El ex Presidente Piñera, políticos de derecha e intelectuales y columnistas de la ex Concertación, no consideran las causas y la naturaleza del estallido social. Solo destacan los graves hechos de violencia cometidos por grupos minoritarios contra bienes públicos y privados y Carabineros.
En una de sus columnas en el diario español El País, el destacado historiador español Santos Juliá recordaba la mutación que hubo entre los historiadores y cientistas sociales, cuando consideraron que “el estudio del pasado por, en y para sí mismo no tiene interés alguno. La historia solo vale en la medida en que de ella pueda extraerse algo que nos sirva hoy de alguna utilidad”.
Esta generalización se puede extender a políticos que se empeñan en construir su propia visión del pasado, fabricando una memoria para que la compartan sus partidarios y la opinión pública, con el propósito de acrecentar su capital político y seguir actuando en política.
Dicha generalización me surge tras la lectura de la entrevista que dio el ex Presidente Sebastián Piñera al diario El Mercurio el domingo 15 de octubre, en la cual opinó sobre la coyuntura política y el proceso constituyente, anunciando que trabajará activamente por el “A favor”, y sobre las elecciones presidenciales.
La entrevista ayuda a comprender cómo Piñera reconstruye su historia y en particular su fallido desempeño durante el estallido del 18 octubre de 2019, que marcaría la memoria de los chilenos respecto de su segundo Gobierno, de la cual se quiere apartar.
Dos veces Presidente y el político más importante de la derecha después de Pinochet, aunque descarta aspirar por tercera vez a volver a La Moneda, anuncia su regreso a la política activa, proponiéndose “ser un muy buen expresidente, que significa lograr que Chile Vamos pueda expresarse en plenitud, cumplir su misión y sobre todo, mejorar la calidad de la política”.
Los presidentes dejan legados que se pueden apartar de los objetivos que quisieron alcanzar cuando estuvieron en La Moneda, sin conseguirlos, lo cual define su ubicación en la historia. Piñera se empeña en romper ese pasado, contando su propia versión de la historia, como lo hace en esta ocasión, convencido de ser creíble.
El ex Presidente Piñera, políticos de derecha e intelectuales y columnistas de la ex Concertación, no consideran las causas y la naturaleza del estallido social. Solo destacan los graves hechos de violencia cometidos por grupos minoritarios contra bienes públicos y privados y Carabineros, que actuaron con extrema violencia, causando centenares de heridos. Solo se refieren al “octubrismo” como un fenómeno social que consideran inaceptable.
No quieren reconocer que la sociedad civil despertó, y que se expresó una semana más tarde en una multitudinaria y pacífica manifestación en Santiago, superior a un millón de personas, la más grande desde la campaña del No en el plebiscito de 1988.
Había en la ciudadanía un malestar latente hacia el sistema económico (“el modelo”), ocasionado por los graves abusos de empresas privadas (La Polar, farmacias, pollos, “Confortgate”) y de servicios públicos (Aguas Andinas), las desigualdades en el acceso a la salud y educación, el fracaso de las AFP, la mala distribución de los ingresos, que se sumó a la baja confianza en los partidos, la política y en los empresarios por los casos de financiamiento ilegal de campañas parlamentarias. En pocas palabras, una crisis de legitimidad del sistema económico, que heredaba el pecado original de haber sido impuesto por la dictadura, sin consultar a los afectados, y que teñía un sistema político cuyo legado era una democracia semisoberana, concebida para prolongar “el modelo”.
El 18 de octubre de 2019 Piñera no supo qué hacer. No tomó decisiones, cayó en una parálisis decisoria que provocó un vacío de poder que aumentó la violencia de las minorías que la empleaban. Entrada la noche decretó zona de Estado de Emergencia de la provincia de Santiago, cuya dirección recayó en el general de Ejército Javier Iturriaga. En esos momentos, la violencia se extendía por la capital como reguero de pólvora, con estaciones del Metro incendiadas por activistas enloquecidos, que desbordaron las capacidades de Carabineros.
Desde el Ministerio de Defensa y rodeado de militares, Piñera dio un discurso en el cual planteó que el país “estaba en guerra contra un enemigo poderoso e implacable”, palabras inadecuadas para referirse a la delicada situación y que todavía le penan.
El general Iturriaga debió contradecir al entonces Presidente en la conferencia de prensa que dio la mañana del lunes 21 de octubre. Afirmó: “No estoy en guerra con nadie, soy un hombre feliz”.
Piñera volvió sobre este episodio en la entrevista en El Mercurio. Recordó haber rechazado esas palabras y sostuvo que empleaba a menudo el término “guerra” como un recurso retórico:
“Yo siempre uso mucho la palabra guerra en forma retórica: guerra contra la pobreza, guerra contra la violencia. Por tanto, cuando el general (Iturriaga) dice esas palabras, le manifesté: ‘Usted es el jefe de la Defensa. Yo lo he designado para defender a Chile de un enemigo que está quemándolo todo. Así que creo que tenemos que tomarnos muy en serio la magnitud de la violencia del adversario, del enemigo que estamos enfrentando’”.
Piñera no consideró el hecho de que los militares (y Carabineros, integrados al Ministerio de Defensa durante décadas) lo entienden de otra forma: como un concepto central que orienta su vocación de estar preparados para la guerra si el país es amenazado desde el exterior.
La aclaración del general Iturriaga, que Piñera rechazó ese día, tuvo una consecuencia política positiva: puso límites a una posible acción represiva de los militares, aunque Carabineros parecieron haber seguido al pie de la letra las palabras del Presidente.
El estallido social desnudó las limitaciones de los recursos de liderazgo presidencial y la inteligencia emocional de Piñera. Esta última se refiere a la capacidad para enfrentar situaciones particularmente difíciles y actuar con mesura y decisión. No hacerlo, puede provocar un impacto perjudicial al proceso político y bloquear fortalezas del Mandatario.
Su parálisis decisoria en horas y días críticos se explica porque Piñera no es un político, como los anteriores presidentes chilenos, y no sabe cómo debe actuar en momentos difíciles. Él es un hombre de negocios, que amasó una fortuna en la dictadura transando acciones, desarrollando las tarjetas de crédito y proyectos inmobiliarios. Recién en diciembre de 1989 entró de lleno a la política, cuando fue elegido senador.
Nunca tuvo participación política, ni siquiera en sus años de estudiante de Economía en la Universidad Católica (1968-1971), en los tiempos de la reforma universitaria y la “revolución en libertad” del Presidente Eduardo Frei Montalva, que politizó a estudiantes y académicos.
Al entrar al Senado, Piñera no dejó de ser un hombre de negocios, para dedicarse a la actividad política que desconocía. Por el contrario: continuó la expansión de sus intereses y aumentó su fortuna con esmero, empujado por la convicción de que esta es un recurso fundamental para llegar a ser Presidente de la República. Nunca separó los negocios personales del interés común que debía guiarlo en su actividad parlamentaria, sin plantearse que incurría en graves conflictos de intereses.
Piñera aprovechó al máximo los recursos políticos de que dispuso desde el Senado e incrementó su fortuna en forma exponencial. De los cien millones de dólares en que se estimaba su fortuna en 1989 (Daza y del Solar, 2018), en menos de dos décadas ella se multiplicó en una magnitud inédita en ese breve tiempo, y llegó a bordear los tres mil millones de dólares, por lo que entró como uno de los ocho chilenos del selecto grupo de los billonarios de Forbes.
Piñera no entendió (y sigue sin hacerlo) que la política es una actividad a tiempo completo, una carrera, como argumenta Anthony King (1981), durante la cual se aprenden sus normas formales e informales y se configuran relaciones personales más allá de las diferencias políticas.
En su reconstrucción de la memoria del 18-O esquiva la autocrítica sobre decisiones controvertidas. Por el contrario, critica a exministros, a los servicios de seguridad, a la oposición. Las periodistas que le entrevistan escriben que “(Piñera) vio quebrarse ministros y subsecretarios cuando la calle ardía”, para luego dejar hablar al Mandatario: “No resistieron. Muchos dejaron el gobierno. Yo mantuve la entereza y la fuerza”.
Responsabiliza a los servicios de inteligencia de no haberle advertido antes de la posibilidad de que ocurriera una explosión social como la del 18-O. “Una semana antes del 18 octubre, les pregunté uno por uno: ‘¿Hay algo distinto de los overoles blancos, distinto de los atentados terroristas de la zona sur? ¿Hay algo en materia de riesgo para la seguridad del país y la población que yo como presidente debiera saber?’. Ninguno me advirtió nada”.
Hemos argumentado que Piñera tuvo debilidades al ejercer sus funciones de Jefe de Estado y Jefe de Gobierno que agravaron el conflicto social. Además, no se hizo cargo de la tercera función de los presidentes: liderar la coalición de partidos que lo apoyaban, lo cual significaba preocuparse de conservar sus apoyos electorales para que la acción del Gobierno no quedara interrumpida por el triunfo de la oposición en las próximas elecciones presidenciales. Los presidentes Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Ricardo Lagos se empeñaron y tuvieron éxito, cada uno con su estilo y experiencia, en que la Concertación se mantuviera en el poder durante cuatro gobiernos consecutivos.
Piñera no fue líder de la coalición gobernante. No se preocupó del estado de los partidos de Chile Vamos, que se debilitaron en las elecciones al final de cada uno de sus dos gobiernos, entregando en dos oportunidades la banda presidencial a un candidato de izquierda: en 2014, a la ex Presidenta Michelle Bachelet, candidata de la Nueva Mayoría formada por los partidos de la ex Concertación y el PC, y en 2022, a Gabriel Boric, candidato de Apruebo Dignidad, formada por el Frente Amplio y el PC.
Las derrotas de Chile Vamos en las elecciones presidenciales de 2013 y 2017 fueron aplastantes. En la primera, la abanderada presidencial del sector, Evelyn Matthei, que fue ministra del Trabajo en el primer Gobierno de Piñera, recibió en primera vuelta solo 25% de los votos, siendo aventajada por la ex Presidenta Michelle Bachelet por más de 20 puntos, 46,7%; en segunda vuelta, Matthei alcanzó 37,6% y Bachelet logró un impresionante 62,2%, el mayor porcentaje electoral desde 1989.
En las elecciones parlamentarias de 2013, los candidatos de Chile Vamos tuvieron una grave derrota que permitió a la centroizquierda e izquierda tener, por primera vez desde 1989, mayoría en ambas cámaras. Esto hizo posible que Bachelet impulsara reformas institucionales en educación, tributaria y laboral, antes negadas a los otros presidentes de la Concertación por tener mayoría solo en una de las cámaras.
En las elecciones presidenciales de 2021, el candidato presidencial de Chile Vamos, Sebastián Sichel, exministro de Piñera en su segundo Gobierno, sufrió una aplastante derrota, ubicándose en el cuatro lugar, con 12,8%, y los candidatos de Chile Vamos también fueron golpeados en las elecciones parlamentarias, cayendo del 35% en las 2017 a 20%.
La irrupción de José Antonio Kast y de su partido permitió a la derecha conservar el porcentaje alcanzado en las elecciones parlamentarias de 2017 por RN y la UDI, pero que bajó fuertemente en las del 2021. Ese vacío lo llenó Republicanos, que logró un 10,54%, similar al recibido por RN y la UDI en estos comicios. Este apoyo electoral se expandió en las elecciones del Consejo Constitucional de 2023: los partidos de Chile Vamos eligieron 11 consejeros y los Republicanos el doble, 22, obteniendo un 35,4% de los votos, el porcentaje más alto que obtiene un partido desde 1989.
El cuarto legado está estrechamente vinculado al anterior: Piñera hizo posible el surgimiento de una nueva derecha, bajo el liderazgo de José Antonio Kast, un objetivo para nada buscado por él. Piñera responsabilizó a Kast, candidato presidencial en la primera vuelta de 2017, que recibió 7,9% de los votos, por haberle impedido obtener una alta votación, como lo había logrado en las elecciones de 2009, y tuvo que contar con los votos de Kast para ser elegido Presidente en la segunda vuelta de 2017.
En su entrevista en El Mercurio, el ex Presidente desconoce el éxito de Kast en las elecciones del Consejo Constitucional, dando su apoyo a Evelyn Matthei, “la mejor figura que hoy tenemos en Chile Vamos. Y José Antonio Kast es la mejor figura que tienen los republicanos”.
No se resigna a que Kast esté en primera vuelta, planteando no primarias, sabiendo que este las rechazaría, sino que aspira a “un plebiscito amplio dentro de la centroderecha para escoger nuestro liderazgo presidencial”.
La irrupción de Kast pone fin a la era de Piñera como principal político de la derecha. Es un político de carrera (King, 1981), con amplia experiencia, la que lo separa del ex Mandatario. Nació en 1966 e ingresó al Movimiento Gremial cuando era estudiante de la Universidad Católica, y en 1987 fue su candidato a la presidencia de la FEUC, siendo derrotado en segunda vuelta.
Entró de lleno a la política en 1996, siendo elegido concejal (1996-2000); fue diputado UDI (2002-2018), jefe de bancada (2007, 2008 y 2011), secretario general del partido (2012-2014) y candidato a presidente de esta colectividad en 2008 y 2010, siendo derrotado en ambas ocasiones.
Intentó ser candidato por tercera vez en 2015, pero chocó de nuevo con el veto de los “coroneles”, lo que lo impulsó a renunciar a la UDI y seguir su carrera: formó un nuevo partido y compitió en las elecciones presidenciales de 2017.
Piñera deja un legado de debilitamiento de Chile Vamos y contribuye a que Kast, un político profesional, ocupe el espacio dejado por esa coalición. Los partidos conservadores exitosos tienen organización territorial y autonomía del poder económico (Ziblatt, 2017). Ninguno de estos requisitos cumplió la derecha bajo el liderazgo de Piñera, pues este no fue líder de la coalición de gobierno y él mantuvo una relación directa con el sector financiero.
Más que ignorar el liderazgo de Kast y los republicanos, o caricaturizarlos (“alza de la ultraderecha”), se requiere examinar las causas que llevaron a que la derecha, 50 años después del golpe de Estado, sea la principal fuerza política. Tiene la mayoría en el Consejo Constitucional y pueden ganar la próxima elección presidencial. Sin entrar a calibrar su desempeño en estas semanas, Kast y Republicanos han conseguido un notable éxito político, que llevó a la derecha hasta una posición de liderazgo, favorecida por el desplome de los partidos de la ex Concertación y la extrema debilidad del Gobierno de Gabriel Boric.
Los cuatro legados de Piñera, a saber, su responsabilidad en la magnitud del estallido social, el debilitamiento de la institución de la Presidencia, el desplome de Chile Vamos y el surgimiento de una derecha radical encabezada por Kast, ensombrecen su última Presidencia y lo dejan en la historia como una figura que no alcanzó el nivel de estadista que sí lograron otros de su sector en la historia, por más empeño que ponga en lavar su imagen.