integrantes, es capaz de cantar música triste y alegre, pero sigue siendo la misma sociedad. Tenemos que averiguarlo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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