Esto, además, desvirtúa nuevamente y de manera contundente la existencia de una mítica Zona de Paz en Sudamérica, en cuyo mérito se habría descartado definitivamente el empleo de medios militares entre los actores regionales.
Los hechos son conocidos, los precedentes regionales y globales y las similitudes históricas, también. Aunque al escribirse estas líneas la crisis del Esequibo continúa evolucionando, es posible avizorar algunas cuestiones de relevancia estratégica local, tanto en sede doctrinal cuanto en el plano político.
Desde luego, la crisis –en la forma que la ha planteado Venezuela– parece tener un origen fuertemente doméstico. La dinámica de la acción sugiere una intención de Caracas de crear una crisis internacional para un fin de política interna. Por cierto, este es un recurso conocido y utilizado tanto antaño como en la actualidad, en la región y más allá: un escenario similar llevó a la Junta Militar Argentina a iniciar el Conflicto del Atlántico Sur en 1982 y, hoy día, la mayoría de los analistas está conteste en que el reciente cambio en el planteamiento estratégico de Kim Jong-un –una reunificación por la fuerza de la Península de Corea, incluso con el empleo de armas nucleares y la puesta en alerta de sus fuerzas militares para tal fin–, aunque tenga mucho de bravata, está destinado principalmente al consumo interno. Ejemplos similares hay muchos en la historia política internacional.
Pero el origen de la crisis no se agota en la política doméstica venezolana. El descubrimiento de importantes depósitos de hidrocarburos y gasíferos en el Esequibo y especialmente en sus aguas territoriales, y las concesiones extendidas por Guyana a empresas extranjeras para su explotación, han sido un factor igualmente relevante en la actitud de Caracas, lo que da una perspectiva geopolítica más amplia al asunto.
Más allá de su origen, desde la óptica de los estudios estratégicos hay asuntos relevantes que ponderar en la crisis. El primero es quizás la reafirmación del concepto de “Disuasión Extendida” o “Disuasión por un Tercer Actor”, es decir, en los términos planteados por Huth, el efecto disuasivo que produce un tercer país que desea evitar una agresión a un estado aliado o, al menos, a un país amigo de menor estatura estratégica. La Disuasión Extendida puede emplear múltiples mecanismos: apoyos verbales, acciones diplomáticas, aprestos militares, desplazamientos de fuerzas. Todo dependerá de la situación.
En la crisis de Esequibo, Gran Bretaña ha ejercido esta forma de disuasión en favor de Guyana, utilizando tanto acciones diplomáticas cuanto medidas militares. La visita a Georgetown de David Rutley, secretario de Estado del Parlamento para las Américas y el Caribe, y su declaración de apoyo, fueron medidas políticas. El despliegue del HMS Trent respondió a la modalidad militar. Aunque no se trata de un buque de combate propiamente tal –es un OPV diseñado para patrullajes y operaciones antiterroristas y antipiratería–, el mensaje fue político y, más allá de la retórica de Caracas, ambas acciones de Londres han tenido efecto en reducir las probabilidades de uso de la fuerza por Venezuela. Algo similar se advierte en el despliegue de tropas brasileñas a la frontera, en cuanto apoyo directo a las iniciativas diplomáticas de la Administración de Lula. De paso, las actividades del HMS Trent reforzaron sutilmente la importancia de la presencia de actores extrarregionales en las ecuaciones estratégicas locales.
En segundo término, esta crisis perfila, una vez más, que la posibilidad de uso de la fuerza en la región sigue vigente y que los conflictos limítrofes o geopolíticos se mantienen, ora explícitos, ora silentes, pero siempre presentes y con posibilidades reales de manifestación. Esto, además, desvirtúa nuevamente y de manera contundente la existencia de una mítica Zona de Paz en Sudamérica, en cuyo mérito se habría descartado definitivamente el empleo de medios militares entre los actores regionales. Esta constituye un asunto de especial trascendencia, porque valora las miradas sustentadas en la realpolitik sobre los escenarios estratégicos locales e impulsa –o debe facilitar– la adopción de políticas sustentadas en sus principios.
Una tercera cuestión que surge en la actual crisis, asociado a lo anterior, es la inexistencia de un sistema de seguridad regional que permita abordar los conflictos interestatales locales. Existen mecanismos bilaterales entre algunos países, mas no una estructura regional institucionalizada, lo que, de paso, refuerza el carácter ficticio de la pretendida Zona de Paz. El Consejo de Defensa Suramericano nunca logró solidez institucional y se extinguió silenciosamente junto con Unasur, de la cual era uno de sus componentes. Es efectivo que existe el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, el TIAR, pero se trata de un instrumento propio de la Guerra Fría, obsoleto y disfuncional a las realidades de seguridad regional y que subsiste solo por inercia diplomática.
En cuarto lugar, esta crisis se desarrolla en un momento de especial complejidad e incertidumbre en la seguridad internacional, uno de los periodos más violentos desde la Segunda Guerra Mundial. Naturalmente, el fenómeno es conocido y ha sido ampliamente estudiado. Desde la crisis de la Renania y aún antes, la existencia de conflictos mayores ha facilitado, directa o indirectamente, el surgimiento de otros, en los términos analizados por Kalevi Holsti y varios otros autores. Además, las confrontaciones actuales han reflejado la virtual impotencia de los organismos internacionales, especialmente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, así como los límites del Derecho Internacional. Esto es especialmente complejo para muchas potencias medianas que orientan su política exterior en términos de la vigencia y el respeto al Derecho Internacional. Chile se cuenta entre estas.
En síntesis, la crisis del Esequibo, cualquiera sea su eventual desenlace, ha puesto de relieve que los escenarios de seguridad regional se mantienen en lógicas realistas y que están afectados por los fenómenos holísticos de la seguridad internacional que se evidencian en Ucrania, en el Medio Oriente, en la Región del Golfo, en el Cuerno de África y en Asia Oriental.
Naturalmente, todo esto tiene relevancia para Chile. Por lo pronto viene en desvirtuar, una vez más, la idea de una Zona de Paz regional. Al mismo tiempo, proporciona sustento a los acuerdos básicos en torno a la seguridad externa del país que se han acuñado progresivamente desde el decenio de los 90 y que se han manifestado en los Libros de la Defensa y en la Política de Defensa Nacional actualmente vigente. Las realidades de la seguridad internacional, tanto regionales cuanto globales, hacen imperativo que estos consensos se mantengan, especialmente en torno a la permanencia de la disuasión como la actitud estratégica fundamental de la Política de Defensa, en cuanto garantía de la seguridad externa de la República.