Sin desconocer que en ciertos casos esto puede perfectamente ser una opción en un escenario de incertidumbre hidrológica, una solución basada en la naturaleza pasaría por propiciar amplias forestaciones de nuestras cuencas, con las especies adecuadas.
Este año 2023 nos llevó a recordar un viejo aforismo hidrológico: nunca hay que perder de vista la memoria histórica. Y esto se tradujo en un hecho cierto, ya que producto de la megasequía habíamos olvidado que en invierno suele llover con montos e intensidades importantes cada cierto número de años y que, producto de lo mismo, la naturaleza nos recuerda que reocupará los territorios que le pertenecen.
A fines de junio de este año, vimos cómo la circulación en la principal infraestructura vial del país, a la altura de Talca, fue lenta, estrangulada por una sola vía y con atascos que en ciertas horas del día llegaban a ser kilométricos. La causa de esto fueron las crecidas que afectaron a la zona centro sur de Chile los días 30 de junio y 1 de julio, y que impactaron en el puente Lircay N° 1 Oriente, en su estribo sur, estructura vial ubicada sobre la Ruta 5 Sur, dentro de la concesión del tramo Talca-Chillán. Y en septiembre tuvimos una situación similar producto de las intensas lluvias. Pero analicemos la crecida del 30 de junio y la afectación del puente Lircay, porque de ese desastre se pueden sacar conclusiones.
Las primeras conjeturas sacaron una primera derivada muy fácil y recurrente en estos días, es decir, la culpa de esto la tuvo el cambio climático. Y ello se justificaba en el hecho cierto de que, con el ascenso de la isoterma cero, durante determinados eventos de precipitaciones, se verifica una mayor cantidad de lluvia líquida precipitada, generándose un aumento explosivo y muy elevado en el caudal de los cauces. Este caudal incluso superaría los criterios de diseño de la infraestructura existente (que considera para el caso de los puentes de la Ruta 5 períodos de retorno de 200 años).
No obstante, en el puente Lircay que analizamos, la altura del agua no alcanzó la máxima posible. La revancha de 1 metro que por diseño debe quedar entre el nivel máximo de las aguas y la cara inferior de la viga, nunca fue superada, por lo que el problema más bien parece asociado a que el agua no pudo transitar por toda la sección definida para tales efectos, concentrándose el caudal sobre puntos específicos que se vieron sometidos de esta manera a sobrecargas que provocaron su deterioro.
En el mismo contexto y analizando la sección aguas arriba del puente, se advierten muchos elementos ajenos al cauce y que entorpecen su circulación, entre ellos, por ejemplo, restos de una cepa de un puente antiguo, además de un importante volumen de piedra y mortero que se encuentra justo aguas arriba del puente ferroviario y que, si bien posiblemente brindó algún grado de protección a la estructura de la línea férrea, paralelamente actuó como un verdadero espigón que ayudó a conducir las aguas directamente hacia el estribo sur del puente carretero, generando en este punto una solicitación o esfuerzo no considerado en el diseño.
Asimismo, al visitar el lugar, cualquier observador puede apreciar que el cauce del río Lircay está casi por completo tomado por vegetación invasora, principalmente aromos, existiendo al mismo tiempo una importante alteración del lecho en términos geomorfológicos. Dicho de otra manera, es evidente que la gran cantidad de vegetación existente, los sedimentos provenientes de zonas más altas de la cuenca y los múltiples restos de estructuras, escombros y desechos presentes en la caja del río potenciaron la acción destructiva del cauce, reduciendo fuertemente la sección para el paso del agua y concentrando su efecto sobre puntos específicos (como el estribo del puente afectado).
Así, en general, se advierte que el diseño hidrológico del puente ha sido el correcto, pero se echa de menos una adecuada gestión de cauces y riberas para enfrentar eventos extremos, tareas que en el caso particular debiesen ser desarrolladas por el MOP, a través de la empresa concesionaria a cargo del Tramo Talca-Chillán de la Ruta 5 Sur, sobre todo considerando que por contrato se establece que estas entidades deben abordar la mantención de todos los cursos de agua que puedan afectar a alguna de las estructuras de la Ruta, y esto en un tramo comprendido desde 100 metros aguas arriba hasta 100 metros aguas abajo de cada puente, coordinándose además adecuadamente con otros servicios que puedan estar actuando en el área (tal como instruye la Ley 18.575), y siempre cumpliendo con toda la normativa ambiental y sectorial vigente.
Al parecer, en el caso del puente Lircay 1, estas labores de mantención del cauce fallaron y frente a la crecida del caudal fueron un factor preponderante en el colapso y posterior corte de la Ruta 5 Sur, situación a partir de la cual se generó un alto grado de congestión, que se prolongó por lo demás durante varios días y que provocó a su vez un fuerte nivel de molestia en gran parte de los usuarios de la vía, quienes cuestionaron que durante la emergencia se diera continuidad al cobro del peaje sin que la concesionaria prestara el nivel de servicio por el que se estaba pagando.
Pero más allá de las responsabilidades específicas, y pensando en las posibles soluciones a este tipo de problemáticas, que no parecen estar asociadas a los diseños hidrológicos de los puentes, sino que más bien a la gestión de cauces y riberas para enfrentar eventos extremos (que son parte de nuestra geografía hídrica), sumados obviamente a condicionantes que nos entrega el cambio climático, creemos que es de gran relevancia considerar, además de las labores de limpieza y mantención de las cajas de los ríos (que tienen que estar claramente establecidas en términos de competencias, responsabilidades, frecuencia y labores involucradas), lo que Unesco define como soluciones basadas en la naturaleza.
Estas plantean que, en función del acabado conocimiento de cómo actúa el medio natural, podríamos abordar determinados eventos con una mayor capacidad de gestión a partir de la implementación de medidas, acciones y/u obras diseñadas sobre la base del funcionamiento propio del medio ambiente. Pero ¿cómo se logra integrar la gestión de cauces y riberas basada en obras (hidrotecnias) con otra componente fundada en las características ecosistémicas de los ríos y sus cuencas (biotecnias)?
Para dar respuesta a este cuestionamiento de cómo integrar la hidrotecnia con la biotecnia, y así favorecer una mejor gestión de nuestros cauces, es recomendable tener presente la frase que se le atribuye a Leonardo da Vinci y que señala lo siguiente: “Tratándose del agua, acude primero a la experiencia y luego a la razón”. Y en esa experiencia se debe integrar no solo a las obras civiles expresadas en hormigón y acero, sino también al conocimiento ecosistémico de los corredores fluviales, donde la integración de diversas ramas de la ingeniería (civil, hidráulica, hidrológica, forestal, ambiental y otras disciplinas), pudiesen aportar su visión y conseguir propuestas de largo plazo que aseguren la sustentabilidad de las intervenciones humanas en tiempo y territorio, considerando un amplio espectro de variables.
En este marco la solución es integral y no solo a nivel de una sección específica de un determinado cauce. Así, siendo Chile un país montañoso, al caer las precipitaciones estas circulan rápidamente por la pendiente involucrada, y si a esto se suma que la isoterma cero, como producto del cambio climático, está entrando a gran altura, la escorrentía hacia zonas bajas será muy relevante en un lapso corto. Entonces, la solución que se propone es construir embalses para capturar esos importantes volúmenes circulantes, evitando que produzcan efectos negativos en zonas más bajas y favoreciendo una mayor disponibilidad de recursos hídricos en períodos de menor oferta de agua.
Sin desconocer que en ciertos casos esto puede perfectamente ser una opción en un escenario de incertidumbre hidrológica, una solución basada en la naturaleza pasaría por propiciar amplias forestaciones de nuestras cuencas, con las especies adecuadas, considerando que somos un país de clima mediterráneo con lluvias en invierno y donde la vegetación consume muy poco o nada en ese periodo. Entonces la vegetación instaurada podría ejercer un rol de retenedora del agua en zonas altas, propiciando la infiltración del agua en el suelo y recargando los acuíferos, que son los embalses naturales de agua que poseen nuestras cuencas.
Si a esto se suman pequeños diques en quebradas, zanjas de infiltración y canales de desviación de aguas lluvias hacia zonas de inyección (entre otras hidrotecnias), desde la zona alta se estarán reduciendo los volúmenes aportados superficialmente, por una parte, e incrementando las reservas de aguas subterráneas, por otra. Obviamente todo esto en un contexto de información y conocimiento que debe entregar sustento a estas actuaciones técnicas y cuyo éxito depende de la capacidad de conocer e interpretar adecuadamente el funcionamiento de nuestros ecosistemas.
Solo a modo de ejemplo, el estado de Arizona en Estados Unidos trae agua desde el estado de Colorado, ubicado más al norte, aguas que son infiltradas en ciertas zonas para la recarga de acuíferos, que funcionan como los grandes embalses naturales. Cuando preguntamos por qué se usaban estos mecanismos y no se habían construido embalses, la respuesta fue “porque es más caro, posee un mayor impacto ambiental y estos territorios son reservaciones indígenas, que debemos respetar”. En una respuesta se incluían aspectos técnicos, ecosistémicos, estratégicos, de ingeniería y culturales, y todo ello porque había una inversión previa en conocimiento científico y tecnológico, había respeto por las culturas ancestrales y se conocían las soluciones que la naturaleza, la dueña del territorio, había utilizado milenariamente. ¡Seguro que por ahí va el camino!