La tarea impulsada por las editoriales universitarias regionales es sin duda compleja, pues en Chile no existen suficientes fuentes de financiamiento públicas o privadas que apoyen verdaderamente los esfuerzos editoriales y que, a su vez, acojan la realidad que vive el mundo editorial universitario.
Nuestro país destaca a nivel internacional por la riqueza de sus paisajes, de los grupos humanos que les habitan, de la diversidad de sus economías y de las culturas locales que se han ido gestando. La Cultura Chinchorro, la minería salitrera de antaño y ahora del cobre y el litio, la agricultura de los valles centrales, la extensa ganadería del sur, la Patagonia, el dinamismo de nuestras caletas y puertos. Villorrios, pueblos, ciudades y metrópolis. Chile, país de rincones, así lo denominó Mariano Latorre.
La proyección de esas realidades y culturas locales solo recientemente han sido objeto de rescate, valoración y proyección. Durante mucho tiempo, demasiado para ser exactos, ellas eran desconsideradas bajo el nombre de “provinciano”, en contraste con las luces y la cultura más cosmopolita que se presumía dominaba las grandes ciudades, especialmente Santiago.
La reconsideración de las expresiones culturales locales luchó contra la lógica centralista de parte importante de la sociedad, incluyendo aquí a las burguesías de la minería del norte y la agricultura del sur que viajaban regularmente a Europa y construían sus mansiones en la capital y no en los sitios donde generaban su riqueza.
Pero, también, debió superar políticas públicas que implícita o explícitamente privilegiaban un sistema económico, social, político y sobre todo cultural que enfatizaba una lógica metropolitana en desmedro del Chile rural y de provincia.
La expansión de la educación superior al resto del país, resistida inicialmente por Santiago, empezó a marcar un nuevo rumbo. Junto con la formación de técnicos y profesionales, la creación de incipientes comunidades científicas, el impulso a labores de extensión y articulación con las comunidades locales, dio inicio al rescate de las culturas y patrimonios locales.
Sin duda, las universidades regionales han sido grandes responsables de los nuevos aires que se respiran. Son el principal espacio donde se albergan las personas cuya pasión es practicar, enseñar, investigar y difundir arte y cultura. De sus aulas salen cada año cientos de jóvenes preparados para ser agentes artísticos y culturales que alimentan las iniciativas que impulsan entidades públicas y privadas como las corporaciones, municipios, gobiernos regionales y otras.
Hoy, en el marco del Día Internacional del Libro, es propicio mencionar el noble, necesario y complejo trabajo que cumplen las editoriales de las universidades regionales.
Noble, pues en sus revistas, libros y catálogos hay temáticas y autores que son ignorados por las grandes editoriales nacionales y comerciales. Historiadores locales, científicos(as), poetas, escritores(as), artistas y ciudadanos comunes han sido descubiertos y valorado su talento por estas editoriales. En esta labor, han hecho un inestimable aporte al gran crisol de eso que llamamos la cultura chilena.
La tarea impulsada por las editoriales universitarias regionales es sin duda compleja, pues en Chile no existen suficientes fuentes de financiamiento públicas o privadas que apoyen verdaderamente los esfuerzos editoriales y que, a su vez, acojan la realidad que vive el mundo editorial universitario para brindarles impulsos de cambio y mejoras.
Frente a esta realidad, las universidades regionales, superando sus propias limitaciones económicas, en el Día Internacional del Libro que conmemoramos hoy, mantienen y reafirman su compromiso con sus editoriales universitarias, reconociendo el significativo aporte que entregan con su labor al desarrollo cultural desde los territorios.