Es decir, el ballotage en la Argentina ya no transcurrirá en el clásico enfrentamiento entre peronismo y antiperonismo, o entre kirchnerismo y antikirchnerismo. Se enfrentan dos especies nuevas, sobre todo la de Milei.
El 19 de noviembre la Argentina elegirá presidente en un proceso de doble vuelta (ballotage) entre el candidato devenido del actual gobierno, Sergio Massa –Unión por la Patria–, y el outsider Javier Milei, creador del partido libertario La Libertad Avanza. Ambos llegaron a esta instancia de manera sorpresiva: Javier Milei como ganador de las Primarias Abiertas (PASO) de agosto, en donde el también ministro de Economía quedó tercero, y Sergio Massa luego de la primera vuelta de octubre, donde se recuperó y quedó primero, desplazando a Milei al segundo lugar y dejando afuera de la contienda a la previamente favorita, Patricia Bullrich, del macrista Juntos por el Cambio.
Sergio Massa es un político ambicioso que viene escalando hace años en la política argentina y al que alguna parte del electorado y alguna prensa tilda de oportunista. En esta escalada, y desde su puesto de ministro de Economía (a pesar de no ser economista), realizó una campaña basándose principalmente en dos cuestiones: por un lado, despegándose del kirchnerismo, básicamente de Cristina Kirchner, por el alto rechazo que tiene en el electorado y, por otro lado, con decisiones económicas que claramente pueden ser tildadas de “distribución de recursos para ganar votos” (en los medios se lo denomina “Plan Platita”).
Javier Milei representa ese fenómeno nuevo, al menos nuevo en convertirse en un jugador competitivo, de la política global, denominado libertarismo. Los denominadores comunes del libertarismo lo constituyen básicamente un ultraliberalismo económico, un individualismo extremo y, sobre todo, una reacción furiosa a las reivindicaciones de las nuevas izquierdas: género, diversidad sexual, multiculturalismo, ambientalismo.
Es decir, el ballotage en la Argentina ya no transcurrirá en el clásico enfrentamiento entre peronismo y antiperonismo, o entre kirchnerismo y antikirchnerismo. Se enfrentan dos especies nuevas, sobre todo la de Milei.
La guerra de encuestas, una guerra que no es una competencia por la veracidad sino signada por el cálculo político, muestra una paridad permanente, algo lógico en un ballotage. El sentido social más extendido piensa, intuye, que una victoria de Milei es casi imposible, pues constituye un salto al vacío que evitará que, más allá de simpatías, afinidades o hartazgo, una parte del electorado termine votando por el mal menor, que es Massa, el cual, cabe señalar, es objeto de desconfianza por ajenos, pero también en parte de los propios. El mismo Máximo Kirchner dicen que ha dicho: “Massa nos va a cagar”.
En lo que coinciden muchos estudios de opinión es en que el voto a Milei es mayoritario, no desproporcionadamente, pero sí en forma clara, entre los hombres más que en las mujeres. Y añaden este dato, que por sí mismo es una fuente de análisis sociológico y político, de que entre las preferencias masculinas por el voto a Milei destacan claramente las diferencias etarias: los más jóvenes (más o menos hasta 35 años) se inclinan mayoritariamente por Milei.
Javier Milei es el outsider que plantea no una antipolítica sino una política donde hay que eliminar todo lo que, entiende, traba las fuerzas individuales, y por ende productivas, del país hace un siglo. Por su parte, Sergio Massa se hizo elegir ministro de Economía en el peor momento económico del país en las últimas dos décadas solo para transformarse en el centro de un gobierno exhausto y debilitado. A pesar de que los indicadores económicos y socioeconómicos empeoraron drásticamente en este último año, efectivamente Massa es la figura central del oficialismo para esta elección.
Massa lleva adelante la campaña del ballotage sabiendo que no tiene resultados políticos para ofrecer y, asesorado en esta parte de la campaña por los exconsultores de Lula, haciendo gala de un discurso mesurado, esperanzador, de cambio (del interior del oficialismo, lo que es decir del kirchnerismo), y convocando a un gobierno de unidad, es decir, compuesto por personas de distintas vertientes políticas.
Milei, que es el emergente del enojo y la furia de quienes no solo están en una mala situación actual sino que carecen de expectativas de futuro –de ahí el voto predominantemente joven a él–, encara este ballotage bajando los niveles de gritos y agresiones de la campaña de la elección de octubre, manteniendo sus posturas centrales y convocando a ampliar su electorado a partir de su alianza con el expresidente Mauricio Macri, alianza forjada por el mismo Macri y que, se supone, puede atraer una porción grande del voto a Juntos por el Cambio de octubre.
Un ballotage, una elección presidencial, de hierro. Uno es el candidato “que quedó”; es decir, ni buscado ni querido por el espacio político que representa, al cual diez años atrás Massa denostó y llamó “corruptos y ñoquis” (término este último que refiere a un empleo estatal ficticio pero con salario para militantes políticos propios).
El otro es un emergente del enojo, sin estructura política ni partido propio, con un personal variopinto desde el cual surgen algunas declaraciones y propósitos entre surrealistas y generadores de temor. La Argentina, en crisis económica y social, encontró de manera casi desmedida su crisis política.