El pasado 7 de marzo los gobiernos de Estados Unidos y del Reino Unido advirtieron a Rusia que había posibilidades reales de atentados en el país, sin especificar los posibles blancos o autores, pero el gobierno de Putin desestimó las advertencias.
El mismo día en que el portavoz de la presidencia rusa, Dmitri Peskov, afirmó en una entrevista que “estamos en estado de guerra” –marcando un cambio de fondo respecto de la “operación militar especial” en contra de Ucrania–, Rusia vivió uno de sus peores atentados en los últimos años.
Al menos cinco personas vestidas con ropa militar ingresaron a la sala de conciertos Crocus City Hall, situada en la ciudad de Krasnogorsk, en las inmediaciones de la capital, y abrieron fuego contra los asistentes, para luego incendiar el lugar. 115 personas han muerto, según las últimas informaciones.
Por su parte, tanto el gobierno del presidente Volodimir Zelenski como el Cuerpo de Voluntarios Rusos (una unidad militar que pelea por Ucrania en contra del gobierno de Vladimir Putin), rápidamente negaron haber participado en el ataque.
Horas más tarde, el Estado Islámico (EI) difundió un comunicado, atribuyéndose la autoría del atentado, un día después de que este mismo grupo reivindicara un atentado suicida cerca de las oficinas de un banco en el sur de Afganistán, donde murieron 23 personas y otras 60 resultaron heridas.
El pasado 7 de marzo los gobiernos de Estados Unidos y del Reino Unido advirtieron a Rusia que había posibilidades reales de atentados en el país, sin especificar los posibles blancos o autores, pero el gobierno de Putin desestimó las advertencias, probablemente, confiado en sus servicios de inteligencia y pensando que se trataba de alguna acción de propaganda en el marco de la guerra en Ucrania.
¿El Estado Islámico está de regreso? La verdad es que nunca desapareció y este ataque es un doloroso recordatorio.
Pero ¿por qué atacar Rusia? Para explicar eso, es necesario volver a la década pasada, cuando en 2014 apareció el Estado Islámico ante el mundo, al proclamar la fundación de su califato en los territorios que había logrado controlar en el norte de Siria e Irak.
Fueron los años, por ejemplo, de los atentados en París (2015), cuando militantes del EI cometieron diferentes ataques contra bares y restaurantes, detonando bombas en las inmediaciones del Estadio de Francia y tomando rehenes en la sala de conciertos Bataclan, que dejaron 130 muertos.
A partir de ahí, se sumaron más ataques en Bélgica, Turquía y Reino Unido, entre otros países, sobre todo a manos de los temidos “lobos solitarios”, que eran mucho más difíciles de detectar.
En 2015, Vladimir Putin ordenó el envío de tropas a combatir al EI en Medio Oriente, en una decisión que marcó una diferencia con la estrategia de Estados Unidos y sus aliados, en ese entonces. De esta forma, Rusia fue clave para la destrucción del califato en Siria, donde –además– aprovechó de ayudar a su aliado, el presidente Bashar al Assad, en el marco de la guerra civil siria.
Y tras la retirada de EE.UU. y sus aliados de Afganistán, en agosto de 2021, Moscú ha estrechado los contactos políticos y económicos con los talibanes, a quienes el Estado Islámico considera “traidores y apóstatas”.
De esta manera, el EI parece haber regresado a “cobrar las cuentas pendientes” con la Rusia de Vladimir Putin. Un tema no menor, porque no será nada fácil para el reelecto mandatario enfrentar una ola de ataques terroristas como la que el Estado Islámico realizó en Europa la década anterior, mientras tiene abierta la guerra que inició con su invasión a Ucrania.