Ahora viene la pesada tarea de la reconstrucción. Pero todo esto quedará en nada si no empezamos el trabajo desde la base y trabajamos con y desde las comunidades, pero –además– tomando en serio, de una vez por todas, “dónde localizamos” y “cómo ocupamos” las ciudades.
Aquellos que han visto algunas de mis columnas anteriores sobre comercio, agricultura o integración, se preguntarán por qué estoy escribiendo acerca de incendios forestales. Espero mostrar el motivo en estas líneas: amnesia, improvisación o ausencia de Estado. No obstante, no será fácil hacerlo, en especial, teniendo en consideración el enorme costo de los incendios ocurridos en febrero en Viña, Quilpué y Villa Alemana. La destrucción causada y, especialmente, la enormidad de las pérdidas de vidas humanas es demasiado grave y no podemos “naturalizarlo”.
No obstante, ha transcurrido poco más de un mes y ya casi pasó al olvido. Y en un país que está con frecuencia sometido a los embates de la naturaleza, parece que nos estamos acostumbrando a ello. A mí me golpeó, y me golpeó muy duro, ver la dificultad que tenemos para anticiparnos a situaciones o emergencias de esta naturaleza, “prever” su posible ocurrencia y “contener” adecuadamente sus impactos y consecuencias.
Irónico, pues Chile está a la vanguardia cuando se trata de ingeniería y arquitectura antisísmica, pero seguimos construyendo en terrenos inundables, en las dunas y humedales, en –literalmente– las playas, en laderas de cerros con un inminente riesgo de avalanchas y en terrenos aledaños a bosques y matorrales con graves riesgos de incendios. Y no olvidemos los campamentos y construcción de viviendas en terrenos inapropiados. En gran parte de ellos, el dinero es lo que manda; en otros, la necesidad. Pero en ambos el común denominador es amnesia, improvisación o la simple ausencia del Estado. Lo de Viña, Quilpué y Villa Alemana no es nuevo y se veía venir.
Parte importante de mi vida profesional ha transcurrido en países anglosajones y me es muy difícil o –diría– casi imposible entender y aceptar que se repitan situaciones como los incendios de febrero. No es que las emergencias y los desastres naturales o climáticos no ocurran en esos países, pero –por lo general– tratan de aprender de errores, enmendar rumbos y avanzar. Y, también, asumir responsabilidades. ¿No es eso lo que ocurrió luego del huracán Katrina en agosto de 2005 o los incendios de Australia en 2019 / 2020?
No se trata solo de países pobres o países ricos con mayores recursos. Creo que no es solo una cuestión de pesos más, pesos menos. Más bien –creo– es un rasgo de nuestra “cultura” lo que nos impide pensar mirando hacia el futuro y nos lleva a reaccionar solo cuando las “cosas” ya ocurrieron, y casi siempre tarde. Hay algo que nos impide ser proactivos. ¿Somos muy “cancheros” acaso? Por mi parte, todavía trato de pensar a la “antigua”. Lo llamo planificar para el futuro, con estrategias, políticas y planes operacionales con objetivos claros y realistas. ¿Es tan complicado?
Ya en marzo, dejamos atrás el Festival de la Canción de Viña y nos hemos olvidado de los incendios. Pero en febrero –creo–, una vez más, no “dimos el ancho” como país, llegamos tarde y el precio fue alto. Muy alto, y todas las múltiples explicaciones acerca de lo ocurrido, de las dificultades geográficas y ambientales encontradas para combatir los focos de incendio, así como de la posible intencionalidad de los mismos, la búsqueda de sus posibles autores, y las duras palabras de autoridades al respecto, creo que son solo una gran distracción del problema principal que enfrentamos como país: la imposibilidad de anticiparnos a estos eventos y siempre reaccionar tarde, y a “medias”, a sus efectos.
Hemos escuchado decenas de excusas de por qué ocurrió lo que sucedió el fatídico fin de semana del 3 y al 4 de febrero en la Región de Valparaíso: que el fuego avanzó demasiado rápido, que la alarma no llegó por falta de señal, que la alarma llegó tarde, que no hubo instrucciones de cómo y hacia dónde evacuar, que los caminos eran estrechos, y que no se debía evacuar en automóviles. Y la lista sigue y es grande, como son los miles de hectáreas arrasadas por el fuego, los miles de vivienda destruidas y, sobre todo, las más de 130 personas que nos dejaron.
Nuevamente “hicimos historia” con uno de los incendios forestales más trágicos de la historia. No “dimos el ancho”. Y lo más trágico es que, aun cuando sabemos que no existe el riesgo “cero”, pudimos haber mitigado o, incluso, evitado parte importante de sus trágicas consecuencias, como se hizo en el “cuasimilagroso” caso de Villa Botania, donde el “… trabajo preventivo de Conaf con Caritas Chile y la comunidad, ayudó a evitar que un condominio de 70 casas se incendiara en Quilpué”. “Servicios 13” destaca que se trataba de un proyecto dirigido a reducir el “… riesgo de incendios forestales en la interfaz urbano forestal de Chile”, y explica que es un proyecto financiado por USAID BHA, que beneficia a 14 comunidades, en el que destacan medidas como la “capacitación de la comunidad, la instalación de estanques de agua y la limpieza del entorno para reducir el material combustible” (“Servicios 13”, 6 de febrero, mi énfasis).
¿Era o no posible realizar el mismo trabajo en más regiones y municipios del país? Tiendo a creer que sí, y me pregunto si ese trabajo era parte o no de todos los Planes de Emergencia Municipales en la Región de Valparaíso. Por las entrevistas publicadas acerca del trabajo realizado en Villa Botania, parecía ser simple de adoptar, pero ya sabemos lo ocurrido en Viña del Mar.
Al momento de escribir estas líneas todavía estábamos en una etapa temprana de evaluación de daños, retiro de escombros, reposición de servicios básicos, activación del Fondo Nacional de Reconstrucción, entrega de las Fichas FIBE, pago del Bono de Recuperación, y varias otras actividades, todas necesarias para escapar de la emergencia y ponernos de pie.
Sin embargo, me pareció que las ayudas, recibidas o solicitadas a países amigos –más allá de ser bienvenidas–, se vieron empañadas por anuncios “pomposos”, como el de una auditoría externa del Sistema de Alerta de Emergencia (SAE) solicitada a la UE, debido a posibles “demoras” durante los incendios, y la donación del mobiliario utilizado en la Villa Panamericana a las familias damnificadas por los incendios, así como de un programa satelital de monitoreo terrestre (El Mostrador, 6 de febrero). “Dejo pasar” el anuncio de la cooperación europea sin mayores comentarios, ya que no estoy actualizado respecto del estatus de dicha relación. Tampoco opinaré respecto de la donación del mobiliario de la Villa, por razones obvias. No obstante, la cooperación ofrecida y entregada en materia de información y capacitación por parte de la NASA, o California, y del USDA Forest Service, los conozco lo suficiente como para sugerir que los hemos recibido, utilizado en el pasado y estaban disponibles.
La capacitación, información y apoyo que ya hemos recibido, y que aún están disponibles, nos permitían anticipar la posible ocurrencia de estos eventos y enfrentarlos de mejor manera. Pero ¿por qué tuvimos que esperar esta tragedia para volver a pensar en ellos? Conocemos los riesgos a que están expuestos los cerros de las zonas afectadas y sabíamos que la “mano venía pesada” durante este verano, debido a la cantidad de pastizales y el material vegetal combustible acumulado durante el invierno y las olas de calor de las primeras semanas del año. Pero, una vez más, el Estado estuvo ausente y el “mercado quedo corto” y no cumplió su rol, y como país no “dimos el ancho”. Le fallamos a la Región de Valparaíso, como ha ocurrido en muchas otras regiones y comunidades. ¿Recuerdan los megaincendios del Parque Nacional Torres del Payne en 2011-2012, y del año 2017, en las regiones de O’Higgins, Maule y Biobío? ¿Qué nos ocurre? ¿Tenemos amnesia? No lo sé, pero el Estado –una vez más– estuvo ausente.
Ahora viene la pesada tarea de la reconstrucción. Pero todo esto quedará en nada si no empezamos el trabajo desde la base y trabajamos con y desde las comunidades, pero –además– tomando en serio, de una vez por todas, “dónde localizamos” y “cómo ocupamos” las ciudades. Y el secuestro y posterior asesinato del exteniente venezolano Ronald Ojeda nos golpeó en la cara con parte de la misma realidad, recordándonos –una vez más– que miles de personas están viviendo de manera irregular, en tomas y campamentos, donde el Estado está ausente y ha estado ausente o paralizado por décadas. Por ahora, la gestión del espacio urbano y la planificación de nuestras ciudades están en el “limbo” y –como en muchas otras áreas– le hemos “dejado al mercado” que decida y gobierne. Pero no funciona.
En muchas áreas pareciera que tenemos gobiernos que nos “gobiernan”, que el Estado está en control y que, de una u otra manera, las administraciones que hemos elegido “gerencian” un Programa (algunas veces mejor que otras) que nos ofrece mejorar nuestros estándares de vida, acceso a salud, educación y seguridad, así como proteger a mujeres y niños, y pensiones dignas, entre varios otros “beneficios” y/o derechos. En suma, oportunidades de “desarrollo” para llegar a ser “miembros de verdad” de la OCDE.
Siempre nos gustará compararnos con alguien, especialmente cuando nos quede bien. Y es cierto que en algunos aspectos estamos mejor que varios países vecinos, pero también por debajo de nuestros socios de la OCDE. En varias áreas del desarrollo “hacemos como si”, o “pretendemos” que gobernamos, o que estamos en control, pero la verdad es que estamos llegando siempre tarde (como en el caso de los incendios e inundaciones) o simplemente el Estado NO está o ha estado ausente por décadas.
¿Cuánto tiempo llevamos esperando la reforma del sistema de pensiones o quejándonos del desigual e injusto sistema de justicia, con un sistema penitenciario que, además, no funciona? Las fronteras porosas y el descontrol en la inmigración no son nuevos: se han acentuado, pero no son nuevos. ¿Recuerdan los “vuelos chárter” desde Haití? Los vi, al menos, hace 7 u 8 años. El comercio ambulante tampoco es nuevo y se ha acentuado por la falta de fiscalización y las fronteras porosas que permiten el contrabando. ¿Estamos realmente en control? Yo sostengo que no. ¿Alguien cree que realmente podemos controlar los flujos de comercio?
En estas áreas y otras, “hacemos como que gobernamos”, pero la verdad es que no lo hacemos: o llegamos tarde, o el Estado está ausente y “pretende” que está y que hace algo, pero, en definitiva, creo que –desde hace tiempo– quien gobierna nuestro desarrollo humano, social y económico es el mercado. Las políticas de Gobierno se han diluido, desvanecido, no están o, simplemente, son inoperantes.