Publicidad
Proteccionismo y crecimiento Opinión

Proteccionismo y crecimiento

Publicidad
Sergio Arancibia
Por : Sergio Arancibia Doctor en Economía, Licenciado en Comunicación Social, profesor universitario
Ver Más

El proteccionismo fue una política económica que tuvo su momento de gloria en Chile y en América Latina durante algunas décadas del siglo pasado.


Tanto peso tuvo esa ella en la conducta de las elites políticas, económicas e incluso académicas, que gobiernos de izquierda o de derecha aceptaban las ideas fuerza centrales de esa corriente de pensamiento, y sus debates o controversias giraban sobre qué y cuanto había que proteger, y sobre cómo repartir los excedentes que esa política generaba.  Se usaban, como instrumentos fundamentales para efectos de esa protección, los aranceles de aduana, que tuvieron en algunos momentos niveles de 50% o incluso de 100%. También se usaba la prohibición pura y simple de realizar determinadas importaciones. La dinámica de esa política permitió la existencia de una industria interna que no habría podido existir ni sobrevivir sin el despliegue de dichas concepciones que presidían el accionar económico de los gobiernos. Se podría legítimamente decir que el modelo de industrialización por la vía de la sustitución de importaciones fue una política que permitió el crecimiento y el desarrollo económico de Chile durante varias décadas. En otras palabras, se trató de un modelo o de una política económica que permitió el desarrollo de las fuerzas productivas, después de que el precedente modelo primario exportador había entrado en profunda crisis.  

Pero esa visión histórica, aun cuando positiva, no impide reconocer que ese modelo entró también, al cabo de algunos años, en una crisis irrecuperable, caracterizada por la presencia de una industria multifacética, poco selectiva, dependiente de insumos externos para su crecimiento y funcionamiento, y con escasa o nula capacidad de competir internacionalmente ni de generar, por lo tanto, las divisas que su propia existencia demandaba. También esa política y su déficit estructural de divisas contribuyó en alta medida al crecimiento de la deuda externa, con lo cual se limitó más aun la capacidad de ese modelo de industrialización de impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas del país.  Se puede decir, por lo tanto, que los modelos no nacen para vivir eternamente, sino que llenan necesidades de un momento histórico determinado, y están destinados a desaparecer y dar lugar a modelos distintos cuando las circunstancias así lo ameriten. Por ello, si hay algún nostálgico que mira hacia atrás tratando de encontrar allí las respuestas a los problemas del presente y del futuro, cae en el apoyo a una política que ya no tiene espacio en medio de las vicisitudes actuales.  

Hoy en día no se puede propiciar que el desarrollo del país descanse en una política económica que proteja a una infinidad de empresas de escaso nivel competitivo, ni de abandonar las bondades que tiene la división internacional del trabajo, que permite que los países se especialicen en la producción de determinadas mercancías, adquiriendo otras en el vasto mercado internacional. Nadie puede actualmente pretender producirlo todo, protegerlo todo, importar lo menos posible y vivir mirándose el ombligo. Es necesario tener una estrategia de desarrollo, lo cual implica identificar empresas o sectores productivos que – precisamente por ser fundamentales para el nacimiento y funcionamiento de ésta – pasen ellas mismas a calificarse como estratégicas. No todas las empresas son, por lo tanto, se hacen meritorias de ese calificativo. Las empresas estratégicas   –tanto las ya existentes o aquellas con capacidad de existir y de sobrevivir – deben contar con el apoyo, con la participación y con el accionar activo del sector privado, nacional o extranjero, y con todo el apoyo estatal, que ponga en función de su existencia y desarrollo todas las herramientas de la política económica, tales como las crediticias, fiscales, monetarias, tecnológicas, de comercio exterior, diplomáticas, etc. Especialmente necesarios son esos apoyos en las fases primeras de las empresas, cuando están en proceso de aprendizaje y de asentamiento en el mercado nacional e internacional.   

Tener una estrategia de desarrollo es tener una visión de país, de su futuro, y de lo posible y deseable de alcanzar. Las meras fuerzas del mercado no conducirán por si solas a esa situación objetivo, sino que hay que poner en tensión todas las fuerzas de la nación para efectos de caminar en esa dirección, incluida la capacidad estatal de llevar adelante políticas económicas que orienten, canalicen, promuevan, faciliten y actúen en función de esa meta. La estrategia de desarrollo es, en esa medida, la que le da sentido y coherencia a todos y cada una de las políticas económicas específicas o coyunturales que se lleven adelante. Dejar que las cosas vayan hacia donde el mercado quiera, es una actitud pasiva, inestable y vulnerable, que no conduce a nada en concreto, como no sea reproducir un Chile injusto y estancado. Esa suma de quehaceres estatales y privados en pro de un objetivo que se cuide y se persiga, es la nueva forma de proteccionismo que la realidad actual nos reclama y que permite avanzar en una senda de crecimiento y de desarrollo. 

Sería deseable, por lo tanto, que cuando los actores de la política o de la academia, hablen de proteccionismo – para calificarse a ellos mismos o a otros – se diga con claridad de que proteccionismo se trata, del viejo o del nuevo, para que todos entendamos de que estamos hablando.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias