Las transformaciones severas en nuestros ecosistemas y hábitats, resultado de un consumo de recursos que ha superado los límites planetarios, nos enfrentan a un punto de no retorno.
En el actual escenario de cambios globales, la urgencia de abordar el cambio climático y preservar nuestro paisaje cultural y patrimonio se vuelve imperativa; la aceleración en la implementación de acciones para reducir las emisiones de carbono global se convierte en un deber ineludible. Las transformaciones severas en nuestros ecosistemas y hábitats, resultado de un consumo de recursos que ha superado los límites planetarios, nos enfrentan a un punto de no retorno. Solo a través de la mitigación y adaptación, podemos aspirar a construir un presente resiliente, ya que relativizar la acción climática no es una opción viable.
La evidencia existente plantea la necesidad de reflexionar sobre la capacidad de renovación de los recursos, su uso y la estimación de su proyección considerando el aumento de la temperatura causado por el calentamiento global. La relación es concreta respecto de la urgencia: en los últimos 50 años hemos consumido más recursos que en los 2.000 años anteriores de desarrollo humano. La gravedad del escenario obliga a ejecutar acciones globales mediante la cooperación y el compromiso internacional; se reconoce que el cambio climático es un problema universal que exige acciones transversales, independientemente del desarrollo de los países, lo que ha incentivado a que Chile se haya sumado a estos compromisos vinculantes, y asuma responsabilidades legislativas dentro de la Ley Marco N.º 21.455 de Cambio Climático.
Chile es un territorio extremadamente frágil y vulnerable al cambio climático, cumpliendo con la mayoría de los criterios de vulnerabilidad según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Lo anterior es relevante, sumado la recurrencia de desastres naturales en nuestro país, eventos que además desencadenan otros procesos de efecto cascada. Su mitigación demanda una respuesta multidisciplinaria y consciente en la creación, revisión y activación de políticas públicas intersectoriales. El aumento observado de la vulnerabilidad de espacios y hábitats productivos asociada a la planificación y ordenamiento territorial incide directamente en la fragilidad y abandono del espacio habitado/intervenido.
Así y considerando, la necesidad de converger hacia dinámicas que colectivamente contribuyan a crear condiciones que reduzcan las vulnerabilidades de los hábitats construidos y reconozcan su vocación territorial en la estabilidad de su uso y desuso productivo, surge la posibilidad de re-mirar lo tradicional, las respuestas que una sociedad orgánica “organizó”, previo a la sociedad industrial, las denominadas arquitecturas locales.
Estas manifestaciones propias expresan modos de habitar colectivos y también relaciones recíprocas entre el contexto productivo y su matriz biofísica, que se representan ineludiblemente como parte de un sistema de prácticas culturales. De este modo, los ámbitos posibles de comprensión de esas variables relacionales pudiesen relevar experiencias de vida significativas, persistentes y resilientes en los territorios, asumiendo -muchas veces- una forma material modesta y austera o casi invisibilizada. Estas arquitecturas de carácter rural, materializadas a través de sistemas consolidados de producción y que denotan distintas maneras de dominio posibles de esos territorios, frecuentemente en nuestro país se emplazan en espacios sometidos a condiciones de vulnerabilidad y fragilidad, no obstante, ancladas a un modelo de persistencia cultural, son capaces de adaptarse y redefinirse aún en una condición de riesgo.
La exigencia social de la sostenibilidad es indiscutible, es necesaria y aborda desafíos amplios en términos de la gestión integral de un territorio habitado desde tiempos prehispánicos; esa reflexión es parte de una experiencia vital que tenemos la responsabilidad de evidenciar, no solo desde las manifestaciones arquitectónicas si no que de los procesos que determinaron su instalación e intervención en un espacio, transformándolo en productivo.
Evidenciar las relaciones resilientes en nuestros tejidos sociales y territoriales, como los que caracterizan las regiones sur australes con sus sistemas de agua a través de paisajes culturales de cuencas, nos ofrece una perspectiva de comprensión situada del impacto multidimensional del cambio climático en los hábitats construidos; estos casos, más que simples estudios de mitigación y adaptación, representan la manifestación tangible de una conexión consciente del impacto que se produce y de la convicción de que ninguna intervención tiene consecuencias aisladas. Mantener esta condición de análisis y reflexión interdisciplinaria es esencial para no perder de vista nuestra responsabilidad como sociedad.