La baja productividad se traduce necesariamente en menores salarios y en peores condiciones de pobreza y de vida.
El sector agrícola y silvícola – según la clasificación que el Banco Central realiza de los sectores productivos del país – produjo en año 2023 el 3,0 % del producto interno bruto del país, y un 2.8 % del PIB nacional en el año 2022. Ese porcentaje ha presentado niveles de 3.2 % en los años 2018 y 2019, y llegó a 3.6% en el año 2020. Esa son las cifras en torno a las cuales fluctúa la contribución del sector agrícola y silvícola al PIB chileno.
Sin embargo, el sector agrícola y silvícola ocupa el 6.7 % de la población ocupada, durante el año 2023, y ese mismo porcentaje a principios de 2024. En el año 2022 la población ocupada en el sector agrícola y silvícola representaba el 6.5 % de la población ocupada nacional.
No tenemos, por la tanto, gran variabilidad en las cifras del aporte de la agricultura al PIB, ni en las de utilización de mano de obra. Y lo que esas cifras nos muestran es que el sector agrícola y silvícola ocupa una cantidad de mano de obra que es porcentualmente mayor que su contribución al PIB.
La relación media de producto por hombre ocupado en el conjunto del país ascendió, en el año 2023, a 22.6 millones de pesos a precios constante del 2018. En el sector minero esa cifra alcanzó a 52.3 millones de pesos por hombre ocupado, y en la industria manufacturera esa cifra fue de 19.9 millones de pesos por hombre ocupado.
En el sector agrícola y silvícola, en cambio, el producto promedio por hombre ocupado fue solo de 10.6 millones de pesos. Esta cifra, por lo tanto, es más baja que en el resto de la economía nacional. Producir una unidad de PIB requiere en el sector agrícola y silvícola más unidades de mano de obra que en el resto de la economía nacional.
Como todos los promedios, la cantidad media de producto por hombre ocupado oculta las grandes diferencias que existen dentro de ese sector. Hay sub sectores como el frutícola, que tiene una producción por hombre sobradamente superior al promedio, lo cual permite decir que allí coexisten, junto con él, sub sectores con más baja producción media por hombre que el promedio de la actividad agrícola y silvícola en su conjunto, y desde luego, menor que el promedio nacional.
La baja productividad se traduce necesariamente en menores salarios y en peores condiciones de pobreza y de vida. Según la encuesta Casen del 2022, la pobreza media en el conjunto del país alcanzaba a 6.1 % de la población, pero en el sector rural – que no es necesariamente lo mismo que el sector agrícola y silvícola pero que es una buena aproximación – alcanzaba al 9.9 % de la población.
¿Qué hacer frente esta situación? ¿Cómo levantar un programa de desarrollo agrícola a mediano y largo plazo? ¿Cuáles deberían ser sus metas y objetivos? Aun corriendo el peligro de dar una respuesta demasiado simple frente a un problema que es sumamente complejo, hay que decir que hay que conservar y potenciar a los sectores de alta productividad. No es bueno para nadie que esa productividad decaiga. Hay que exigirle, en todo caso, que respeten las leyes laborales, sindicales, tributarias, previsionales y medio ambientales del país. Al mismo tiempo hay que potenciar la productividad de los sectores agrícolas de baja productividad y de bajos ingresos, mediante la difusión de buenas y nuevas prácticas agrícolas, del incremento del dominio y uso de los procesos digitales, de fortalecer su capacidad de negociación en los procesos de venta de su producción, de la promoción de la organización social y laboral y del aporte por parte del Estado de obras de capital social, tales como caminos, escuelas, canales de regadío, consultorios médicos, etc. Caminando en esa dirección, pero caminando sin descanso – con los objetivos presentados y de muchos otros que el debate y la reflexión pongan de relieve – es posible en el mediano plazo aumentar los ingresos de los sectores agrícolas y silvícolas de baja productividad, y reducir sus niveles de pobreza.