La preservación del entorno natural de Chile y la conciencia sobre la importancia de la sostenibilidad se tornan cruciales para el bienestar del país. Un genuino chileno no comprometería el ecosistema en aras del lucro, comprendiendo la necesidad de salvaguardar los recursos naturales.
A raíz de las declaraciones formuladas en noviembre del año pasado por la expresidenta del Consejo Constitucional, Beatriz Hevia, respecto de los “verdaderos chilenos”, haciendo referencia a un periódico del norte de Chile (La Bandera Tricolor) datado en 1833, surge la interrogante sobre qué implica ser genuinamente chileno.
Este análisis no es carente de complejidad, ya que la concepción de patria parece abordarse de manera tangencial en los discursos políticos, sin recibir la consideración que su esencia requiere. En un contexto político marcado por la descalificación y la polarización entre las élites políticas, así como por la desconfianza de la ciudadanía hacia sus representantes, se vuelve imperativo contar con elementos cohesionadores que propicien la unidad nacional en torno a valores compartidos.
Es evidente que los “verdaderos chilenos” no se reducen simplemente a aquellos que respaldan posturas antiizquierdistas, favorecen a las clases altas, defienden la liberalización del mercado y poseen conocimiento acerca de la historia y la cultura de Chile, además de manifestar amor y respeto por la bandera y los símbolos nacionales. Es pertinente ampliar y resaltar otros aspectos que enriquezcan esta noción de autenticidad chilena.
En este sentido, sostengo en esta columna la importancia de considerar el respeto por la diversidad como un criterio fundamental. Un “verdadero chileno” debería apreciar y respetar las diversas perspectivas y contribuciones de todos los ciudadanos, desde Arica hasta Magallanes, de la cordillera al mar (pues Santiago no constituye la totalidad de Chile). Asimismo, destaco la participación cívica como elemento esencial. La involucración activa en la vida política, expresada a través del voto en elecciones, la información sobre asuntos públicos y la participación en debates constructivos, contribuyen al desarrollo y la salud democrática, erigiéndose como una característica distintiva de quienes pueden considerarse “verdaderos chilenos”.
La preservación del entorno natural de Chile y la conciencia sobre la importancia de la sostenibilidad se tornan cruciales para el bienestar del país. Un genuino chileno no comprometería el ecosistema en aras del lucro, comprendiendo la necesidad de salvaguardar los recursos naturales. En paralelo, destaco la relevancia de la educación y el desarrollo personal. La búsqueda del conocimiento y el crecimiento personal no solo beneficia al individuo, sino que también contribuye al progreso del país. Es esencial que los estudiantes en las universidades comprendan que su desarrollo personal repercute directamente en el crecimiento de la nación, trascendiendo la mera búsqueda de ganancias económicas.
La solidaridad y la ayuda mutua son aspectos que contribuyen al bienestar de la sociedad chilena. La preocupación por el prójimo y la participación en acciones beneficiosas para la comunidad definen a aquellos que pueden considerarse auténticos chilenos. Además, la defensa y promoción de valores democráticos, el respeto a los derechos humanos, la libertad de expresión y la igualdad constituyen pilares fundamentales para el bienestar de Chile.
El cumplimiento de las responsabilidades cívicas y legales emerge como un imperativo crucial para el eficiente desenvolvimiento de las instituciones y, primordialmente, para salvaguardar la armonía y estabilidad de la nación. Lamentablemente, en esta esfera, se percibe una falta de correspondencia con las expectativas depositadas en políticos y empresarios. En última instancia, la reverencia hacia los símbolos patrios, tales como la bandera y el himno nacional, se erige como una manifestación concreta de afecto hacia la patria. La propuesta efímera de un convencional, en determinado momento, de modificar el nombre de la composición nacional constituyó un error significativo, desacreditando así un movimiento que aspiraba a transformar la nación a lo largo de varios años. Los símbolos nacionales, por ende, ostentan un carácter tangible de amor por el país, una lección que la izquierda radical debería internalizar, considerando que términos como patria, bandera o himno no connotan necesariamente un correlato con el “fascismo” (término de amplia ambigüedad semántica), a pesar de que algunos aún no hayan captado esta premisa.
En conclusión, los “verdaderos chilenos” no se cierran a críticas constructivas ni ignoran los desafíos que enfrenta Chile, sino que se comprometen activamente en la construcción de un futuro mejor para todos los ciudadanos. No deberíamos esperar a que un extranjero resalte las virtudes del corazón de Chile.