La inmensa mayoría de las organizaciones feministas sigue en deuda con las mujeres israelíes que sufrieron la violencia sexual de Hamas. Y no solo con ellas, también con muchas otras que sufren este horror tanto en Gaza como en Ucrania, Siria, Afganistán, Etiopía, Ruanda, Bosnia o Libia.
Este 8 de marzo no es como los anteriores para las mujeres judías. Y es que la barbarie y la violencia sexual sufridas por cientos de ellas –y nada menos que en territorio israelí– todavía no logra procesarse.
El fatídico 7 de octubre de 2023 cambió el Medio Oriente –y quizás el mundo– en una dimensión que todavía no podemos medir. La guerra entre Israel y Hamas es de una perversidad y ensañamiento casi imposibles de entender en medio de la complejidad histórica, política, económica, cultural y religiosa que se vive en la zona. Los crímenes de Hamas aquella madrugada, estratégicamente planificados, consiguieron su objetivo magistralmente: la respuesta inmisericorde de un gobierno formado por la extrema derecha de Netanyahu y el fundamentalismo ultrarreligioso.
Ningún corazón sensible puede quedar indiferente ante lo que está pasando. Ni ante las víctimas de Israel ni ante las de Gaza. Las razones para que solo se lloren y lamenten los dolores de un lado y no del otro, son muchas. Pero esto es materia de otro análisis.
Ahora estamos frente al 8 de marzo. Y las mujeres judías –también hombres– nos sentimos golpeadas y solas.
El pogromo del 7/10 nos quitó el piso de manera inesperada e inconcebible. La existencia del Estado de Israel se funda precisamente en evitar un nuevo Holocausto y, sobre todo, terminar para siempre con los pogromos que los judíos sufrieron por siglos en distintas partes del mundo.
Un pogromo es la traducción de la palabra rusa pogrom, que significa devastación y que describe la matanza, el pillaje, la violencia sexual premeditada a una comunidad judía indefensa. Y eso fue precisamente lo que ocurrió aquel fatídico amanecer en que los terroristas de Hamas ingresaron masivamente desde Gaza a Israel, para matar, secuestrar y torturar a una población de mujeres, niños y ancianos que recién comenzaba a despertar.
El balance fue más de 1200 muertos, miles de heridos y 240 rehenes.
Como en la inmensa mayoría de los conflictos violentos, desde hace milenios, el pene fue usado como arma de guerra para que mujeres y niñas –también algunos hombres– padecieran su capacidad destructiva.
De acuerdo con diversos testimonios, algunas fueron violadas por grupos de terroristas y civiles que traspasaron la frontera. La violencia fue de tal magnitud que quebró sus pelvis y sus piernas. Otras, fueron violadas frente a sus parejas e hijos. Dos hermanas de 16 y 13 años fueron asesinadas y encontradas desnudas, con sus genitales mutilados y cubiertas de semen. Los genitales de otra persona estaban tan mutilados que los especialistas tuvieron dificultades para determinar si se trataba de un hombre o una mujer. Extenderse en más detalles es simplemente morbo.
Como señaló al NYT la jefa policial Mirit Ben Mayor, “la brutalidad contra las mujeres fue una combinación de dos fuerzas feroces: el odio a los judíos y el odio a las mujeres”.
Algunas sobrevivieron para contarlo, pero la mayoría aún no es capaz de describir lo que soportaron. Los criminales fotografiaron y grabaron su barbarie, ufanándose de su obra a través de la imagen de mujeres sangrando semidesnudas. Los hechos están documentados por testigos presenciales, videos, fotografías y el trabajo periodístico de medios tan respetables como The New York Times y la BBC, entre otros.
Como si el salvajismo vivido no fuera suficiente, Israel no recibió el clamor mundial que esperaba frente a esta monstruosidad. Salvo excepciones, los movimientos feministas se mantuvieron mudos. Los #Metoo y los #Niunamenos no reventaron las redes sociales repudiando lo ocurrido. Muchas aún sentimos ese silencio escalofriante en nuestros cuerpos.
Más aún, poco a poco fueron surgiendo comentarios que aplaudían, o al menos justificaban la masacre, por la situación de opresión en la Franja de Gaza, y convertían a Hamas en un valiente movimiento de liberación. Son muchos los judíos dentro y fuera de Israel que, desde hace años, luchan por la solución de dos Estados, en los cuales palestinos y judíos puedan ser vecinos y vivir en paz.
¿Pero ese contexto, complejo y dramático, puede relativizar o, incluso, justificar la violencia sexual y el pene como arma de liberación política?
Durante años, hemos luchado –en el mundo, y especialmente en Chile– para rechazar cualquier intento para utilizar el contexto con el fin de atenuar y comprender las violaciones a los Derechos Humanos y la violencia sexual.
Hace apenas unas décadas, en nuestro país, la violencia intrafamiliar era un asunto privado. Nadie podía intervenir en lo que pasaba entre las cuatro paredes vecinas, aunque fuera evidente que una mujer estaba a punto de ser violada o asesinada por su pareja. Recién el 12 de julio de 1999 se promulgó la ley que terminó con la impunidad de estos crímenes puertas adentro.
Desgraciadamente, la realidad nos muestra que aún nos falta mucho para convertir el órgano masculino en un instrumento exclusivo de amor y placer. Tanto en la vida cotidiana como en los conflictos armados, las mujeres –y también los hombres– seguimos siendo víctimas del pene como arma de dominación y destrucción.
Nadie que se defina como feminista puede justificar este crimen en contexto alguno. La inmensa mayoría de las organizaciones sigue en deuda con las mujeres israelíes. Y no solo con ellas, también con muchas otras que sufren este horror tanto en Gaza como en Ucrania, Siria, Afganistán, Etiopía, Ruanda, Bosnia o Libia, por nombrar algunas de las más afectadas en la actualidad.
El pene es un arma tan peligrosa como las de fuego, los misiles o las granadas. Conlleva tanto o más destrucción, convirtiendo la violencia sexual y la violación en una vía para conseguir objetivos estratégicos como el miedo y la paralización, no solo de la víctima sino de su entorno y la sociedad toda.
La única manera de que el 8 de marzo siga teniendo el sentido profundo que inspiró a las primeras feministas es que el foco vuelva con fuerza a la lucha por la justicia, la igualdad y la paz, para todos y todas. Solo así se acabarán todas las armas de guerra. Incluida la del patriarcado.