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Las complejidades de un escenario internacional en “permacrisis” (II) Opinión EFE

Las complejidades de un escenario internacional en “permacrisis” (II)

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Mladen Yopo
Por : Mladen Yopo Investigador de Política Global en Universidad SEK
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No estamos ante un mundo dividido en dos bloques estancos como en la Guerra Fría, sino en una plena reconfiguración de alianzas, una que pone a prueba (y quizás finalice) el orden posterior a esta disputa.


Hoy existe una fragmentación cada vez mayor del poder internacional. Sin embargo, más allá de esto, es claro que las características del escenario internacional y el ritmo de la política allí siguen marcados y condicionados desde hace un buen tiempo por la disputa entre las dos superpotencias directa e indirectamente: por ejemplo, el envío de parte de EE.UU. de portaaviones y destructores a Medio Oriente en el actual momento del conflicto palestino-israelí, además de demostrar la alianza estrecha con Israel y disuadir la intervención de terceros, es una demostración de voluntad frente a rivales estratégicos (léase China y Rusia).

Se ha percibido una gran volatilidad en la relación bilateral entre estos colosos, alternando momentos de tensión (en ocasiones de elevada intensidad) y distensión de corta duración. La irrupción de la pandemia constituyó un input adicional (y no menor) que vino a complejizar aún más el panorama entre China y EE.UU., cuyos puntos críticos se han multiplicado y van desde las disputas sobre los globos espía hasta la tecnología de semiconductores, hasta el estatus especial a Taiwán que le concede Washington.

Esteban Actis y Nicolás Creus distinguen varias dimensiones de este megaconflicto. La esfera comercial, por ejemplo, representa solo la punta del iceberg y fue la elegida por la administración Trump para mostrar los dientes y poner de manifiesto su incomodidad con el ascenso chino. Mediante un conjunto de políticas arancelarias y panarancelarias intentó poner un freno al gigante asiático y mostrar los costos de no realizar concesiones en temas ciertamente sensibles.

La respuesta de China no se hizo esperar. Para agosto de 2020 el 60% del comercio bilateral estaba afectado por la guerra comercial. Acá hubo mucho ruido, pero no es necesariamente donde estaban los flancos vitales. Sin embargo, es en la dimensión tecnológica y su proyección en capacidades nacionales donde reside el verdadero trasfondo de la actual disputa, al constituirse en las palancas de poder futuro. En la última década, China logró una convergencia asombrosa con EE.UU., llegando incluso a liderar segmentos importantes de la denominada cuarta revolución industrial, escalando significativamente en las cadenas de agregación de valor y disputando la innovación y el “saber hacer”.

La tecnología 5G, la Inteligencia Artificial y todo lo relativo al manejo y la gestión de datos constituyen el ejemplo más claro para el dominio del poder mundial. Esta es la “madre de todas las batallas” en función de la capacidad de poder, donde prima una lógica de “suma cero” y cualquier concesión se percibe como un paso atrás y un avance para la contraparte.

También resalta la dimensión ideológico-simbólica. De acuerdo a Joseph Nye, en la era de la información triunfará el Estado que sea capaz de contar la mejor historia y, por lo mismo, en las disputas China-EE.UU. las narrativas son un campo importante para el apoyo nacional e internacional. La administración Biden reforzó el componente ideológico y moral para justificar la presión hacia China, asumiendo que los valores de la democracia liberal y la defensa de los DD.HH. son supremos y más atractivos que los que propone el modelo chino. Pero, por otro lado, el gobierno chino muestra la asociación entre autoritarismo y eficiencia como algo exitoso, que ha sacado a cientos de millones de la pobreza y hambre y que opaca a la democracia que hoy vive con sus vaivenes como modelo.

Luego está la latente dimensión militar. Al igual que durante el período de la Guerra Fría, la cuestión definitoria del orden mundial para esta generación es si China y EE.UU. pueden evitar caer en “la trampa de Tucídides”, señala Graham Allison, académico de la Kennedy School de Harvard y autor del libro Con destino a la guerra: ¿es posible que EE.UU. y China escapen de la trampa de Tucídides? La trampa “fue el ascenso de Atenas y fue el temor que eso representó en Esparta lo que hizo que la guerra fuera inevitable”.

Si bien la fuerte interdependencia que aún se mantiene constituye un freno a la materialización de un escenario bélico, también es cierto que el fuerte rearme de las potencias tras la guerra de Ucrania y las tensiones no resueltas (Taiwán, disputas territoriales en el Mar del Sur de China, entre otros temas) pueden provocar errores de cálculo que involuntariamente conduzcan a una escalada peligrosa. Aunque lejana, no se puede descartar esta posibilidad: China en su cara positiva ha dicho que “se debe respetar y salvaguardar la soberanía, la independencia y la integridad territorial de todos los países”, según señaló el canciller Wang Yi en febrero de 2022.

Sin embargo, a la semana siguiente Beijing descartó la preeminencia de estos principios y defendió las acciones de Moscú, en nombre de “preocupaciones legítimas de seguridad” y precisamente “el tema de Taiwán es el núcleo de los intereses fundamentales de China”, de acuerdo a lo expresado por el excanciller Qin Gang en sus conversaciones con el Secretario de Estado Antony Blinken, a mediados de este año.

La esfera financiera y monetaria era considerada un límite en la disputa entre EE.UU. y China, más allá de algunos amagues y pruebas de fuerza. Sin embargo, hoy China está promoviendo el uso de su moneda y las últimas cifras a nivel internacional revelan que el uso del yuan o renminbi se ha duplicado en los intercambios mundiales (del 2 al 4.5%), principalmente con Rusia, Arabia Saudita, Francia, Bangladesh y ahora Argentina y Brasil. El creciente peso de la moneda china en la financiación del comercio, donde los prestamistas otorgan crédito para facilitar el movimiento transfronterizo de bienes, representa una bendición para Pekín en su impulso por acelerar la internacionalización del renminbi, proceso que a la vez supone un desafío para Occidente, que ha tratado de utilizar sanciones del sistema Swift para impedir parte de las transacciones rusas.

China, por otro lado, ha sido prudente en relación con desprenderse de sus tenencias en bonos del tesoro estadounidense y EE.UU. ha sido cauteloso en usar el poder monetario y financiero como arma (por ejemplo, limitando el acceso a su mercado de capitales a empresas chinas), ya que puede minar la confianza en el dólar en el mediano plazo y afectar así su posición privilegiada (en todo caso el dólar ha perdido peso como divisa de reserva global). Claramente, extender la disputa hacia esta dimensión implicaría una “destrucción asegurada” del sistema económico internacional.

No menor es la disputa geopolítica, es decir, por los espacios geográficos de influencia del mundo y que han llegado al espacio ultraterrestre, donde América Latina es parte de ella, ya sea a través de la Ruta de la Seda y en respuesta de la presencia estadounidense en Asia o los ejercicios militares que se desarrollan con EE.UU., como Estrella Austral o Panamax del Comando Sur (Southcom), teniendo presente, aunque sea subliminalmente, una conocida contraparte. La región ha sido desde el siglo XIX un área de influencia de EE.UU. (ahí está la Doctrina Monroe de 1823) y, tras el desarrollo de una política de “viralización pragmática” del gigante asiático y de su reconversión de 1978, y de un cierto abandono de EE.UU., en la actualidad China se ha convertido en el mayor socio comercial de Brasil, Chile y Perú, y el segundo después de EE.UU. para varios otros. La región tiene una serie de recursos atractivos para China en el sector energía, tanto convencional como renovable.

Pero no solamente en el comercio ha logrado el gigante asiático un cierto desplazamiento de EE.UU. (no en el monto global, ya que aún absorbe el 44% de las exportaciones regionales, ocupando México un 80% de ello), ya que para muchos países China es una fuente de financiamiento muy atractiva con préstamos aparentemente no atados al impacto ambiental, corrupción o DD.HH. Entre el 2005 y 2020 la inversión china en infraestructura totalizaba más de US$ 440 mil millones.

Con su retórica de cooperación Sur-Sur, China está cautivando incluso a los antiguos amigos de EE.UU., más aún cuando se ha percibido cierto egoísmo de Estados Unidos y Europa (ej., en el “apartheid vacunatorio”). Sin embargo, no toda esta presencia de China es miel sobre hojuelas con los préstamos o inversiones, como se demuestra en África (se calcula que estas cifras podrían alcanzar los US$ 300.000 millones al 2035), donde ya es el principal socio económico y/o controla toda la logística pesquera con la gestión o ejecución de 60 puertos con la deuda garantizada (es decir, China se queda con la prenda de los países que no pueden pagar).

Algunas reflexiones finales

No estamos ante un mundo dividido en dos bloques estancos como en la Guerra Fría, sino en una plena reconfiguración de alianzas, una que pone a prueba (y quizás finalice) el orden posterior a esta disputa, lo que obliga al resto de actores a resituarse ante las nuevas dinámicas de competición estratégica y de desorden (más que un nuevo orden chino), y buscar espacios propios en una transformación que es global, que en 2023 tiene su epicentro en Europa, pero puede trasladarse pronto al mar de China y/o Taiwán o a otras esferas de las relaciones internacionales o al Medio Oriente después de los últimos acontecimientos.

El concepto de rivalidad ha dejado de ser un tabú. Se asume como el nuevo estado de las relaciones internacionales y, en particular, de la relación entre las grandes potencias. Es cierto que muchos gobiernos preferirían no tener que elegir bandos y poder mantener relaciones fluidas en diferentes con distintos actores, con el propósito de aprovechar las oportunidades que emerjan de dicha competencia y las limitaciones de la contraparte que emerjan, por ejemplo, en el mercado de EE.UU. donde, entre los años 2002 y 2018, la participación china pasó del 9% al 20%, mientras que la de América Latina y El Caribe tuvo un muy leve crecimiento de 17.5% al 18.6%.

Se trata ahora, además de fortalecer y democratizar los marcos de seguridad multilaterales, de llenar los vacíos que se dejan y no traer esta nueva confrontación global desde Europa del Este, Medio Oriente o el Indo-Pacífico al hemisferio occidental. En este sentido, y aunque la respuesta va por participar de alianzas flexibles (transición de las coaliciones), como Vietnam que se ha acercado a los EE.UU. pero necesita del armamento ruso para confrontar a China, los intereses nacionales no son escépticos como tampoco las políticas implementadas para su defensa.

La defensa de la soberanía y autodeterminación, de la solución pacífica de las controversias, de la democracia y los DD.HH., del derecho internacional y del multilateralismo como marco de convivencia, entre otros, no pueden ser transables a ningún costo (principios e intereses son simbióticos). Es seguro también que esta necesaria autonomía a partir de una mayor diversificación (virtud de la política internacional de Chile de los noventas) va a ser inevitablemente puesta a prueba en este mundo en “permacrisis”, y aquí entra la necesaria sinergia regional como respuesta compleja y prospectiva para Chile y la región.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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