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Caso Zalaquett en seis escenas: desafiando la inteligencia de los chilenos Opinión Pablo Vera/AgenciaUno

Caso Zalaquett en seis escenas: desafiando la inteligencia de los chilenos

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Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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¿No se darán cuenta de que los chilenos somos bastante menos ingenuos como para tragarnos explicaciones como esa de que no recuerdan quiénes asistían a los encuentros, que no sabían quién era Zalaquett o que las reuniones eran “fuera de horario”?


Escena uno: “No sé quién es”. María Heloísa Juana Rojas Corradi, conocida como Maisa, es una destacada científica de larga trayectoria académica. Su currículo es sorprendente. Profesora de Geofísica, coordinadora del Comité Científico Asesor de Cambio Climático, coordinadora del Comité Científico de la COP25, doctora en Física de la Atmósfera en Oxford, entre otros títulos. Por lo visto, debido a su inmersión científica, es probable que no haya tenido el tiempo de informarse de lo que pasaba en este país hace algunos años. La semana pasada, Maisa declaró que “no lo tenía tan claro”, cuando se le consultó si sabía que Zalaquett era un lobbista. Entendible. Su interés científico puede haberle impedido enterarse de que el ingeniero comercial estuvo involucrado en el caso Penta de facturas falsas –en su campaña para senador se le imputaron 33 millones de perjuicio fiscal–, que luego lo investigaron por el caso Tragamonedas y que fue alcalde de La Florida y Santiago. Pero lo que es inaceptable es que la ministra no le pidiera un breve perfil del personaje a sus asesores. Era cosa de revisar la web y le habrían informado que Zalaquett tiene una empresa de lobby desde 2017.

Escena dos: amnesia colectiva. El canciller Alberto van Klaveren fue el primero en ser consultado por su presencia en la casa de Zalaquett. Y fue también el primero en decir que no recordaba quiénes estaban presentes, ni menos qué habían hablado en la comida. Algo preocupante, ya sea porque denota el afán de ocultar algo o la mala memoria de una autoridad. Pero, después, prácticamente todos los participantes de las tertulias del exalcalde siguieron la misma ruta, como en una especie de amnesia súbita o un pacto de silencio. Nadie recordaba nada ni a nadie. Por suerte, el diputado Francisco Undurraga (Evópoli) tuvo un atisbo de memoria: “Había compañeros de curso del colegio de Pablo (The Grange School). Me imagino que todos trabajaban, quizás eran gente ejecutiva y a lo mejor eran dueños de pymes. No tengo idea”.

Escena tres: el traspié inicial del Gobierno. La verdad es que La Moneda se vio totalmente sorprendida por el notición del verano. Primero, se demoró casi una semana en lanzar el listado completo de los ministros que participaron. De hecho, se fue conociendo por goteo, lo que suele aumentar la percepción de un problema o una crisis. Después, salió a argumentar que solo correspondía al interés de dialogar –“hasta que duela”, una frase apresurada e innecesaria del Presidente– y buscar puntos comunes, sin embargo, si esa era la razón, no veo por qué tardaron tanto en develar los nombres, incluido el de la ministra Tohá –el último en salir–, quien señaló que solo había concurrido a dar una exposición sobre el tema de seguridad. En ese caso, al menos no se cuidó la forma. ¿No le llamó la atención a ningún ministro o ministra que estos encuentros fueran de noche, en casa de Zalaquett, y que justo estuvieran sus contrapartes en la discusión de leyes, como la de pesca y pensiones?

Pese al paso en falso inicial, el viernes pasado Gabriel Boric intentó poner orden a sus ministros en este tema, lo que terminó por confirmar que los seis secretarios de Estado involucrados cometieron un error importante y que el intento de bajarle el perfil al affaire y los argumentos esgrimidos por La Moneda en un comienzo –incluido el propio Mandatario– no fueron los correctos.

Escena cuatro: las contradicciones de la oposición. No es un misterio que la oposición está pasando por un muy mal momento. Al resultado del plebiscito se han sumado múltiples quiebres –Republicanos sigue desangrándose; la semana pasada le tocó el turno a Kaiser–, contradicciones vitales en la discusión de la reforma de pensiones, para rematar con el papelón que hicieron en su quinta acusación constitucional que, de paso, afirmó a Montes. Respecto del caso Zalaquett, la oposición salió de inmediato a atacar a los ministros del Gobierno que participaron, incluso pidiendo una comisión investigadora. Sin embargo, se da la paradoja de que sus senadores, diputados y el anfitrión son precisamente de derecha y que son los primeros en violar la Ley del Lobby, considerando que ellos son parte del trámite legislativo. Una inconsistencia que refleja su crisis actual.

Escena cinco: burlando la ley. Pero la arista más escandalosa del affaire Zalaquett es que, una vez más, ha quedado en evidencia que hecha la ley, hecha la trampa. Lo dramático es que sean los propios parlamentarios y representantes del Ejecutivo quienes burlen el sistema. Recordemos que la Ley 20.730 –que rige hace 10 años– nació luego de los casos que conmocionaron a la política chilena y busca regular las conversaciones en que estén involucrados intereses del Estado. De ahí que los argumentos esgrimidos por los participantes de algunas de las cuarenta tertulias que realizó Zalaquett –sus participantes parecieran haberse puesto de acuerdo en el relato–, como ese de que “solo se hablaron generalidades” y que eran “fuera de horario laboral”, suenan bastante patéticos. Respecto de este último –entregado por ministros y parlamentarios–, significaría que ciertas leyes tienen rango horario para ser cumplidas. Y a confesión de partes, relevo de pruebas: qué más claro respecto a que la conducta previa no era correcta –aunque nadie lo confiese–, que el hecho de que la ministra Maisa Rojas declarara que, de aquí adelante, registraría todos sus encuentros como estipula la ley que regula el lobby.

Y como el asunto pareciera no tener fin, también nos enteramos de que Natalia Piergientili formaba parte del team de charlistas de Zalaquett para sus clientes, pese a ser la vicepresidenta de un partido. De seguro, faltan por conocerse muchas más aristas del caso.

Escena seis: la inocencia de los chilenos. En todo este episodio, nuestros políticos parecen cometer un error peligroso: el de despreciar la inteligencia de la gente. Recordemos que la clase política ocupa el último lugar en confianza de todas las instituciones del país, lo que se agudizó después de los escándalos de las facturas ideológicamente falsas, los raspados de la olla y otras conductas similares. Recordemos también que, después del estallido social, fue elegida una Convención Constitucional en que los partidos fueron duramente castigados –de ahí surgió la Lista del Pueblo–, pese a que en el proceso siguiente los partidos –incluidos unos pequeñitos, como Amarillos y Demócratas– pusieron sus reglas sin considerar a la sociedad civil ni a al mundo independiente. Es decir, una bomba de tiempo.

Entonces, con mayor razón, nuestros políticos deberían tener cuidado con tratar a los ciudadanos como niños ignorantes que se compran cualquier argumento, por burdo que sea. ¿No se darán cuenta de que los chilenos somos bastante menos ingenuos como para tragarnos explicaciones como esa de que no recuerdan quiénes asistían a los encuentros, que no sabían quién era Zalaquett o que las reuniones eran “fuera de horario”? Después no se quejen si pronto los empiezan a tratar de casta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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