Es una buena noticia para nuestra región que Japón haya decidido revitalizar su presencia. La competencia entre China y Estados Unidos en nuestro continente y su lógica de suma cero se atenuará con la irrupción de otros actores.
El primer ministro nipón Fumio Kishida viajó esta semana a nuestra región, con visitas bilaterales a Brasil y Paraguay. Inmediatamente antes estuvo en París, donde además de reuniones con el primer ministro Gabriel Attal y el presidente Emmanuel Macron, fue recibido por el secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y presidió la Reunión del Consejo Ministerial (MCM, por sus siglas en inglés) de este organismo. La MCM es la reunión anual más importante de la OCDE y fue presidida este año por Japón, abordándose cuestiones como el crecimiento sostenible e inclusivo. Otras sesiones trataron la resiliencia económica, el desarrollo sostenible, la Inteligencia Artificial (IA) y la gobernanza y seguridad de datos, entre otros asuntos. Tras esos eventos siguió hacia Brasilia.
La última visita de un gobernante japonés fue en 2018, con Shinzō Abe. Este, en 2014, estuvo en Brasil y expuso en Sao Paulo su visión para una nueva era en las relaciones de Japón con América Latina. Kishida, quien fue ministro de Relaciones Exteriores de Abe y estuvo en ese viaje, expondrá también su propuesta en esa misma ciudad (al momento de escribir esta columna ello aún no ocurría).
Japón lleva décadas en la región y fue el primer país asiático cuyas empresas se instalaron en nuestro continente, haciendo importantes inversiones a partir de los setenta del siglo pasado, partiendo por la minería y otros recursos naturales. Ya en 1980 las inversiones niponas representaban el 17% del total. Japón ha sido también un socio comercial y financista muy relevante, así como un activo donante en materia de cooperación.
Si esto es así, ¿entonces por qué el título de esta columna? La razón radica en que, en los últimos 25 años, a pesar de su importante presencia, Japón ha perdido terreno frente a China y otros países asiáticos. China se ha convertido en el primer socio comercial de la mayoría de los países latinoamericanos y concentra 1/3 de las exportaciones del Mercosur. También ha hecho inversiones estratégicas que incluyen logística, minería y energía.
Para Japón nuestra región es estratégica, por cuanto es fuente de alimentos y de todo tipo de recursos naturales, de los cuales ese país carece y son vitales para su economía y población. En materia alimentaria, una preocupación permanente del Gobierno nipón es la autosuficiencia, considerando que es un archipiélago que no puede proveer a toda su población y que, en caso de cualquier disrupción o conflicto, podría quedar sin abastecimiento. Por eso las autoridades monitorean permanentemente la disponibilidad de alimentos y eso explica también que Japón haya sido siempre opuesto a liberalizar el comercio agrícola. En el período abril 2022-abril 2023, el índice de autosuficiencia en materia calórica diaria fue de 38% para cada persona. Es decir, sin importaciones ni reservas, con la producción local cada habitante satisfaría, en el mejor de los casos, menos de la mitad de lo que requiere diariamente.
Eso explica, por ejemplo, que el 2022 el 20% de las exportaciones brasileñas a Japón fuera maíz. En segundo lugar estuvo el hierro y en tercero, el pollo.
Siendo entonces nuestra región para Japón tan importante y ante el posicionamiento chino, este país ha decidido escalar y volver a recuperar protagonismo. Esa decisión tiene repercusiones globales y, como comentario al margen, a pesar de la debilitada posición de América Latina en el mundo, la buena noticia es que por diversas razones somos relevantes para las principales potencias en la carrera por una nueva arquitectura internacional y, por lo tanto, el desafío está en asimilar esa condición y sacarle provecho como región.
Para esta nueva etapa, la opción de contraparte no es casual. Brasil es la principal economía latinoamericana, pero también hogar de la más grande comunidad nikkei (descendientes de japoneses) en el mundo. Además, y como lo mencioné, es uno de los principales proveedores de alimentos a Japón y ambos quieren acceder a la primera línea mundial desde el multilateralismo existente, integrándose, por ejemplo, como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (la pregunta es si esta aspiración es aún factible o ya completamente extemporánea).
Japón necesita también apresurar su transición energética hacia la carbono neutralidad y, en ese aspecto, Brasil puede ser una gran contraparte. De hecho, ambos gobernantes anunciaron una alianza para avanzar en esa dirección, con Brasil aportando los biocombustibles y otras energías, y Japón complementando con motores y tecnologías para ese uso.
En este pretendido reposicionamiento, Japón también quiere distinguirse por su sello ambiental (frente a la depredación practicada por otros socios económicos de la región), compatibilizando comercio, inversiones y tecnología con el cuidado ambiental. Por eso es el primer país asiático que ha donado fondos para la protección del Amazonas y ha expresado todo su apoyo para la COP30, que se celebrará en la ciudad amazónica de Belem en el 2025.
En lo político global, Kishida había invitado a Lula a participar del G7 en la cumbre de Hiroshima del año pasado y esta complicidad también se extiende al apoyo nipón para la organización de la reunión anual del G20, que tendrá por sede a Río de Janeiro en noviembre próximo.
Todo lo anterior, la elección de Brasil y Paraguay para esta visita (Paraguay preside el bloque este semestre), se debe también a dar una señal de una posible negociación para suscribir un acuerdo comercial entre Japón y el Mercosur. Aunque ello no sería inmediato, la comunidad empresarial nipona ha expresado su opinión favorable a contar con un acuerdo, entendiendo que la relación comercial sería más complementaria que competitiva frente a otros esquemas vigentes. El interés ha sido también acicateado porque Corea del Sur está explorando la misma posibilidad.
Existen en la actualidad cerca de 3 mil empresas niponas que han expandido sus negocios en América Latina, con socios locales, estimulando el desarrollo mutuo.
En el 2014, el entonces primer ministro Abe proclamó la política de “¡Juntos!” entre Japón y América Latina, implicando un compromiso en “liderar juntos”, “inspirar juntos” y “progresar juntos”, sobre todo para mejorar el compromiso económico entre las partes y fortalecer los asuntos regionales e internacionales, el intercambio cultural y el desarrollo económico-social.
Fumio Kishida espera retomar y fortalecer esa senda como parte de la diversificación estratégica de su país, que encuentra al menos en el Brasil de Lula el interés por una alianza que puede ayudar a esa nación a tener un papel más relevante en el mundo.
Es una buena noticia para nuestra región que Japón haya decidido revitalizar su presencia. La competencia entre China y Estados Unidos en nuestro continente y su lógica de suma cero se atenuará con la irrupción de otros actores, entre los cuales la Unión Europea y Japón son los que más pueden influir en los próximos años.
A pesar de todo, América Latina es una pieza valiosa en la competencia por definir un nuevo orden mundial.