La minería y la construcción han sido históricamente dominios masculinos, no solo en el número de botas sobre el terreno, sino también en la cultura y las estructuras de poder que definen estos sectores.
Hace unos días, el Servicio Nacional de la Mujer y la Equidad de Género de la Región de Coquimbo me invitó a dar una charla magistral para compartir mi experiencia de trabajo en la academia, investigación, docencia y consultoría en el Encuentro Nacional denominado “Promoviendo la inserción, permanencia y desarrollo de mujeres en espacios laborales masculinizados”.
Cómo las Buenas Prácticas pueden construir un camino de equidad en sectores dominados por hombres.
Desde el primer día que las mujeres pisan un yacimiento minero, saben que su presencia es un desafío a la norma, y no a cualquier norma sino ni más ni menos a la división sexual del trabajo, a los prejuicios, estigmas y estereotipos de género que están en la base de la exclusión de lo femenino de los espacios que tradicionalmente solo han sido ocupados por hombres. La participación femenina en minería es de un 12,7%, mientras que en la construcción es de un 8,7% (Encuesta ENE, cuarto trimestre 2022, INE).
La minería y la construcción han sido históricamente dominios masculinos, no solo en el número de botas sobre el terreno, sino también en la cultura y las estructuras de poder que definen estos sectores. No obstante, mi experiencia trabajando en estas industrias ha revelado que el cambio no solo es posible, sino que está en marcha, y puede ser profundamente transformador.
Todas las mujeres, al iniciar su carrera o su experiencia laboral, se encuentran con los prejuicios habituales: desde la incredulidad ante sus habilidades hasta la subestimación de la resistencia física y capacidades profesionales. Es de vital importancia comprender que esto no debe verse nunca más como un reto individual que las mujeres deben enfrentar solas, porque este es un sistema completo que es desigual, excluyente, discriminador y hay que decirlo: violento. Entonces, ¿cómo podríamos cambiar el sistema?, ¿cómo podríamos introducir prácticas que no solo permitieran la inserción de más mujeres, sino que también garantizaran su permanencia y desarrollo?
Implementar buenas prácticas comienza con la sensibilización y la educación. En mi rol, me he esforzado por abrir canales de diálogo y formación que aborden desde esquemas mentales instalados en el inconsciente hasta los sesgos completamente conscientes, instalando la importancia de la diversidad y la inclusión en el lugar de trabajo. Cambiar la mentalidad siempre es el primer paso crítico. Pasemos a revisar algunas buenas prácticas con equidad de género que en mi experiencia profesional han sido importantísimas para lograr la inserción, desarrollo y permanencia de las mujeres en espacios laborales masculinizados.
Una de las iniciativas más importantes ha sido la creación de programas de mentoría dirigidos a mujeres, ofreciéndoles guía y apoyo de aquellos(as) que habían escalado ya las laderas empinadas de estas industrias. Asimismo, fomentar la formación de redes de mujeres dentro de la empresa, generando espacios seguros para compartir experiencias, éxitos y estrategias para superar obstáculos.
En relación a estas redes y para que no se transformen en guetos, es importante que no tengan barreras de entrada para las mujeres, como pagar altas cuotas de membresía, esto porque al final se transforman en espacios selectos de una elite de mujeres. Las redes deben financiarse, pero no constituir un negocio a costa de las mujeres, porque esto solo perpetúa el sistema.
La adopción de políticas de inclusión que contemplan necesidades específicas de las mujeres, como uniformes y equipo de protección adecuados, instalaciones sanitarias seguras y accesibles, y prácticas laborales flexibles para equilibrar la vida laboral y personal y familiar, son fundamentales para demostrar el compromiso de la empresa con la inclusión.
Es crucial establecer métricas claras para evaluar el avance de la igualdad de género y su progreso en la inclusión de las mujeres y asegurándonos, a la vez, que la alta gerencia o dirección de la empresa sean responsables de alcanzar estos objetivos cuantificables de género. No se trataba simplemente de cumplir con cuotas, sino de crear un ambiente en el que las mujeres no solo pudieran ingresar, sino también prosperar y liderar.
A pesar de los avances, la batalla está lejos de ganarse. La retención sigue siendo un desafío, y las brechas de género en liderazgo y remuneración son persistentes. Sin embargo, cada mujer que se siente empoderada en su trabajo y cada cambio de política que apoya este empoderamiento es un paso adelante.
Mi experiencia me enseñó que el cambio requiere paciencia, persistencia y pasión. Las buenas prácticas son la herramienta, pero el compromiso colectivo es el motor del cambio. La inserción, permanencia y desarrollo de mujeres en la minería y la construcción no solo es una cuestión de equidad: es un imperativo para la innovación, la sostenibilidad y la competitividad de nuestras industrias.
Seguiremos perforando hasta que el terreno rocoso de estas profesiones se transforme en un paisaje donde mujeres y hombres puedan construir juntos, en igualdad de condiciones y oportunidades y, así, florecer.