Netanyahu se encuentra en un laberinto. Su objetivo de aniquilar a Hamas es imposible de alcanzar.
La guerra ha sido un salvavidas político para el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. Antes del 7 de octubre, su gobierno enfrentaba la peor crisis política desde 1947, debido al masivo rechazo a una reforma que debilitaba al Poder Judicial en favor del Legislativo.
Netanyahu solo recobró el control de la agenda a partir de ese fatal 7 de octubre. Gracias a la declaración del estado de guerra, pudo conformar un gabinete de unidad y aquietar, aunque temporalmente, las enardecidas calles.
Sin embargo, el rechazo hacia su figura no ha decrecido. El pasado 18 de octubre, hubo protestas en Tel Aviv y Jerusalén exigiendo adelantar las elecciones programadas para el 2026.
Para Netanyahu, el descontento interno es tan antagónico como el mismo Hamas, excepto por una diferencia: Hamas es un enemigo con una clase política preparada para negociar. El descontento del pueblo israelí, en cambio, es una fuerza indomable y sin rostro que tiene la fuerza para sacarlo del poder.
Las denuncias que lo responsabilizan del ataque del 7 de octubre acrecientan su desprestigio. Su plan habría consistido en fortalecer a Hamas en Gaza, en desmedro de la Autoridad Nacional Palestina en Cisjordania, con el objetivo de dividir a las clases gobernantes palestinas y socavar el plan de dos Estados coexistentes.
Netanyahu se encuentra en un laberinto. Su objetivo de aniquilar a Hamas es imposible de alcanzar. Considerando que esta organización está fuertemente incrustada en la población civil, perseguir tan ambicioso propósito no tiene más cauce que el exterminio del propio pueblo palestino.
Al mismo tiempo, detener los ataques tampoco le es favorable porque lo más probable es que, cuando los cañones se apaguen, deba afrontar un juicio por crímenes de guerra en la Corte Penal Internacional.
El lento avance que han tenido las negociaciones para un cese al fuego, que se están llevando a cabo en Egipto, es la mejor prueba de que Netanyahu no está apurado para terminar el conflicto.
En este contexto, el dictamen de la Corte Internacional de Justicia sobre la demanda sudafricana es un déjà vu de las consecuencias que deberá afrontar este líder israelí. La sentencia por genocidio está a la vuelta de la esquina y, de confirmarse, no habrá muchos salvavidas que puedan rescatarlo.