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¿El estancamiento en Chile es político o económico? Opinión

¿El estancamiento en Chile es político o económico?

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François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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Chile tiene potencial para convertirse en un importante productor mundial de energías limpias, lo que podría ayudar a nuevas capacidades industriales que tomen el relevo del sector minero, y el sector minero sigue garantizando una entrada constante de divisas.


Estancamiento. Al leer la prensa, llama la atención la cantidad de artículos que explican la falta de crecimiento de la economía por la crisis política que vive el país. Y, al frente de las causas, el excesivo número de partidos políticos, que condenarían mutuamente a la impotencia al Ejecutivo y al Congreso. No se trata aquí de negar la importancia de la política. Tiene su propia dinámica, aunque hay que señalar que a Países Bajos no le va tan mal a pesar de tener 48 partidos políticos, 19 de los cuales están presentes en el Parlamento.

Se pueden observar, en el caso de Chile, poderosos vientos en contra del crecimiento, que deben analizarse detenidamente si queremos contrarrestarlos. Así que hay argumentos para dar vuelta la explicación: ¿no sería tal vez el estancamiento económico el que, con el tiempo, está impulsando la actual crisis política?

Dos cosas para empezar. Primero, el estancamiento de la productividad y del crecimiento es un fenómeno global sobre el que los economistas se están rascando la cabeza. Pero es más preocupante para Chile, que normalmente debería estar en proceso de alcanzar a otros países y que ahora parece atrapado en lo que se llama la trampa de los ingresos medios.

Segundo, no hay que confundir lo que fueron los años jaguar de Chile, a grandes rasgos desde el retorno de la democracia hasta 2012. Chile tenía instituciones sólidas (¡sí, la política juega un papel!) y, sobre todo, se había vuelto políticamente aceptable. El capital extranjero entraba a raudales. El flujo anual de inversión directa alcanzó el 10% del PIB en algunos años, a lo que se sumó la sorpresa de un precio del cobre muy alto entre 2006 y 2011. Esta inversión impulsó la demanda, pero también tuvo un efecto beneficioso sobre la oferta: mejores infraestructuras, mejores servicios de agua y electricidad, mejores servicios financieros, etc. Pero una vez realizada la inversión, los reemplazos son menos fáciles de encontrar. No se construye un segundo servicio de agua, una segunda ampliación del aeropuerto, etc. De hecho, aparte del sector minero y, como veremos, del energético, los flujos de inversión directa extranjera representan ahora una parte menor de la economía, lo que nos lleva a la lista de vientos en contra:

  • Chile tiene dificultades para invertir de forma rentable en el sector industrial, cuando la industria es una importante fuente de empleo y de habilidades. Hay muchas razones para ello: el pequeño tamaño del mercado, la escasa integración en las cadenas de valor mundiales, debido al “aislamiento” geográfico del país (un factor acertadamente destacado por Sebastián Edwards). Quizás hayamos ido demasiado lejos en la limpieza del tejido industrial, porque, una vez que ha desaparecido, como un bosque arrasado, es difícil volver a plantarlo. La cuestión es difícil. ¿Cuál sería hoy una buena política industrial de parte del Estado?
  • En cualquier caso, la situación económica mundial no es propicia para construir una fortaleza industrial. China está impulsando sus exportaciones para compensar la debilidad de su mercado interior, una debilidad que está organizando deliberadamente. Chile es literalmente adicto a China. ¿Se ha dado cuenta de que el cine Hoyts de Valparaíso ha cerrado para dejar paso a… un emporio chino? La pequeña industria siderúrgica local que queda, junto con la CAP, corre ahora el riesgo de desaparecer.
  • Los servicios ya existentes son relativamente eficientes, incluidos los financieros y administrativos, a pesar de la “permisología”. ¿Qué nuevas áreas de expansión? ¿El turismo? ¿Los transportes nacionales, en particular el ferrocarril? La fragmentación política de América Latina no fomenta el comercio interregional y frena las exportaciones agrícolas y de servicios. Con su eficiente sector bancario y la importancia de sus fondos de pensiones, Santiago pretendía convertirse en el Wall Street de América Latina. Ilusión.
  • El desorden climático está aquí. Ya es una amenaza importante para la productividad agrícola. Hay que esperar lluvias para que el valle del Elqui pueda seguir produciendo su fino pisco. Sin duda, habrá un mayor acceso a las tierras más al sur que se volverán cultivables, pero la transición no será fácil.
  • Como resultado de las entradas de capital durante las últimas décadas, los sectores de servicios son propiedad masiva del capital extranjero. Estas inversiones suelen ser muy rentables hasta el punto de que algunas parecen disfrutar de rentas puras. Por ejemplo, el sector financiero representa casi el 5% del PIB (3,5% en Alemania o Francia). La rentabilidad de las AFP es tal que menos de cuatro años de dividendos (que van en mayoría al exterior) son suficientes para recuperar su capital. Los flujos de dividendos que salen del país (US$ 12 mil millones en 2022) alcanzan la mitad de las inversiones directas del exterior. Y, digan lo que digan, el capital extranjero tiene menos fibra nacional que el capital local y los beneficios industriales resultantes son menores.
  • Más de la mitad del ahorro para las pensiones se destina a inversiones en el exterior, es decir, a financiar empresas y déficits públicos en otros países. ¿Quizás debería invertir más en infraestructuras o en startups? Las reformas aquí son demasiado lentas. Estas salidas de capitales del país, en momentos en que la balanza de pagos se ha vuelto negativa, pesan sobre el precio del peso a favor de las divisas. De ahí una mayor rentabilidad para los fondos de pensiones que invierten en el exterior. Círculo vicioso. Es bueno que los chilenos sean consumidores e inversores, pero anhelan ser también, con sus hijos, productores.

Por supuesto, hay cielos azules por delante. Chile tiene potencial para convertirse en un importante productor mundial de energías limpias, lo que podría ayudar a nuevas capacidades industriales que tomen el relevo del sector minero, y el sector minero sigue garantizando una entrada constante de divisas, a las que hay que dar un buen uso. Y las instituciones del país siguen siendo notablemente sólidas.

Ya que volvemos a la política, dos puntos más. Son la estabilidad, el dinamismo y la calidad de vida del país los que han atraído en el pasado reciente un flujo significativo de inmigrantes, incluido el autor de esta columna. Los economistas generalmente consideran la inmigración como un factor de crecimiento, especialmente la de Venezuela y su nivel relativamente alto de educación. Pero el estancamiento ahora parece impedir que este flujo encuentre trabajo acorde con estas habilidades. Los cruciales problemas de seguridad de hoy, que con demasiada frecuencia están vinculados únicamente a la inmigración, no son ajenos a este mercado laboral empantanado a la fuerza por la falta de crecimiento.

Lo mismo ocurre con la educación, un ámbito en el que debemos invertir. Leemos que nuestro sistema universitario otorga con demasiada facilidad títulos “de cartón”, vacíos de contenido y en cualquier caso poco adaptados al desarrollo económico. Esta obsesión es el tema del último libro de Pablo Ortúzar. Pero también aquí el estancamiento tiene su papel. Nuestros ingenieros de IA (¡y los hay muy buenos!) trabajan más para optimizar el marketing de productos financieros o de champús importados que para ayudar a la CAP a aumentar la competitividad de su acero.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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