Solo cabe preguntarnos si para el segundo tiempo habrá o no espacio para avanzar, sin tener que abandonar el afán reformador que representa en esencia el liderazgo del Presidente Boric y para el cual los chilenos y chilenas le dimos el apoyo mayoritario.
Como era de esperar, estos son los días en que se precipitan los análisis para evaluar la primera mitad del Gobierno.
Daniel Matamala, que nos tiene acostumbrados a sus excelentes columnas, que solo puede escribir quien ejerce –para bien– con total libertad su derecho a opinar, nos entrega su columna del domingo en La Tercera titulada “Barros Boric”.
En esta emite un juicio muy crítico al liderazgo del Presidente Gabriel Boric. En lo principal, lo acusa de haber abandonado su ideario de transformaciones sustantivas para devenir en un estilo de conducción que, al igual, que el del expresidente Ramón Barros Luco, se orientaba bajo la premisa de que existen dos tipos de problemas: aquellos que se solucionan solos y aquellos que no tienen solución.
¿Es justa esta acusación? Me parece que no.
En mi opinión, el error está en evaluar un liderazgo presidencial haciendo caso omiso al contexto en que se ejerce la acción de un Gobierno o, en un ámbito más específico, la disponibilidad y distribución de las correlaciones de fuerza, principalmente en el Parlamento, que permitan o no llevar adelante su proyecto político.
Tomemos como ejemplo el segundo Gobierno del expresidente Piñera.
Este se instaló con altas expectativas en su coalición de Gobierno y del propio Mandatario. Se anunciaba el inicio de una “segunda transición para transformar a Chile en un país desarrollado y sin pobreza”, lo que se realizaría por medio de la proyección de dos períodos de Gobierno sucesivos del mismo signo.
Esta promesa, viniendo de un Gobierno de derecha, suponía la implementación de un proyecto político, un programa de Gobierno y una acción gubernamental que buscaría no solo revertir el impulso transformador del segundo Gobierno de la expresidenta Bachelet, sino que también sentar las bases de un nuevo orden, más acorde a los principios del liberalismo (más mercado y menos Estado) en lo económico, supremacía de la lucha contra la pobreza en lugar de corregir la excesiva desigualdad en lo social, mantención de la actual Constitució y una modernización del Estado, dirigida a obtener una mayor eficiencia en la administración del gasto público, restablecimiento del orden público sobre la base de una política de “tolerancia cero” frente a la delincuencia y la inmigración descontrolada, entre otras.
El balance nos arroja un resultado bastante lejano a estas legítimas pretensiones.
El país no creció a un 5% promedio anual, sino solo a un 2,6% promedio; la pobreza aumentó de 8,6% a 10,8% entre 2017 y 2020, el índice 20/20 de distribución de los ingresos pasó de 8,9 veces y a 11,7 veces, en igual período; la inflación cerró en 2022 en un 12,8%, el déficit fiscal fue de -7,6% del PIB, la delincuencia y los episodios de violencia acentuaron la tendencia al deterioro que se venía dando desde antes, la inmigración se descontroló, al igual que el comercio ambulante y, por último, la derecha tuvo que allanarse a un proceso de cambio constitucional como el único dispositivo político al que recurrir frente al descontento ciudadano.
¿Significa esto que el expresidente Piñera y su coalición abandonaron su ideario político?
Desde luego que no.
La mejor prueba de aquello es que luego del despilfarro a que nos llevaron algunos sectores de izquierda, movidos por el voluntarismo y por una alta dosis de irresponsabilidad en el primer proceso constitucional, la derecha en pleno, en el segundo proceso, intentó retrotraernos a una versión 2.0 de la Constitución original de Pinochet.
Lo que realmente sucedió es que la realidad del país lo obligó a cambiar el rumbo.
Así es: el estallido social de octubre 2019 y la pandemia del COVID-19, simplemente alteraron el contexto político, económico y social en que se estaba desarrollando su Gobierno. Había que reaccionar frente a esta nueva realidad. Para eso, se necesitaba dejar sin efecto su recetario programático que no servía para enfrentar ambas crisis. Había que actuar con pragmatismo y suspender el ideologismo tan propio de la derecha chilena.
Lo hizo y, paradójicamente, sus partidarios a la hora de homenajearlo, luego de su inesperado fallecimiento, han resaltado su talante dialogante, su convicción democrática aun en tiempos de dictadura y sus reformas sociales y civilizatorias (extensión del posnatal, el Acuerdo de Unión Civil, el IFE, la PGU, entre otras).
Cambió el contexto y, junto a ello, también cambió su Gobierno. Volvamos al Presidente Boric.
No cabe duda de que en lo transcurrido de su mandato ha tenido que someterse a un aprendizaje acelerado en el ejercicio de la Primera Magistratura, aprendizaje que de seguro lo ha hecho replantearse varias de sus convicciones y aspiraciones más sentidas.
Pero, lo más decidor para entender las renuncias o ajustes que ha tenido que realizar, proviene de hechos como el reconocimiento de que no cuenta con las mayorías necesarias para impulsar las transformaciones contenidas en su proyecto político original, la falta de experiencia de parte de su equipo de gobierno, que se resiente con más fuerza en un corto período presidencial; la exacerbación del clima de polarización en nuestro sistema político, la ausencia de un consenso social amplio que, por un lado, converja en la identificación de las reformas estructurales que el país necesita para salir del estancamiento que venimos sufriendo desde hace más de una década y, por otro lado, posibilite una acuerdo, aunque sea de mínimos, para avanzar en estos cambios.
Dicho todo lo anterior, solo cabe preguntarnos si para el segundo tiempo habrá o no espacio para avanzar, sin tener que abandonar el afán reformador que representa en esencia el liderazgo del Presidente Boric y para el cual los chilenos y chilenas le dimos el apoyo mayoritario.
Esta es una pregunta difícil de responder. Lo que sí me atrevo a sugerir, a partir de una obviedad, es que le queda la mitad de su mandato, no un cuarto o una décima parte.
Entonces, tal vez, el desafío debiera ordenarse sobre la base de poner el énfasis en la acción más que en el proyecto político o en su programa de gobierno, sin que ello implique renunciar a su identidad política.
Hay espacio para esta fórmula.
En lo económico:
En lo social:
En lo político, haría bien rediseñar la política comunicacional del Gobierno para reequilibrar el balance de su gestión. Asimismo, será imprescindible que el segundo tiempo se juegue con el mejor elenco, puesto que no hay tiempo que perder.
Por último, como se trata del interés común, la derecha está en condiciones para decretar la suspensión de un estilo político excesivamente confrontacional que desconoce que muchos de los factores subyacentes que concurrieron al origen del estallido social siguen latentes en la sociedad chilena.
La prueba de fuego la darán en el apoyo o rechazo a las modestas reformas previsional y tributaria del Gobierno del Presidente Boric.