De algo que sirva el superpresidencialismo que no hemos sabido reformar. El paso inicial para esto debe ser la formación de una nueva policía, capacitada en el manejo de información y persecución de mafias y dotada con los recursos necesarios para esto.
–¿Cómo que no es una guerra? ¿Por qué dices eso?
–Porque las guerras terminan…
Con ese diálogo entre dos policías comienza The Wire, una de las mejores series de televisión sobre el narcotráfico y la crisis social y política que esto ha provocado en Baltimore, uno de los lugares más pobres y desiguales de Estados Unidos. Hace 50 años, Richard Nixon instaló la idea de que el combate del narcotráfico era una “guerra”, lo que ha tenido avances tan significativos como el dibujo de una raya sobre el agua, y consecuencias desastrosas: encarcelamientos masivos, generalmente de pobres, negros y latinos; corrupción, exportación de la violencia y objetivos cada vez más lejanos y menos alcanzables porque –y esto va a descolocar a los libertarios– las leyes del mercado tampoco funcionan en el negocio de las drogas, porque ahí, aunque disminuya la oferta, por ejemplo requisando o cerrando las rutas del narcotráfico, la oferta y el precio se mantienen. Lo único que aumenta es la violencia y lo venenoso de las drogas que se venden.
Ahora bien, el que no sea una guerra no quiere decir que no haya que combatir este flagelo. El punto es cómo. Algunas propuestas: primero lo primero, con inteligencia policial, no con el Ejército, que está para la defensa de la soberanía del país como objetivo fundamental o para resguardar puntos críticos. Si era por sacar gente con uniforme a la calle para salir en la tele haciendo como que se hace algo, saquemos también a los scouts y a los bomberos, y de pasada a los carniceros para que, como usan delantal blanco, ayuden en los consultorios.
El de las drogas es un problema complejo y debe enfrentarse de manera especializada y multidimensional, en un trabajo que, por ser polifacético, debe ser liderado por el Gobierno y el Presidente. De algo que sirva el superpresidencialismo que no hemos sabido reformar. El paso inicial para esto debe ser la formación de una nueva policía, capacitada en el manejo de información y persecución de mafias y dotada con los recursos necesarios para esto. Este Gobierno llegó con esa promesa al poder, pero no pudo o no quiso y, al revés, lo que hizo fue ratificar a todos en sus cargos, olvidarse de las denuncias y juicios por corrupción, que muchos de ellos enfrentaban, y poner cara de sorpresa ahora que, desde esas mismas filas, vuelven a aparecer casos de corrupción.
Otro de los varios elementos de este problema es el del sistema carcelario. Las cárceles son hoy un lugar de deshumanización, un lugar en el que se transforma a las personas, generalmente niños o casi niños, de delincuentes, en enemigos. Sé que remamos contra la corriente en este punto, porque se ha puesto de moda de nuevo en el mundo esto de animalizar al otro, pero somos humanistas y entendemos que los presos, culpables o no, siguen siendo personas dentro de las cárceles, no animales ni bárbaros, y que deben ser tratados con dignidad. Con dureza, pero con humanidad. El castigo en la cárcel es perder la libertad y la autonomía, no que la gente pase cinco o diez años en una cloaca hacinada, juntando rabia, para que cuando salga lo haga para buscar venganza.
Chile debe invertir en la resocialización de los presos y, para eso, estos deben contar con la posibilidad de trabajar ahí dentro, recibiendo ingresos dignos. Si metes a un papá a la cárcel y no le permites que genere ingresos para alimentar desde la cárcel a su familia, al cabo de dos meses los hijos de ese papá van a estar traficando.
El Estado le falló al sistema carcelario y lo que nos ha enseñado la experiencia es que, ahí donde falla el Estado, entra el narcotráfico. Las cárceles se han convertido, por ese abandono, para los que estamos afuera, en el lugar donde se recluye a los enemigos, y a los que están adentro, en escuelas de soldados del narcotráfico y en centros de operación de las mafias. Si queremos recuperar el terreno perdido por el narcotráfico, debemos hacerlo exigiendo al Estado que se haga cargo, pero que se haga cargo seria e inteligentemente.