Tenemos al frente a una precandidata presidencial que propone no subir los impuestos, porque necesitamos crecer, desconociendo –a pesar de su formación– que hace rato la evidencia da cuenta de la existencia de un círculo virtuoso entre crecimiento y mayor igualdad.
No debieran extrañarnos las convergencias de planteamientos programáticos que comienzan a observarse entre la precandidata presidencial de la derecha y la CPC, menos cuando se trata de materia tributaria.
Es bien sabido que la visión neoliberal que comparte la derecha chilena con una buena parte de los grandes empresarios prescribe en su recetario la conveniencia de una estructura tributaria lo menos gravosa posible como el mejor incentivo para promover la inversión privada.
Sin ir más lejos, como lo proclamó uno de sus sumos pontífices, Milton Friedman: “Estoy a favor de recortar impuestos en cualquier circunstancia, con cualquier excusa, por cualquier razón, siempre que sea posible”.
Todo parece indicar que nuestros exponentes domésticos soslayaron la parte “siempre que sea posible”.
Ello es así, puesto que la realidad de la situación de Chile en cuanto a su cualidad de país de ingresos medios, con ralentización de su tasa de crecimiento desde hace más de una década, con estancamiento de la productividad y altos niveles de desigualdad sugiere, más bien, un aumento gradual y sostenido de nuestra actual carga tributaria.
Resulta bastante plausible suponer que el origen de esta ceguera ideológica radica en la ignorancia u omisión en que incurren constantemente en torno a los aprendizajes que nos proporcionan las experiencias comparadas de los Países Actualmente Desarrollados (PAD), tanto en lo referente a las malas como a las buenas políticas económicas que desplegaron para alcanzar su desarrollo.
Vamos por las primeras.
En la era de Reagan, los recortes impositivos terminaron por generar enormes déficits fiscales, menor crecimiento y mayor desigualdad, lo que llevó al expresidente George H. W. Bush a calificar la política económica de Reagan de subsidio a la oferta como economía vudú.
Veamos las buenas.
En la llamada “edad de oro”, esto es, el período comprendido entre la posguerra y la mitad de la década de los 70, todos los PAD, incluidos algunos que al inicio de esa época tenían un ingreso per cápita no tan lejano al de Chile (por ejemplo, Noruega, Suecia, Finlandia, entre otros) implementaron una estrategia de desarrollo fundada en un rol activo del Estado en la economía, apoyado en un régimen impositivo de carácter intensivo y progresivo.
La mayor recaudación fiscal, creciente en ese período, fue determinante para desplegar en todas estas naciones un abanico muy amplio y variado de políticas industriales dirigidas a agregar valor y complejidad en sus economías, junto con diversificar sus matrices productivas. Asimismo, desplegaron un esfuerzo significativo en adquirir nuevos conocimientos por la vía de una mayor inversión en I+D y en capital humano, además de edificar sistemas de bienestar que garantizaran el acceso y protección a los derechos sociales a toda su población.
Como esta columna no da el espacio para entrar en mayores detalles sobre estas políticas públicas, solo a modo ilustrativo y para usar el ejemplo de las tres naciones que tuvieron un punto de partida similar al nuestro, hoy sus economías se ubican en una posición de liderazgo en el Indice de Complejidad Económica del FMI, aun cuando sus cargas tributarias respecto del PIB son de un 44%, 43,3% y 38,2%, y el índice de Gini es de 0,27, 026, y 0,26 para Suecia, Finlandia y Noruega, respectivamente (cifras OCDE, 2018). Estos indicadores dan cuenta de una realidad en donde la carga tributaria es equivalente al doble de la chilena y sus Gini a la mitad.
¿Algún político, ministro o ministra del Gobierno o economista de la centroizquierda o izquierda está planteando aumentar la carga tributaria siquiera al nivel promedio de la OCDE?
Desde luego que no. De hecho, la propuesta del Gobierno solo pretende recaudar una cifra cercana a dos puntos del PIB para asegurar de manera sostenible el financiamiento de la Pensión Garantizada Universal y otros beneficios sociales que, en su justo derecho, requieren los sectores más pobres de la población
Frente a esta propuesta, tenemos al frente a una precandidata presidencial que propone no subir los impuestos, porque necesitamos crecer, desconociendo –a pesar de su formación– que hace rato la evidencia da cuenta de la existencia de un círculo virtuoso entre crecimiento y mayor igualdad.
Pero, claro, esto no es suficiente para el Partido Republicano y el presidente de la CPC, Ricardo Mewes, parcialmente excusado por su menor formación en el campo de la economía, por lo que proponen bajar la actual carga tributaria, suscribiéndose de esa forma –por adhesión– a la corriente de la economía vudú.