En Chile hoy se ha tomado la decisión, por parte de un grupo de profesores, de hacer una huelga de hambre en defensa de la educación pública. Cuando los derechos de los niños son vulnerados, ¿qué queda sino comenzar a escribir un nuevo y –esta vez– triste guion de sacrificio pedagógico?
Comienzan las clases en el país y miles de estudiantes, algunos más entusiasmados que otros, se reencuentran con sus compañeros, profesores y rutinas escolares. La entrega de los Oscar este año ofrece dos grandes películas sobre profesores y sería una buena idea ir a verlas. Resulta conmovedor cómo el subgénero de películas sobre educación, es decir, sobre los múltiples desafíos que hay en la dimensión pedagógica de las cosas, puede producir año a año películas que nos tocan y que pueden llegar a trascender en el tiempo. Una profesora alemana se ve en la necesidad de llevar a término, hasta las últimas circunstancias, sus convicciones morales democráticas; y un profesor norteamericano, gruñón, con todas las características de uno conservador y tradicionalista, también debe llegar a poner sus principios en juego y su amor por la pedagogía para que al menos uno de sus estudiantes, un tipo brillante pero controvertido, pueda seguir con sus estudios. Sala de profesores y Los que se quedan son, sin duda, dos grandes “preguntas” que el cine nos hace.
“¿Puede el cine hacernos mejores personas?”, es el título de un gran ensayo escrito por el filósofo norteamericano Stanley Cavell. Lejos de ser simple la respuesta, tal vez podríamos preguntarnos si nos puede hacer mejores profesores o mejores estudiantes o mejores padres y apoderados. Todo esto lo digo porque a veces la realidad supera los mejores guiones cinematográficos.
En Chile hoy se ha tomado la decisión, por parte de un grupo de profesores, de hacer una huelga de hambre en defensa de la educación pública. Se trata de profesores que han vivido la peor crisis de la educación pública que hubiésemos conocido desde el retorno a la democracia, crisis en el Servicio Local de Atacama.
El Informe de la Defensoría de la Niñez conocido a fines de la semana pasada fue lapidario. Hay múltiples vulneraciones a los derechos de los niños. Desde los ya conocidos roedores o palomas que hacen de las suyas, hasta salas con asbesto. Pues sí, leyó bien, con asbesto. De todas maneras, la Defensoría, siguiendo una metodología rigurosa, llegó a advertir tantas vulneraciones que, contrastadas con las respuestas del Gobierno ejecutivo en todos sus niveles, llevaron a esta triste y radical decisión de hacer una huelga de hambre para que esta crisis de una vez comience a terminarse.
Se supo además este fin de semana, de parte de padres y apoderados del Instituto Nacional, que las clases no comenzarán como corresponde en este liceo emblemático porque no están terminados unos arreglos de salas que habían comenzado hace ya 8 meses. El inicio será híbrido, online-presencial.
El espíritu de las grandes reformas por la buena educación, los últimos 25 años, tenían un contenido de justicia que las animaba, muy marcado sobre todo en las últimas, desde las movilizaciones sociales de estudiantes hasta las instituciones del Estado y sus poderes. La igualdad de oportunidades fue un eslogan para resumir toda una filosofía moral y política. Igualar la cancha. Emparejar los territorios. Fue una dimensión ideológica en disputa hegemónica que pareció tener punto final con las últimas reformas sobre la educación pública. La hegemonía en cuestión terminó sintetizada en instrumentos que parecen indiscutibles.
Pero hoy afloran preguntas más que sencillas: el instrumento e instalación de una gobernanza pseudocentral y pseudolocal a la vez, para gestionar la “nueva” educación pública, ¿no son perfectibles?; la instalación de un sistema robótico, un dispositivo algorítmico, de inteligencia artificial autogenerada (llámese como sea) que desde “afuera” y desde “arriba” distribuye a cada nuevo estudiante, quien fuese, en cada escuela o liceo público, ¿es parte de una vulgata tecnocrática que no merece un análisis crítico?
La verdad es que la dimensión ideológica de estas tecnologías de gobernanza y distribución de individuos están terminando su pequeña vida hegemónica. El debate está abierto por todas partes, más aún en la coalición de gobierno por medio de cuestionamientos que líderes políticos más cerca de las comunidades escolares, vecinos, ciudadanos, papás, mamás, estudiantes, vienen realizando hace ya bastante tiempo. Solo que en Atacama se está viviendo un non plus ultra.
Cuando los derechos de los niños son vulnerados, ¿qué queda sino comenzar a escribir un nuevo y –esta vez– triste guion de sacrificio pedagógico?