Hay que avanzar en planificación urbana, ordenamiento territorial, gestión del riesgo de desastres y de emergencias en las zonas de interfaz urbano-forestal. Pero si esta no está al servicio de la ciudadanía y sigue estando sobre base de la especulación inmobiliaria, es poco lo que se puede hacer.
En el año 2021 analizamos el “Poder del fuego en la conquista del suelo”, donde consideramos que, a través de los años, este ha sido utilizado como una estrategia que se asocia tanto a la expansión de la ciudad, relacionada con el cambio de uso de suelo, como también con el posterior desarrollo inmobiliario. Además, es en las zonas de extensión urbana donde ocurre la mayor afectación en el territorio, debido en parte a las características de habitabilidad y a la falta de desarrollo urbano y planificación territorial.
Considerando que los focos de incendio en nuestro país son mayormente ocasionados por acción humana, sean estos intencionales o accidentales, en general existen pocas claridades, certidumbres y responsabilidades. Tal como sucede con los incendios que acontecieron el pasado viernes 2 de febrero en distintos sectores de las comunas que componen el Área Metropolitana de Valparaíso: Valparaíso, Quilpué, Viña del Mar, Villa Alemana y Limache. A la fecha, aún no hay información clara de quiénes fueron los responsables de los focos que ocasionaron esta catástrofe.
Lamentablemente, en pocas horas, entre los días 2 y 4 de febrero, las llamas cobraron cientos de vidas humanas, miles de viviendas y barrios enteros arrasados. También generaron la pérdida de flora y fauna nativa, mascotas y todo un ecosistema. Esta es, sin dudas, una tragedia sin precedentes a nivel nacional y está considerado como el segundo incendio más letal de la historia, después del “Black Saturday Bushfires” de 2009 en Australia.
Es como una “crónica de un desastre anunciado”, ya que las condiciones fueron perfectas para la propagación de cualquier foco que se iniciara durante esos días. Justamente tuvimos alerta meteorológica, donde se pronosticaron altas temperaturas con más de 30 °C; baja humedad relativa, menor al 30%; e intensos vientos sobre los 60 km/h. Sumado a que en estas zonas había mayor disponibilidad de vegetación y microbasurales, considerados como combustibles, y, además, la ocurrencia, ya que uno de los focos de incendio, Fundo Las Tablas, así como algunas de las zonas que fueron siniestradas, ya tienen historia de este tipo de desastres.
En el momento de la emergencia, y a medida que avanzaba el fuego, se fueron notificando y alertando los incendios vía mensaje de texto, para las diversas localidades afectadas. Fue Senapred el organismo que emitió las alertas de evacuación para los sectores y comunas. En paralelo se notifican otros focos simultáneos y de avance rápido en el Fundo Las Tablas, ubicado en el sector de Placilla de Peñuelas, comuna de Valparaíso. Lo mismo ocurre en el sector Lo Moscoso, entre las comunas de Quilpué y Villa Alemana, y en los sectores altos de Viña del Mar, donde avanzando vorazmente, significó que en pocos minutos las comunas de la provincia del Marga Marga estuviesen rodeadas por las llamas.
Se puede evidenciar la magnitud del siniestro a través de las imágenes satelitales de libre uso tanto de la NASA o Copernicus, donde es posible visualizar la gran cantidad de superficie afectada, que se calcula en alrededor de más de 10 mil hectáreas. La envergadura de este desastre fue devastadora, ya que afectó a una gran cantidad de poblaciones y asentamientos históricos de Viña del Mar y de Quilpué, los que forman parte de la conurbación de dichas comunas. Las rutas de los focos de incendio que se dieron en simultáneo viajaron a gran velocidad por quebradas y cerros, adentrándose en lugares densamente poblados y urbanizados, afectando severamente a algunos campamentos, como es el caso, por ejemplo, de Manuel Bustos de la comuna de Viña del Mar, siendo uno de los más grandes de nuestro país, y el que estaba en pleno desarrollo de su plan de urbanización.
Para un mayor análisis de lo perjudicial que fue el incendio, analizamos espacialmente la afectación considerando el índice de severidad del incendio, el cual representa el alcance y el daño, que según los valores analizados a partir de la imagen Satelital ESA Copernicus, muestra que existen sectores donde fue más alta la severidad (color morado), lo que corresponde además a las zonas de extensión urbana (ZEU PREMVAL) de las comunas de Valparaíso, Viña del Mar y Quilpué, y a las Áreas de Protección de Recursos de Valor Natural (AP PREMVAL), tal como la Reserva Nacional Lago Peñuelas, con el 40% de su superficie afectada aproximadamente, y el Santuario de la Naturaleza Palmar El Salto, específicamente el sector Siete Hermanas y la Quebrada El Quiteño, los que fueron afectados por completo.
Por lo tanto, podemos señalar que la mayor afectación fue en las zonas de interfaz urbano forestal, donde se “encuentran o entremezclan” tanto el medio construido con el medio natural, existiendo mayor presencia de vegetación (de todo tipo, pastizal, matorral, arbóreo y origen, nativo o forestal/foráneo) y, además, donde se localizan asentamientos densamente poblados, lo que significa un mayor riesgo y amenaza para este tipo de eventos.
Ahora, respecto a la afectación de las áreas de interés ambiental, fueron devastadas una gran cantidad de ecosistemas y áreas de valor natural a escala intercomunal, las que además forman parte de la Reserva de la Biósfera La Campana-Peñuelas, tales como: el Santuario de la Naturaleza Palmar El Salto; casi la totalidad del Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar; y parte del Parque Intercomunal Reñaca Alto, junto con la Reserva Forestal Lago Peñuelas. Asimismo, este gran incendio destruyó lugares de alto valor ecológico y de biodiversidad, que actualmente están siendo visibilizados y protegidos por iniciativas ciudadanas como: el Bosque de la Zona Norte de Quilpué y el Parque Natural Cerro Los Pinos, junto con otras quebradas que actualmente están en solicitud de declaratoria de humedal urbano, las que albergan una alta cobertura de bosque nativo, de tipo esclerófilo costero, que corresponden en la región a los últimos remanentes y pulmones verdes que van quedando en la zona.
Sin lugar a dudas, y como se ha dicho en repetidas ocasiones en los medios de comunicación, se debe avanzar en materia de planificación urbana, ordenamiento territorial, gestión del riesgo de desastres y de emergencias en las zonas de interfaz urbano-forestal. Pero si esta planificación no está al servicio de la ciudadanía, las comunidades y sus necesidades y sigue estando sobre la base del valor del suelo y de la especulación inmobiliaria, es poco lo que se puede lograr de forma eficiente y segura.
Las personas, comunidades y ecosistemas necesitan de una planificación territorial que aporte en la respuesta temprana a los diversos riesgos, incluyendo el de incendios. Dicha planificación debe considerar la gestión del riesgo en todas sus fases, en medidas de prevención y preparación, las que permitan tener tiempos de respuestas más efectivas y que, por ende, signifique que las comunidades y territorios sean menos afectados y resilientes. Por lo que es menester considerar un trabajo constante a partir de una cogestión, entre las actorías, públicas y privadas, junto con la comunidad, para considerar y crear en el diseño urbano lugares seguros, con habilitación de vías de evacuación adecuadas, y una fuerte inversión pública en infraestructura de refugios antifuego, considerando también las multiamenazas. Asimismo, la materialidad de la vivienda y el entorno deben ir acorde con aquellas que sean resistentes al fuego, entre otras medidas, las cuales deberían ser prioridad para los gobiernos regionales y locales.
Para finalizar, consideramos fundamental la aprobación de leyes y normativas que se encuentran trabadas en el Congreso Nacional, tal como lo es la Ley de Incendios, que busca prohibir el cambio de uso en suelos siniestrados. También es necesario replantear la incorporación de una institucionalidad más robusta en términos económicos, y especializada en esta materia, ya que no podemos depender de la voluntad y entrega de los bomberos y brigadistas que, además de arriesgar su vida en estos siniestros, se exponen directamente debido a la falta de equipamientos, maquinarias y logística para abordar la complejidad de estos eventos, los que además se intensifican cada año.
El empoderamiento de las comunidades, las confianzas entre los actores locales, y la integración de las instituciones públicas y privadas con las distintas iniciativas de desarrollo urbano y territorial, acorde con las medidas de prevención y respuesta ante los riesgos socionaturales, pueden ser las claves para lograr el aumento de la resiliencia y adaptación a estos riesgos, pero no podemos esperar a que pasen 20 años más después de este nuevo “megaincendio” para generar acciones concretas e iniciativas y hacer frente al riesgo de desastre, y sobre todo al riesgo de incendio, el que lamentablemente llegó hace tiempo para quedarse y donde las comunidades y ecosistemas no pueden pagar más con su existencia.