En la coyuntura en que nos encontramos de emergencia ambiental y sin entrar al análisis económico y político de cómo sucedió, la buena noticia es que, desde que empezaron a fabricarse industrialmente los paneles solares, su precio ha bajado 95% gracias a la producción china.
No hay duda de que el sol brilla para todos y nadie lo puede monopolizar, pero sí hay algunos que pueden aprovechar mejor sus efectos positivos. Y uno de ellos tiene que ver con la generación de energía.
Actualmente la electricidad de origen solar ocupa la segunda posición en el mundo en el campo renovable y de bajo impacto en carbono después de la eólica, pero es la que está creciendo más. Fue la fuente de generación de electricidad que más rápido creció por 19 años consecutivos al 2023. La energía solar produjo el 3,7% de la electricidad mundial en el año 2023. Esto se compara con solo el 1,1% en 2015.
Para cumplir con las metas del Acuerdo de París de 2015, la generación de energía solar debe aumentar siete veces para 2030, para que pase de casi un 4% de la electricidad mundial actual a un 19% en 2030. Esto implica mantener el crecimiento interanual en 24%. En la última década la media fue del 33%, por lo que, de no mediar un cambio relevante de circunstancias, es un objetivo que se puede cumplir y, por lo tanto, un motivo de esperanza en un contexto acelerado y evidente de cambio climático por los gases de efecto invernadero.
Eso sí, la propia evolución del sistema productivo y de transporte está empujando el consumo eléctrico como nunca en la historia mundial, y eso no solo aumenta el desafío de inyectar más energía a las matrices, sino también de asegurar su regularidad y aquí todavía falta mucho camino por recorrer porque, evidentemente, no hay sol todo el tiempo y tampoco viento. Por eso y en las próximas décadas se debe proveer al menos un cuarto de la energía global con otras fuentes, dentro de las cuales las menos dañinas desde el punto de vista de los gases de efecto invernadero son la nuclear y la hidro.
Dentro de ese marco positivo y esperanzador, Chile ocupa (cifras de 2021) el segundo lugar entre los países de mayor generación solar dentro del total de su matriz, con el 13% (superado por Yemen y seguido por Australia).
En esta carrera contra el calentamiento y para transformar la industria de la generación y avanzar en la seguridad energética, China ocupa un papel principal. El año pasado este país desplegó todo el poderío de su industria de energía solar. Instaló más paneles solares que Estados Unidos en toda su historia. Redujo casi a la mitad el precio al por mayor de los paneles que vende. Y sus exportaciones de paneles solares totalmente ensamblados aumentaron un 38%, mientras que sus exportaciones de componentes clave casi se duplicaron. China produce prácticamente todo el equipo del mundo para fabricar paneles solares, y casi todo el suministro de cada componente de los paneles solares, desde las obleas hasta el vidrio especial.
Mientras Estados Unidos y Europa intentan reactivar la producción de energías renovables y ayudar a las empresas a evitar la quiebra, China va muy por delante.
Las exportaciones chinas en este rubro ya han suscitado respuestas urgentes. En Estados Unidos, la administración Biden ha introducido subvenciones (con la famosa Inflation Reduction Act) que cubren gran parte del costo de fabricación de los paneles solares y parte del costo, mucho más elevado, de su instalación.
En la sesión anual de la asamblea legislativa china de esta semana, el primer ministro Li Qiang –el segundo cargo más alto del país después de Xi Jinping– anunció que el país aceleraría la construcción de parques de paneles solares, así como proyectos eólicos e hidroeléctricos.
El esfuerzo chino, sancionado al más alto nivel político, apunta a dos objetivos. En lo inmediato se trata de mitigar la crisis en la construcción y sus amplias ramificaciones, impulsando exponencialmente una industria esencial para la economía mundial y para el medio ambiente, que es capaz de nutrir un importante ecosistema productivo doméstico (materias primas, partes y piezas, innovación, servicios de todo tipo). A más largo plazo, el propósito es disminuir la gran dependencia energética china desde el exterior y avanzar hacia la autosuficiencia. También esta prioridad se inserta dentro del plan de China de convertirse en la principal potencia tecnológica al 2049, apuntando en el campo energético al predominio en la tríada de paneles solares, vehículos eléctricos y baterías de litio.
Hay que decir que la aspiración china en esa línea tiene ya mucha ventaja y para Estados Unidos y los europeos será muy difícil recuperar terreno. Incluso en Europa la situación es más delicada, porque irónicamente los subsidios cruzados, europeos, para que las industrias y hogares se pasaran a la energía solar, y chinos a la producción de los paneles, se potenciaron y han destruido buena parte de la industria doméstica. Norwegian Crystals, importante productor europeo de materias primas para paneles solares, se declaró en quiebra el verano pasado. Meyer Burger, una empresa suiza, anunció el 23 de febrero que detendría la producción en la primera quincena de marzo en su fábrica de Freiberg (Alemania) e intentaría conseguir dinero para terminar las fábricas de Colorado y Arizona.
Como están las cosas, la industria solar en la próxima década podría tener a un súper campeón en China y algo en Estados Unidos. Para Europa el costo de rearticular su industria, en caso de así decidirlo, implicará un gasto gigantesco. Quizá sea más realista fortalecer su lugar y papel en la generación eólica.
Más allá de la competencia económica, ¿qué puede implicar esto para las relaciones internacionales y el rol de China? El título que elegí no se condice aún con la práctica, así como lo ha sido la diplomacia del petróleo, pero sin duda que se está ganando un espacio que será cada vez mayor en la ecuación energética mundial, a lo que se suma la dimensión ambiental. La diplomacia china tiene entonces la oportunidad de explotar un campo que no solo podría mejorar su imagen internacional, también podría dificultar o mitigar el famoso desacople económico que está avanzando entre Occidente y China y que, sin perjuicio de perjudicar a todos, genera más daños en la economía china.
Lo de mejorar su imagen va por el lado de convertirse en un campeón ambiental –a pesar de que todavía el fuerte de la energía utilizada para producir paneles solares proviene del carbón y, por lo tanto, para compensar su fabricación requieren en promedio de ocho meses de uso– y en eventualmente orientar su cooperación internacional con un fuerte componente de energía solar, pudiendo por ejemplo ayudar a integrar a países y comunidades a la red eléctrica, con todo lo que eso significa para la calidad de vida de las personas.
En la coyuntura en que nos encontramos de emergencia ambiental y sin entrar al análisis económico y político de cómo sucedió, la buena noticia es que, desde que empezaron a fabricarse industrialmente los paneles solares, su precio ha bajado 95% gracias a la producción china, lo que explica su masiva expansión global. Y, como dije, China podría sacarle un tremendo rédito político diplomático a esto. Habrá que ver si eso se materializa.