La figura de Piñera se elevará en la derecha porque lograba reunir, en un solo personaje, atributos que el resto de la derecha no ha conseguido representar: el menos político de sus representantes, el menos conservador, el menos pinochetista, el mayor promotor de ideales liberales.
Sebastián Piñera fue un hombre de negocios, qué duda cabe. Entendía bien dónde estaban las oportunidades e intentaba sacar provecho de ellas. Comprendía muy bien el significado de la competencia y del impulso emprendedor que siempre estuvo dispuesto a defender, incluso a costa de exponerse al fracaso.
Aunque provenía de una familia con una extensa trayectoria política, el expresidente no pertenecía ni le interesaba la militancia partidista. En este sentido, Piñera se alejaba de las trayectorias de Eduardo Frei Montalva o Patricio Aylwin, quienes se formaron en los códigos ideológicos y políticos tradicionales de un partido. Piñera no. Piñera aplicaría los códigos del mundo de los negocios a su propio recorrido por la vida política. Era un hombre de negocios que entró a la arena política.
La primera oportunidad para alcanzar la Presidencia no ocurrió en 2009, sino que en el año 2005, y aquella coyuntura fue central en su ambición por llegar a la Presidencia de la República. Joaquín Lavín era la carta favorita de la derecha, pues le habían faltado unos pocos miles de votos para llegar al poder cinco años antes, pero ante la arremetida de Michelle Bachelet, Piñera vio la oportunidad de estructurar una campaña más exitosa que la de Lavín.
Sabía que Bachelet era imbatible, pero su objetivo era quedar posicionado como el principal líder de su sector. Aunque la UDI lo invitaría a competir en elecciones primarias, el 16 de mayo de 2005 el expresidente rechazaría aquella oferta y pondría todos sus esfuerzos políticos y financieros en vencer a Lavín, y así lo hizo. En aquella elección, obtuvo apenas 2 puntos porcentuales más que Lavín, pero eso le bastó para convertirse en el líder indiscutido de su coalición. Cuatro años más tarde, Piñera lideraba en las encuestas y tanto Renovación Nacional como la UDI lo ungieron como candidato presidencial sin apelación.
Su vínculo con los partidos de derecha nunca fue fácil. Se trataba de un díscolo que no abrazaba ni el pinochetismo ni, menos, las ideas conservadoras tradicionales de la derecha. Por lo mismo, intentó organizar un sector liberal propio que nunca logró tomar forma. Su pragmatismo lo llevó a gobernar a partir de sus lealtades personales más que políticas. Organizó algo así como un “piñerismo” que lo acompañó por sus dos gobiernos, no sin generar fuertes tensiones internas, porque abrazó causas que difícilmente serían aceptadas en un entorno conservador. Entre ellas, las más recordadas fueron su decisión de apoyar –en su primer Gobierno– la Ley de Unión Civil y, posteriormente, su recordada referencia a los “cómplices pasivos” de la dictadura, cuando se cumplieron 40 años del golpe.
Aquella declaración fue particularmente significativa, pues marcaba una distancia con un sector político que nunca lo consideró como uno de los suyos. En aquella ocasión Piñera dijo que, si había que buscar responsables de los atropellos a los derechos humanos, estaban las máximas autoridades “que sabían o debían saber lo que estaba ocurriendo. Pero no solamente ellos. Hubo muchos que fueron cómplices pasivos: que sabían y no hicieron nada o que no quisieron saber y tampoco hicieron nada”. Pero Piñera prosiguió y mencionó a jueces que se dejaron someter o que negaron recursos de amparo y periodistas que “titularon, sabiendo que lo publicado no correspondía a la verdad”.
Así, Piñera enfrentaría la paradoja de representar y ser el líder de un sector respecto del que mantenía una fuerte distancia. Aquello se hizo evidente con ocasión de la campaña presidencial para llegar por segunda vez a La Moneda en 2017. En esta ocasión los partidos de la coalición de la derecha organizaron una elección primaria donde compitieron el propio expresidente, el senador Manuel José Ossandón (Independiente) y Felipe Kast (Evópoli). El momento más tenso lo vivieron en el único debate televisado que sostuvieron los candidatos el 26 de junio de 2017. Allí, Ossandón recordaría la trayectoria empresarial de Piñera, indicando que este último estuvo escondido porque fue declarado reo: “No lo declararon reo por lindo y ha estado metido en un montón de problemas”, expresó el senador.
Felipe Kast tampoco se quedó atrás, criticando a Piñera por saltarse la institucionalidad en su primer Gobierno: “Piñera cometió un error gravísimo cuando, saltándose la institucionalidad, llama a una empresa y la persuade para que no haga un proyecto que ya tenía todos los papeles”.
Nada de eso impidió que Piñera fuese electo por una holgada mayoría. Llegaría a la Presidencia por segunda vez rodeado de sus más cercanos y antiguos colaboradores. El piñerismo se transformaría en una fuerza clave para sostener aquel segundo Gobierno, que enfrentaría desafíos muchísimo más considerables que en tiempos pasados: el estallido social, el proceso constituyente, la pandemia, la crisis económica. Pese a terminar su administración con la más baja aprobación de la que se tenga registro, el expresidente continuaría extremadamente activo en política y, cual emprendedor incansable, mantuvo activas sus redes nacionales e internacionales para promover un proyecto liberal de derecha.
Piñera acompañó la vida política del país desde un lugar incómodo para su sector: un empresario que hizo política, un díscolo liberal que encabezó coaliciones de derecha. Fue aquella incomodidad la que precisamente le permitió llegar dos veces a ocupar la Primera Magistratura del país. No es casualidad que en la misma derecha se comenzara a especular sobre la posibilidad de una tercera postulación suya a la Presidencia.
La figura de Piñera se elevará en la derecha porque lograba reunir, en un solo personaje, atributos que el resto de la derecha no ha conseguido representar: el menos político de sus representantes, el menos conservador, el menos pinochetista, el mayor promotor de ideales liberales.