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Israel e Irán: escalando Opinión

Israel e Irán: escalando

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Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
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Parte de la solución pasa necesariamente, en ambos países, por un cambio de Gobierno. En Irán la población ha hecho varios intentos, duramente reprimidos, y por el momento no se percibe una alternativa.


Ambos países son enemigos acérrimos en el Medio Oriente y ambos luchan por el liderazgo regional. Hay que decir que una entre las múltiples razones que explican la inestabilidad de esta zona es que hay muchos competidores por esa posición en una región que no es tan extensa. Está Turquía, país que comparte la doble condición de europeo y de Oriente Medio, integrante de la OTAN y probablemente el más fuerte en el conjunto, con una población importante, una economía potente y unas Fuerzas Armadas numerosas, bien apertrechadas y entrenadas. También está Arabia Saudita, que, aunque no cuenta con una gran población, dispone de importantes recursos derivados de los hidrocarburos, domina la península arábiga y también ha constituido unas Fuerzas Armadas bien provistas. Es además guardián de dos de las tres ciudades santas del islam –La Meca y Medina (la tercera es Jerusalén)–, religión absolutamente mayoritaria del área.

Finalmente están Irán e Israel. El primero, al igual que Turquía, tiene una alta población y, aunque su economía lleva tiempo complicada por las sanciones occidentales, cuenta con una gran capacidad militar, que combina con una activa política regional, que incluye la articulación de las minorías chiitas distribuidas en la zona como una extensión de su poder. Irán ha desarrollado su propia industria militar, que incluye misiles y drones, convirtiéndose en un importante proveedor de Rusia respecto de estos últimos. Este país está también cerca de desarrollar sus armas nucleares. De ocurrir aquello, lo que se estima sería factible en un horizonte de algunos años, sería el segundo de la región en acceder a este tipo de armas, tras Israel –que, si bien nunca lo ha confirmado, sí las tiene–.

Finalmente, Israel, no obstante su pequeña superficie y población, es desde el punto de vista militar un actor de primer orden. Su propia convulsa historia le ha llevado a contar con tropas bien adiestradas y armadas. También cuenta con una dinámica economía, de mucho emprendimiento e innovación.

Se debe agregar a este cuadro que el único actor no musulmán es Israel (aunque el 20% de su población lo es). En el caso de Irán, si bien es musulmán, lo es de la variante chiita, que representa no más del 10% de los fieles de esta religión, aunque son mayoría en Irán, Irak, Baréin, Azerbaiyán y, según algunas estimaciones, Yemén, además de minorías importantes en muchos de los países de la región –hay que decir que para los sunitas el chiismo es una desviación del islam–.

La lucha por la hegemonía, en el caso de Irán e Israel, se cruza con la cuestión palestina, siendo el régimen iraní quizá el principal aliado de Hamás, a pesar de que este grupo radical es sunita. Esa alianza se funda en la común aspiración de ambas partes de destruir a Israel. Y esa destrucción, además de “liberar” a Jerusalén, eliminaría a un competidor que tiene crecientes convergencias con los árabes en desmedro de la posición iraní. En suma, la desaparición de Israel no solo dejaría a Irán como un campeón del islam, también fortalecería su posición frente a los árabes.

Para Israel, entonces, Irán es una de las principales amenazas para su seguridad, como se lo recuerdan constantemente las escaramuzas con Hezbollah y, por supuesto, los enfrentamientos con Hamás.

En este cuadro, ha habido una guerra soterrada entre ambos por años. Israel ha ejecutado numerosas operaciones encubiertas para descarrilar el proceso nuclear iraní, lo que va desde asesinatos selectivos hasta ataques cibernéticos. También ha atacado objetivos iraníes en Siria y el Líbano, donde dicho país tiene una intensa actividad para fortalecer a sus aliados locales.

Hace unas semanas, Israel escaló esa dinámica, bombardeando el consulado iraní en Damasco y matando a altos oficiales de dicho país reunidos ahí. Ese ataque, no reconocido formalmente, puede leerse como una fuerte advertencia israelí a Irán en cuanto a no tratar de aprovecharse de la guerra contra Gaza, aunque también se le puede sumar la intención del primer ministro Netanyahu de desviar la atención sobre lo que sus tropas están haciendo en ese territorio palestino, al mismo tiempo que incrementar la tensión regional, lo que favorece su permanencia en el poder.

Ante este ataque, que de paso transgredió el Derecho Internacional y particularmente la inviolabilidad y protección de las misiones diplomáticas y consulares, Irán anunció una represalia de magnitud. Esta llegó con el lanzamiento de una oleada de unos 300 misiles y drones contra Israel. Es la primera vez que Irán ataca a Israel desde su territorio y no por intermedio de sus aliados, como ha sido la constante. Esto fue deliberado, para responder al ataque a su consulado en Damasco y demostrar que está en condiciones de llegar a un enfrentamiento directo si es necesario. En la ecuación iraní también está la variable doméstica y la necesidad de alinear a la población tras sus autoridades.

Como el sistema defensivo israelí respondió bien, no hubo víctimas y casi no hubo daños. El Gobierno israelí estuvo a punto de montar ataques aéreos contra blancos en territorio iraní en represalia, incluyendo sus sitios nucleares. Estos se habrían suspendido a último minuto por directa presión de Estados Unidos, a la que se han sumado los países árabes del área.

Sin embargo, luego hubo una serie de ataques en Irán, Irak y Siria por parte de Israel. En el caso de Irán, parte de los proyectiles habrían sido disparados dentro de este país, llegando a su centro. Con eso Israel demuestra que tiene la capacidad de infiltrarse, lo que podría augurar ataques a centros neurálgicos.

Al igual que el ataque iraní, este habría causado pocos daños y víctimas, siendo considerado como un compromiso entre la cautela y la voluntad de no escalar, con la necesidad de no demostrar debilidad en este gallito.

El problema es que, por más acotadas que sean las acciones, es muy difícil evitar su escalamiento y que deriven en una guerra regional. Irán antes del ataque había advertido que, de ocurrir, tomarían represalias más fuertes. Ahora habrá que ver qué sigue.

Si lo peor llegara a suceder, con seguridad Israel buscaría destruir la capacidad nuclear de Irán. Una guerra en la región, además de los antagonistas, probablemente se extendería incluyendo al Líbano, Siria y los territorios palestinos.

Estados Unidos podría verse forzado a intervenir, no solamente con un alto costo, sino además desviándose de sus prioridades y abriendo espacios para Rusia y China en la competencia global.

Un factor que hace más complejo e inflamable el problema es el aprovechamiento político que quieren hacer los gobiernos de Irán e Israel. Para ambos la tensión es funcional a su mantención en el poder.

Algo que llama la atención es que el Gobierno de Netanyahu no tiene claridad estratégica sobre cómo enfrentar este contexto. Entró en una guerra de la que no sabe cuándo ni cómo saldrá, a la cual se le están abriendo nuevos flancos.

Parte de la solución pasa necesariamente, en ambos países, por un cambio de Gobierno. En Irán la población ha hecho varios intentos, duramente reprimidos, y por el momento no se percibe una alternativa. ¿Será la democracia israelí capaz de hacer a un lado a quienes están llevando al país hacia una grave crisis de seguridad? El drama es que el fuego que se está aventando conspira absolutamente contra eso.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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