Las lecciones de Putre nos obligan a evaluar la marcha del SMO. Como lo hiciéramos el 2003, cuando convocamos a un Foro Nacional donde participaron más de 80 organizaciones e instituciones.
El lamentable fallecimiento del soldado Vargas remueve la conciencia nacional. Vayan primero nuestras sinceras condolencias a su familia. Como es comprensible, el hecho impactó a gran parte de sus camaradas. Muchos de ellos han sido licenciados a la fecha de esta columna.
Esta situación, caracterizada por una lenta respuesta respecto a los hechos, dio pábulo para la emergencia de muchas versiones, varias de ellas encontradas, que se explican por la insuficiente entrega de información oportuna por parte de las autoridades.
Están en curso sumarios institucionales y querellas varias, entre ellas, del Consejo de Defensa del Estado y del Instituto Nacional de Derechos Humanos, así como actuaciones de Fiscalía y requerimientos de la Contraloría, entre otros. La verdad respecto de las causas de la muerte será materia del examen médico forense, y las medidas legales, si corresponden, son tema de Justicia. Si hubo fallas en la aplicación de los protocolos, será tarea de los sumarios el determinarlo.
Mas, en mi humilde opinión, este lamentable y doloroso episodio debiera servir para realizar una revisión profunda de la realidad del servicio militar. En efecto, los 250 conscriptos que iniciaban su periodo de instrucción básica en Pacollo forman parte de los poco más de 5 mil jóvenes que se acuartelaron este año.
Chile fue el primer país que estableció el servicio militar obligatorio (SMO) a comienzos del siglo pasado, mediante una ley, parte de la gran reforma militar que dirigió la misión alemana contratada por Chile a fines del siglo XIX. Durante todo el siglo XX miles de jóvenes se enrolaron, generación tras generación, en los diferentes cantones a lo largo del país.
Dada nuestra geografía, las principales guarniciones se ubican en las zonas extremas, lo cual obligaba a desplazar a miles de conscriptos. Aclaremos que, si bien el SMO se puede cumplir en cualquiera de las tres ramas de las FF.AA., la gran mayoría lo hace en el Ejército. Para el proceso de selección de este año el requerimiento institucional era de 10.696 efectivos, de los cuales el Ejército requería poco más de 8.500 varones y cerca de1.500 mujeres. La Armada demandó 500 y la FACH 50. Aclaremos que el SMO por ley vigente establece una obligatoriedad para los varones y es plenamente voluntario para las mujeres, pero la cuota femenina ha crecido en los últimos años y eso ha paliado la disminución del contingente varonil.
Ojo, los chilenos estamos envejeciendo: la tasa de natalidad viene disminuyendo sostenidamente desde hace varias décadas. En 1990 era de 20.5% y el promedio de hijos por madre era de 2.43. El 2006 (año base de selección para el contingente 2024), las cifras disminuyeron a 14.1% y 18.1%. Lo más seguro –no lo he indagado– es que esas cifras hayan descendido más hoy en día.
Según datos del INE, los nacidos el 2006 fueron 231.383. Asumiendo que la población se divide proporcionalmente en ambos sexos, tendríamos que la base de selección para el contingente 2024 era de alrededor de 115 mil varones. En concreto, cada año tendremos menos jóvenes y el número de voluntarios va descendiendo. Si no fuera por el incremento de mujeres conscriptos, estaríamos ante un serio problema de contingente.
Existen países que han optado por FF.AA. ciento por ciento profesionales. Recuerdo que el expresidente Lagos le preguntó al general Ricardo Izurieta si no habían pensado en ser un ejército profesional y la respuesta fue muy franca y directa: Chile no tiene las condiciones económicas para eso.
Los ejércitos profesionales son caros porque implican carrera miliar de décadas, previsión, salud, habitabilidad para el personal. Además, son Fuerzas Armadas que empezarán a envejecer, sin reservas. Y algo muy importante: el servicio militar permite una cotidiana conexión de las FF.AA. con la realidad de la sociedad, más allá de las burbujas sociales o de cuarteles.
La pregunta puede ser más amplia: ¿son necesarias las Fuerzas Armadas? Existen sectores que por diferentes motivos piensan que no, desde los llamados objetores de conciencia hasta las diferentes variantes de pacifismo, que presumen que vivimos en un mundo de cooperación y paz, con férreos mecanismos multilaterales que cuidan de los derechos de las naciones. Basta ver cualquier noticiario para darse cuenta de lo peligroso que puede ser enamorarse de las ideas.
Entonces, la pregunta es qué FF.AA. necesita Chile en la actualidad, asumiendo que la realidad es dinámica. La respuesta solo puede ser una: necesitamos unas Fuerzas Armadas capaces de neutralizar los riesgos y amenazas que pueden desafiar a nuestro país. Esa pregunta genérica requiere ser aterrizada de manera sostenida y ello se expresa en la Política de Defensa, a cargo del Ministerio de Defensa.En eso estamos atrasados, porque –según nuestra planificación– la Política de Defensa vigente debía haber sido actualizada hace tiempo. Tanto el entorno global como regional se han modificado sensiblemente en los últimos años y todo indica que esos cambios estratégicos se profundizaran en los años siguientes.
Nuestro retorno a la democracia coincidió con la caída del muro de Berlín. Por tanto, requeríamos elaborar una Política de Defensa post Guerra Fría y en democracia. Surgieron diálogos estratégicos múltiples (especialmente con ocasión de los primeros Libros de la Defensa) y una concepción estratégica que apostaba a unas Fuerzas Armadas más operativas, modernizadas en sus recursos humanos y en su tecnología. Ello disminuía sensiblemente el tamaño del contingente de servicio militar. Pasamos progresivamente de tener un ejército de instrucción a uno más operativo. Al mismo tiempo, definidos los objetivos, a lo largo de varios gobiernos, independientemente de su fórmula política, fuimos desarrollando capacidades estratégicas que nos han llevado a uno de los mejores niveles que ha tenido Chile en toda su historia. Todo eso transcurrió en esos treinta años en que, según algunos, “no se hizo nada”.
La triste y lamentable muerte del soldado Vargas debiera servirnos para una reflexión sobre la actualidad y los desafíos del servicio militar, como parte integrante de la Política de Defensa Nacional. La reforma del 2004/2005, que en lo fundamental promovió la voluntariedad sobre la obligatoriedad, evidencia fuertes limitaciones. No dispongo de las cifras exactas del contingente que se acuarteló este marzo, pero todo indica que está muy por debajo del requerimiento institucional. A la baja de la voluntariedad se suma la amplitud de las exenciones, especialmente las referidas a escolaridad. También existen eximiciones por razones económico-familiares y por ser descendiente de víctimas de violaciones de los DD.HH.
Sumemos que el sueldo de los conscriptos bordea los 80 mil pesos. Es lo que autoriza el Ministerio de Hacienda y es lo que aprueba el Congreso en la Ley de Presupuesto. En mi opinión, lo básico es que a un ciudadano que prestará servicios en la frontera por un año debería, a lo menos, pagársele un salario mínimo. No es una cifra que desestabilice los equilibrios macroeconómicos del país y es considerablemente menor a otros gastos, como los sueldos de altos asesores, las renovaciones de automóviles y qué decir de los lamentables casos de malversación que el país conoce.
Las lecciones de Putre nos obligan a evaluar la marcha del SMO. Como lo hiciéramos el 2003, cuando convocamos a un Foro Nacional donde participaron más de 80 organizaciones e instituciones, desde ONGs pacifistas hasta las juventudes de los partidos políticos, así como las Fuerzas Armadas y los centros de estudio abocados a la Defensa. En un plazo acotado todos opinaron, todo se debatió y fruto de ello surgió la reforma del 2005, que en sus inicios dio muy buenos resultados. Examinar con amplitud y rigurosidad por qué se frenó ese proceso es indispensable.
Vivimos desde hace años un fracaso en la seguridad interior del país. Traspasa a este Gobierno, es un tema país. Las familias chilenas viven atemorizadas ante la proliferación de la violencia, que en diferentes formas asola a distintas regiones. Hemos escrito sobre ello, constatando que, si bien existen diversos orígenes, lo común de los focos de violencia es que el Estado ha perdido el control del territorio en regiones del país. Lo recupera a ratos con sendos operativos, pero sus efectos se dispersan cuando los agentes del Estado se marchan.
Es otro gran tema, pero recordemos que uno de los principales focos de inseguridad es la porosidad de la frontera norte, del altiplano en especial, zona que requiere presencia estatal, la que, entre otros, proporciona el Ejército y, en especial, la Brigada Huamachuco. La cotidiana presencia militar en una región dura en condiciones y a menudo olvidada por el resto del país, le pone un freno –parcial– a la infiltración de todo tipo de ilegalidades.
En las grandes ciudades la población demanda legítimamente que el Estado garantice su seguridad. Uno de los reclamos que más se escucha es que para recuperar el territorio no sirve crear más ministerios, o enfrascarse en un pantano de proyectos de ley en el Congreso. Muchas voces reclaman a veces casi con desesperación: “Traigan a los milicos”. Lo mismo ocurre en los terremotos, incendios o tsunamis. Para ello, requerimos tener contingente, soldados, bien entrenados y disciplinados. Por cierto, eso requiere cuidarlos, entrenarlos y protegerlos. Cuidar a los que nos cuidan. Los recursos humanos son lo más valioso que tiene Chile, son lo más valioso de las FF.AA.
Finalmente, una última consideración. Es un lugar común pregonar el liderazgo civil de la Defensa, la subordinación de las Fuerzas Armadas al poder político. Ello exige tener un mando político estratégico que esté a la altura, especialmente en momentos de crisis. Por muy difíciles que estas sean, nuestra doctrina es que en la adversidad se prueba el mando. No se lidera con comunicados, no se puede conducir si el mando no conoce ni se hace presente en el terreno, si no conoce como vive la tropa.
El mejor homenaje que le podemos rendir al soldado Vargas es que su sacrificio permitió que Chile diera un salto corrector en su Defensa y, en especial, en el servicio militar, adonde acudió voluntariamente con prontitud, entusiasmo y patriotismo.