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La economía del optimismo Opinión

La economía del optimismo

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Bastián Romero
Por : Bastián Romero Economista e investigador de Fundación para el Progreso.
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La segunda semana de noviembre supimos que la inflación de octubre subió menos de lo esperado, lo cual es bueno para nuestros bolsillos, pero, más que un repunte en la economía, eso es más bien un indicador de desaceleración económica por débil demanda.


En septiembre, durante el Foro Global sobre Productividad de la OCDE, el Presidente Boric criticó a los formadores de opinión del país por ser pesimistas sobre la economía chilena. Un mes después, el diputado Vlado Mirosevic cuestionó la intención de algunos economistas que comentan los desafíos económicos de Chile. Y la semana pasada, después de que la actividad económica sorprendiera a todos porque no cayó en septiembre, el ministro Mario Marcel llamó a que no seamos pesimistas.

Pero yo me pregunto: ¿por qué quienes nos gobiernan son tan optimistas, si ni las cifras estructurales –de largo plazo– ni las recientes dan para celebrar?

La productividad –primera turbina del crecimiento económico– está estancada desde 2006 y cayó 2,3% entre 2014 y 2022. Una de las principales causantes de esto, según la Comisión Nacional de Evaluación y Productividad (CNEP), es la “permisología”, cuya torpeza puede tener a proyectos de inversión estancados por más de 10 años en trámites burocráticos. Por otro lado, la inversión –segunda turbina del crecimiento económico– también lleva buen tiempo sin repuntar. La formación bruta de capital fijo se contrajo 2,7% entre 2014 y 2022, mientras que los flujos de inversión extranjera directa cayeron 30% en el mismo período. Ambas reducciones podrían atribuirse, en gran medida, a las reformas “antiempresarios” de Bachelet 2, que aumentaron la incertidumbre económica y pusieron impuestos poco amigables con los inversionistas.

Con sus principales turbinas averiadas, el jet del crecimiento se ralentizó, por lo que desde 2014 nuestra economía solo creció 0,6% anual cuando ajustamos por población. Prácticamente nada.

Más aún, las cifras económicas recientes tampoco respaldan el extraño optimismo de algunos. La segunda semana de noviembre supimos que la inflación de octubre subió menos de lo esperado, lo cual es bueno para nuestros bolsillos, pero, más que un repunte en la economía, eso es más bien un indicador de desaceleración económica por débil demanda. De hecho, la mayoría de los analistas esperaba que la inflación subiera por las presiones alcistas que causó un tipo de cambio más alto (subió 8% en 2 meses). Sin embargo, como lo confirma la nula variación del Imacec de septiembre, la economía está perdiendo impulso.

Lo anterior queda evidenciado aún más con los resultados del Informe de Percepciones de Negocios del Banco Central, que indican que las empresas chilenas perciben un deterioro de sus negocios debido a una demanda débil y a la incertidumbre del escenario político-económico del país, por lo que proyectarían baja inversión y recortes de personal en el futuro cercano.

Suma y sigue: las exportaciones cayeron 6% en el segundo trimestre de 2023; la reducción de la tasa de pobreza que nos mostró la Casen 2022 –tan celebrada por el Gobierno y por el diputado Mirosevic– dejó dudas severas en cuanto a su metodología; los ingresos autónomos de los hogares cayeron 2,6% en los últimos 5 años; la cantidad de avisos laborales por internet lleva 17 meses en cifras anuales negativas; el Banco Mundial y el FMI concuerdan en sus proyecciones de crecimiento nulo para Chile este año; y continuamos sumergidos en un proceso de incertidumbre constitucional que parece no tener fin.

Así pareciera que el optimismo económico solo se siente cuando estás en el Gobierno o de su lado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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