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Milei, la inflación argentina y el dilema de la riqueza agrícola Opinión

Milei, la inflación argentina y el dilema de la riqueza agrícola

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François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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Hay aquí algo como una maldición de la riqueza agrícola. Cuando un país exporta masivamente una materia prima, como cobre (caso de Chile) o petróleo, hay pocos productores y el Gobierno puede asegurarse, mediante royalties o nacionalizaciones, de que al menos una parte de la renta se redistribuya.


Javier Milei anunció la dolarización del país y el cierre del banco central cuando era candidato. Ahora ve las dificultades, tanto porque la Constitución parece prohibirlo en su redacción actual, como porque las reservas de divisas están lejos de bastar para recomprar los pesos de los argentinos.

Pero imaginemos que el proyecto sigue adelante. Bueno, la inflación volverá a estar bajo control, pero no los factores estructurales que la causaron. Lo más probable es que a falta de otras medidas los males del país sigan. Hay que ver tres ilusiones:

1. Creer que Milei es el primero que emprende una terapia de choque “verdadera y definitiva” para el país. Ha habido seis en los últimos 50 años: en 1978, para frenar una oleada de hiperinflación; en 1981, cuando el país dejó de pagar su deuda y se hundió el sistema bancario; en 1985, con el Plan Austral, cuando la inflación alcanzó el 670%; en 1989, con una inflación del 3.000%, que llevó en 1991 a la instauración de un currency board o caja de conversión, es decir, la fijación del tipo de cambio garantizado con dólares de la reserva del banco central; y en 2001, cuando el currency board estalló. Y ahora, con una inflación nuevamente por encima del 150%.

2. Creer que la inflación solo tiene un origen monetario. La inflación es fundamentalmente el resultado de un conflicto interno sobre el reparto del ingreso y solo se detiene cuando los distintos actores se ven obligados a aceptar el resultado. Sin resolver, este conflicto acaba socavando las instituciones, lo que lo agrava aún más.

3. Creer que la dolarización responde a la pregunta. Ciertamente, tiene la ventaja de dar un ancla nominal sólida a la moneda, que contiene la inflación. Y las autoridades parecen más creíbles a la hora de mantener esta “paridad”, ya que, en cierto modo, han quemado sus puentes, puesto que dar marcha atrás significa crear una nueva moneda.

Pero, la dolarización de ninguna manera elimina la política monetaria ni el banco central, como proclama Milei. Solo hace que el país adopte la política monetaria que decide un banco central bien establecido, el de los EE.UU., sin consideración para la situación argentina, cuando las dos economías no tienen nada que ver en sus estructuras.

Esto es muy desaconsejable para una gran economía exportadora de materias primas y, por tanto, sujeta a choques externos. Amplificaría el ciclo económico. Hoy en día, si los precios de las materias primas, como la soja, bajan en el mercado mundial, hay habitualmente une subida del dólar frente al peso que limita el efecto sobre el poder adquisitivo local. También al revés, si los precios en dólares suben (Chile se beneficia de este efecto para sus exportaciones de cobre). El efecto estabilizador desaparece con la dolarización.

Es siempre con el tiempo cuando aparece el verdadero problema. El corsé de hierro de la adopción del dólar no garantiza que, como demuestra la historia moderna del país, podamos evitar una lenta pero tenaz erosión de la competitividad de los precios internos en relación con los precios internacionales, es decir, de los términos de intercambio. Esto introduce un poderoso freno al crecimiento del país (pero no para la fortaleza de su sector agrícola, dado que se trata de materias primas en dólares).

Lo observamos en Ecuador: el ingreso per cápita era dos tercios del de Argentina cuando se dolarizó en 2001; hoy es solo la mitad. Esto fue también lo que provocó la ruptura del currency board argentino en 2001. En Europa, lo vimos con Italia en los años que siguieron a la introducción del euro (¡una moneda externa!) en 2000: de repente, el país se vio obligado a disciplinar sus costos, lo que la práctica de las relaciones sociales en la fijación de salarios y precios no permitía. Su crecimiento ha ido a la zaga desde entonces.

La crisis recurrente de Argentina es política

Argentina tiene una tasa de pobreza importante, pero dista mucho de estar empobrecida en su conjunto. El ingreso medio per cápita (en paridad de poder adquisitivo) es ciertamente inferior (en un 14%) a la de Chile, pero es un 33% por encima del de Brasil, mientras que el nivel era más o menos el mismo en los tres países hace 20 años. Pero existen conflictos de reparto muy difíciles de resolver. Esto se remonta al menos a un siglo atrás, cuando surgió una industria en la región de Buenos Aires. El peronismo reforzó esta política, con una industria protegida de los mercados internacionales y poco competitiva en general. Cabe señalar este caso muy raro en el mundo: la productividad del trabajo en la industria es muy inferior a la del sector agrícola, en una proporción de 1 a 10.

De hecho, con sus tierras muy fértiles, la agricultura es uno de los puntos fuertes del país. Representa dos tercios de sus exportaciones (un tercio es ls de la soja). Es altamente productiva, con cerca de 300 mil explotaciones, cuyo tamaño medio se acerca a las 600 ha. Su peso político nunca ha sido cuestionado, salvo en el momento de la reforma agraria iniciada por Perón en los años 50, rápidamente abortada. El sector está relativamente protegido de la inflación interna: sus ingresos son en dólares, con el mecanismo de estabilización antes mencionado.

Así, pues, los trabajadores del sector industrial intentan contener la erosión real de sus salarios, las empresas intentan contener la erosión de sus beneficios, la clase agrícola intenta no devolver la renta agraria al país, y el Gobierno está satisfecho con la inflación porque reduce la carga de la deuda pública y, por tanto, su largueza electoral.

Hay aquí algo como una maldición de la riqueza agrícola. Cuando un país exporta masivamente una materia prima como el cobre (caso de Chile) o el petróleo, hay pocos productores y el Gobierno puede asegurarse, mediante royalties o nacionalizaciones, de que al menos una parte de la renta se redistribuya internamente. Con 300 mil agricultores bien organizados, esa redistribución es más difícil. La clave de la hegemonía política del peronismo, que es a la vez populismo de derecha y de izquierda, ha sido su capacidad para contener socialmente los conflictos latentes, sin querer o poder resolverlos en sustancia. La inflación fue la vía de escape conveniente.

Queda por ver cómo será capaz Milei de resolver este conflicto, que vemos es más político que monetario. La motosierra que blandió como candidato para denunciar el estancamiento puede haberle hecho ganar las elecciones. ¿La dejará de lado antes de discutir el destino del peso? ¿O la utilizará para resolver el conflicto de reparto, y en detrimento de quién? ¿O tendremos una séptima, y por supuesto “definitiva”, terapia de choque dentro de unos años?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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