Lo raro es que no se entiende la racionalidad de los votantes, aunque siempre pueden inventarse explicaciones para la quinta pata del gato y se inventan. Pero el comportamiento humano es mucho más complejo que una simple adecuación lógica.
Algunos con alivio, otros con resignación y los más con indiferencia, tienden actualmente a dar por cerrado un ciclo, un proceso o, a lo menos, un momento. Para algunos fue simplemente una pérdida de tiempo, de recursos, de verborrea, de juegos de apuestas, de paciencia; para otros, una gran pérdida de oportunidades; para otros, ni me acuerdo. Los hay, románticos y de buenas intenciones, que recitan pasajes sobre la importancia del camino, pues el punto de llegada es solo un pretexto para la caminata y ahí está Ulises de viaje. Los hay que rescatan la astucia política de una salida institucional que evitó la catástrofe.
En fin, ánimo de en fin. Pero el honesto analista no entiende nada, porque para empezar no entiende siquiera lo que se da como punto de partida: “el estallido”. ¿Qué fue eso del estallido? Hay muchas descripciones, interpretaciones y relatos en tiempo largo y en tiempo corto, pero no resultan muy convincentes, porque un estallido no es una bala de cañón que tiene origen y destino, de manera que en el estallido no se puede saber desde dónde parte y cuál es el enemigo. No es casual que el estallido no tenga organizaciones ni líderes; no es casual que no tenga una consigna central que identifique el grito (Constitución no gritaba nadie). Los rayados en las murallas los hacen los pocos que tienen pintura para hacerlo; quemar, robar, destruir es cuestión de oportunidades.
Pasa el tiempo y cada vez se hace más difícil entender el estallido. Inicialmente se tomó como una gran protesta social contra un orden injusto y abusivo; los poderosos estaban asustados y se declaraban dispuestos a compartir sus privilegios. Después fue visto como el tema de la violencia que desplazaba a la política. Más tarde avanza la derecha y va ganando hegemonía el tema de la delincuencia. Mientras, se jugaba a las constituciones hasta el punto cero.
El itinerario constitucional resulta sorprendente: se aprueba por el 78% de los votantes tener una nueva Constitución; se elige una Convención Constitucional absolutamente radicalizada hacia la izquierda que logra más de 2/3 de sus componentes y sale un proyecto consecuente. Se rechaza el texto propuesto con el 62% de la votación.
Hasta ahí incomprensible, pero falta. Se inicia un nuevo trámite constitucional y los votantes eligen más de dos tercios de consejeros constitucionales de derecha, especialmente de la derecha más dura; se presenta la nueva propuesta constitucional que corresponde a esos consejeros elegidos. Se rechaza con el 56% de los votos.
Por cierto, hay algunos cambios importantes en las reglas de votación, pues en la primitiva aprobación a la idea de tener una nueva Constitución y en la elección de los correspondientes convencionales existe inscripción automática de los electores y el voto es voluntario, mientras que en el plebiscito de salida del primer proyecto, en la elección de consejeros para el segundo y en el plebiscito final hay inscripción automática y voto obligatorio, lo que aumenta casi al doble la votación anterior. Se podía especular que los desconocidos de siempre, apolíticos contumaces, al ser obligados a votar, inclinaron la balanza para otro lado, un lado más a la derecha.
Pero esos cambios de votación voluntaria a obligatoria no explican todo. Pueden explicar que el plebiscito de salida del primer intento sea rechazado, dado que los que aprobaron tener una nueva Constitución y los que eligieron a los convencionales no son los mismos que en el plebiscito de salida la rechazaron. Sin embargo, en el segundo intento constitucional eso no ocurre, pues son los mismos votantes quienes primero eligen a los consejeros de derecha y luego rechazan la Constitución elaborada por esos queridos consejeros. No deja de ser raro.
Lo raro es que no se entiende la racionalidad de los votantes, aunque siempre pueden inventarse explicaciones para la quinta pata del gato y se inventan. Pero el comportamiento humano es mucho más complejo que una simple adecuación lógica.
Sin ánimo de ofender ni de discutir (prefiero darle la razón aunque no la tenga), hay una pequeña diferencia entre considerar que los estudios sociales pretenden dar explicaciones racionales del comportamiento humano y considerar que el comportamiento humano es racional. Lo primero, buscar explicaciones racionales, es lo aceptado en el desarrollo del conocimiento, especialmente en el que tiene pretensiones científicas. Lo segundo, el considerar que el comportamiento humano es racional, solo puede servir para construir modelos ideales para evaluar cuánto se acerca o aleja el comportamiento real humano de ese modelo. Cuando se hace un análisis político parece conveniente tener en cuenta esto y no atribuir al comportamiento político un cálculo estrictamente racional de acuerdo a determinados objetivos que se imaginan. La supuesta teoría de la selección racional es un bonito juego al respecto. No puede fallar si la imaginación no falla.
Las acciones sociales se realizan en determinadas condiciones, que no solo delimitan las posibilidades de racionalidad, sino que además generan sentimientos que derivan a opiniones y actitudes. Por eso puede ser pertinente recordar, aunque sea de vez en cuando, cuál es la condición de la sociedad chilena actual en que se producen los hechos que se pretende comprender.
Este asunto, un poco extraño, de que se realicen dos intentos de generar una nueva Constitución, que parten con la expresa decisión de tener una nueva Constitución, con elección abrumadora de constituyentes de una orientación conocida, que hacen lo que se espera que hagan, para finalmente ser contundentemente rechazados, es muy difícil de comprender asumiendo un comportamiento estrictamente racional de la ciudadanía. Por cierto, se puede tratar y muchos tratan, pero.
El pero es que se mezclan muchas cosas que son difíciles de encajar en la lógica de los comportamientos racionales. En primer lugar, desde donde supuestamente empezó todo esto: el estallido. Luego el confuso desarrollo de los procesos constitucionales que terminaron en cero. ¿Entonces qué?
Reconozco que lo más probable es que esté equivocado al insistir en la idea de la sociedad de masa y el apoliticismo, pero me siento tentado por la confusión del momento. El proceso de ruptura de la cohesión social tiene ya larga data y lo más observable en la actualidad pareciera ser un exagerado proceso de sobreindividualización que se puede observar en múltiples manifestaciones. La pérdida del sentido de comunidad es notoria en las instancias en que anteriormente se presentaba, desde la familia al barrio, al territorio, a la nación. Las causas por las que se produce la sobreindividualización y la pérdida del sentido de comunidad pueden ser muy variadas y resisto la tentación de meterme en ese cuento.
En todo caso, en política ya muchos, entre ellos usted, han apuntado que esto es observable claramente en la disolución de los partidos políticos como agrupaciones de identidad colectiva y su transformación en agencias electorales y distribución de beneficios entre su núcleo activo. Ustedes lo dijeron, yo no. Por otra parte, tampoco es un invento mío esto de la comunidad perdida, en cuanto esa “comunidad imaginada” de la nación, lo cual deriva hacia el desinterés por su destino y la sola preocupación por lo propio; una forma de decir apoliticismo.
Actualmente la comunidad solo se constituye esporádicamente en momentos de acción; le invento la expresión: “accionalismo comunitario”. Lo cual significa que ese sentirse parte de un todo con otros solo corresponde al momento en que se actúa con otros, como ocurre en quienes cantan en un coro, quienes juegan en un equipo de fútbol o lo alientan, quienes forman una banda delictual, quienes realizan una protesta, quienes rezan juntos, quienes saltan y gritan en un concierto, quienes saltan y gritan en un partido. Si se adquiere una cierta permanencia en la acción se forma una tribu.
No se pretende exagerar. No es que todos sean apolíticos, pero su número es suficientemente grande como para que pasen a ser decisivos. En tal sentido, entender la política en una sociedad de masa puede ayudar a comprender algo.
La relación de la masa ciudadana con la política no existe o es de una gran distancia. Antes de forzar la participación electoral con la inscripción automática y el voto obligatorio, más de la mitad de los ciudadanos no concurría a sufragar, no tenían interés, eran apolíticos. De los que votaban, también es posible que haya muchos apolíticos que concurrían a votar por motivos muy diversos a tener una intencionalidad política (la costumbre, presión de otros, vida social, espectáculo, entretención y etcétera).
Puede que usted no crea en lo generalizado del apoliticismo, cosa suya, pero es interesante observar que en las últimas elecciones no solo se ha tenido los resultados un tantico extraños de los plebiscitos constitucionales, sino que es constante también la poca solidez de las opciones electorales.
La alternancia de Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera es bastante interesante, pero también en la elección de constituyentes pasó lo mismo, de bandazos radicalizados para uno y otro lado. Incluso en elecciones simultáneas se pueden apreciar divergencias inexplicables para la perspectiva de consistencia política. En las elecciones simultáneas de mayo de 2021 la coalición de derecha (con Republicanos) obtiene 31% en concejales, 23% en gobernadores y 21% en convencionales constituyentes; a su vez el pacto ex Concertación (DC-PS-PPD-PR) obtiene 30% en concejales, 26% en gobernadores y 15% en convencionales constituyentes. Seis meses después, en la primera vuelta presidencial, la derecha (también con Republicanos) salta al 41% y la candidata del pacto ex Concertación cae al 12%. La falta de consistencia en las grandes líneas políticas es realmente impresionante.
Muchos ya han señalado que hay una clara separación entre la sociedad y la política, sin embargo, no es una sociedad que carezca de dirección política. Esto se puede entender mejor si recordamos que regularmente en política suelen imponerse las minorías consistentes más que las mayorías inconsistentes. Para el caso parece conveniente recordar la gran consistencia que muestran en decisiones electorales los denominados sectores altos de la población, los que tienen el poder económico y social. Al respecto tenemos la comparación entre comunas pobres y comunas ricas en Santiago que nos da un indicio de que algo así sucede.
CUADRO 1
COMPARACIÓN VOTOS DERECHA 2021-2023 EN COMUNAS POBRES
(porcentajes)
CUADRO 2
COMPARACIÓN VOTOS DERECHA 2021-2023 EN COMUNAS RICAS
(Porcentajes)
Se puede apreciar con claridad que en las comunas ricas existe una alta consistencia en su votación por alternativas de derecha (aunque el susto del estallido generó un prudente retraimiento en la elección de convencionales), lo que, además, se acompaña con una alta participación electoral aun el año 2021, cuando el voto era voluntario (aproximadamente 70%). En cambio, la votación por la derecha en los sectores populares tiene muy fuertes variaciones, lo que es particularmente claro en la elección de constituyentes. También es notoria la baja participación electoral de estos sectores cuando el voto es voluntario (aproximadamente el 50%), la que salta a cerca del 90% cuando se impone el voto obligatorio.
Se trata solo de datos electorales, pero alguien podría imaginar que dan cuenta de una coherencia mucho más extendida entre los sectores de mejor situación social. Se trata de una consistencia de proyectos e intereses que parecen mucho más diluidos entre los sectores populares. Entre los primeros hay ideologías sólidas y organización, en los segundos ni lo uno ni lo otro.
Por cierto, esta es una perspectiva exagerada, de lente de aumento para ver mejor, pero quizás sería conveniente recordar a Bergson, cuando en Le rire parte considerando que la risa corresponde a la conciencia de una contradicción y es inteligencia pura. Habría que concluir que el pueblo tiene mucho sentido del humor.