El apoyo a la causa palestina es una cuestión de valores políticos y morales, no de filiación étnica o racial. Mi impresión, pero no puedo estar seguro, es que esto el “compañero Jadue” también lo sabe.
Daniel Jadue no es tan ignorante de la historia de su propio partido, ni tampoco de la mejor tradición del comunismo internacional, como para necesitar que le recuerden los nombres, obras y trayectorias de los miles de judíos de izquierda que han dedicado su vida a varias de las causas más nobles de la humanidad.
Por ello, a pesar de sus buenas intenciones, y por importantes que sean para que otros aprendan una historia que no conocen, las distintas cartas y declaraciones que le “recuerdan” al alcalde la importancia del judaísmo chileno en la historia de su propio partido cometen un error de omisión. Incluso, y evidentemente sin quererlo, terminan reforzando los mismos prejuicios que el alcalde promueve.
Estas declaraciones políticas, incluida la de Jadue, no son afirmaciones sobre la verdad o falsedad de un hecho. Por el contrario, son intervenciones en la esfera pública con miras a conseguir un objetivo concreto entre partidarios, adversarios, así como entre quienes observan a la distancia, pero con interés, un conflicto global.
Respecto de sus partidarios, el objetivo de las declaraciones del alcalde es fácil de comprender: en el contexto internacional, la causa palestina es el gran símbolo del antiimperialismo internacional. Desde el fin de la guerra de Vietnam a mediados de la década de los 70, el antiimperialismo occidental hizo suya la bandera de la “liberación palestina”, entre otras cosas, porque esa era posiblemente la única causa respecto de la cual había acuerdo entre la izquierda no-soviética en Occidente y la política oficial de la Unión Soviética. Ser de izquierda en política internacional, durante los últimos 50 años, es sinónimo de apoyar la causa palestina. Toda la ideología de Israel como un Estado colonizador, el sionismo como un movimiento racista, y los judíos del mundo como parte de una conflagración internacional dedicada a mantener su estatus de pueblo “excepcional”, forman parte de una misma matriz antisemita que el antiimperialismo ha venido haciendo suya durante medio siglo.
Respecto de los adversarios, el objetivo de la intervención del alcalde es más sutil. Jadue no necesita que le recuerden que “hay” judíos de izquierda. Lo que él busca, como parte del pensamiento antisemita más tradicional, es crear una división entre judíos “buenos” y judíos “malos”. De ambos había ya en la cristiandad medieval: mientras los buenos decidieron convertirse al catolicismo –por miedo, convicción o estrategia, lo mismo da–, los segundos mantuvieron obtusamente sus prácticas religiosas.
Los hubo también a contar de la segunda mitad siglo XIX: judíos buenos que abrazaron la causa de sus naciones –y eligieron ser alemanes, franceses o chilenos– y judíos malos para quienes la identificación nacional se mantuvo como una cuestión problemática, ambivalente. En el siglo XXI, esta separación toma la forma de los judíos buenos que son capaces de ir contra su propio judaísmo –tanto que incluso pueden llegar a “ser de izquierda” y abrazar los valores universales de los derechos humanos, incluida la causa palestina– y los judíos malos que, como en el fondo no son más que judíos, no pueden sino tener creencias “supremacistas”.
Lamentablemente, en esta discusión, la legítima causa de un pueblo que vive hace ya demasiado tiempo en condiciones de ocupación, si aparece, lo hace en un lugar muy rezagado. El apoyo a la causa palestina es una cuestión de valores políticos y morales, no de filiación étnica o racial. Mi impresión, pero no puedo estar seguro, es que esto el “compañero Jadue” también lo sabe. Su predilección por el racismo antisemita no tiene nada que ver con abrazar los valores que, justamente, hacen injustificable la terrible situación actual en la zona.