Nuestro futuro colectivo debe ser moldeado por todas las partes interesadas.
En septiembre de este año –en medio de un escenario internacional complejo y convulsionado– la sede de las Naciones Unidas en Nueva York será anfitriona de una reunión mundial fundamental. Grandes expectativas rodean la Cumbre del Futuro, mientras las desigualdades apremiantes puestas al descubierto por la pandemia de COVID-19 y los efectos del clima y otras crisis, azotan todos los rincones del mundo.
“Forjar un nuevo consenso internacional sobre cómo lograr un mejor presente y salvaguardar el futuro”, promete la cumbre. Es un compromiso ambicioso que no se puede lograr sin la participación significativa de todas las partes interesadas, especialmente las organizaciones de la sociedad civil, tanto a nivel local como global.
Sin embargo, a lo largo del proceso la participación de la sociedad civil se ha limitado a consultas virtuales y aportes escritos solicitados con poca antelación. Esto contrasta con el acceso brindado al sector privado y otras empresas comerciales. A menudo, estos últimos son los que están alimentando la destrucción del planeta, al mismo tiempo que crean y exacerban desigualdades sociales y geográficas e impulsan la acumulación de riqueza en manos de los superricos.
La captura corporativa de la agenda de la ONU preocupa a las partes interesadas de todo el mundo y amenaza el apoyo y la legitimidad del Pacto del Futuro.
Es en este contexto que nos preocupa que nuestros comentarios se pasen por alto o incluso se utilicen de manera meramente simbólica. Además, genera preocupaciones sobre la eficacia de los mecanismos de consulta existentes y la aparente omisión de una genuina cocreación del pacto.
De cara a la Conferencia de la Sociedad Civil de las Naciones Unidas que se celebrará en Nairobi los próximos 9 y 10 de mayo –precursora de la Cumbre del Futuro–, hemos subrayado la necesidad de una conferencia inclusiva que proporcione un espacio para una participación diversa, significativa, amplia y segura, incluso de comunidades históricamente marginadas y subrepresentadas. No obstante esto, la ausencia de criterios claros y públicos para la selección de los presidentes y participantes en la Conferencia de Nairobi, la falta de información sobre cómo el proceso influirá efectivamente en el Pacto del Futuro, la exclusión de coaliciones de la sociedad civil dispuestas a participar constructivamente en el debate y el uso simbólico de consultas virtuales para dar una apariencia de participación mientras los documentos oficiales de consulta permanecen inéditos, dejan un sabor amargo. Esto recuerda tiempos pasados cuando el espíritu que sustentaba la organización de tales reuniones era “todo para el pueblo pero sin el pueblo”.
Cuando faltan seis años para que expiren en 2030 los Objetivos de Desarrollo Sostenible (el conjunto de 17 metas de desarrollo acordado por la comunidad de naciones en 2015) el fracaso en alcanzarlos está casi garantizado. Entonces, ¿por qué este nuevo proceso vuelve a cometer los mismos errores? ¿No deberían las organizaciones de la sociedad civil poder protagonizar o al menos ser escuchadas, cuando lo que está en juego es la sostenibilidad de nuestras vidas y la vida del planeta? ¿O es que el futuro que espera la cumbre no es realmente nuestra decisión?
Nuestro futuro colectivo debe ser moldeado por todas las partes interesadas. Como tal, sigue existiendo una necesidad apremiante: la reevaluación del marco de participación para garantizar que las contribuciones de la sociedad civil estén genuinamente integradas en el Pacto para el Futuro y más allá.