El tema de la falta de representatividad social de la política no pareciera solucionarse en el debate valórico ni en la invención para los partidos de nombres de fantasía con un collar de apellidos sin rima.
Eso de “Pienso, luego existo”, si se toma en el sentido de que el pensamiento crea la existencia, es bastante absurdo, de manera que es muy fácil creer en ello (Credo quia absurdum, me susurra don Google). En realidad, lo que hace el pensamiento es empeñarse en negar lo existente… y no le ha ido mal. Alguien podría decir que la política es el arte de aquello, en cuanto se empeña en negar lo existente; para bien o para mal, como a usted le parezca.
Recordará usted que se trató de negar la existencia del desinterés por la política electoral, demostrado en la no inscripción en los registros electorales, declarando la inscripción automática; luego se negó la existencia del desinterés por concurrir a votar, declarando que se iba a castigar a los que no lo hicieran. Con esto todos quedaron inscritos y todos fueron a votar, la ciudadanía se transformó en una entusiasta de las contiendas electorales y se acabó el desinterés por la política.
Aterricemos aquí y ahora, porque en eso de negar lo existente estamos otra vez en lo mismo. En efecto, empiezan a levantarse voces proponiendo que, si no tenemos nueva Constitución y andamos a patadas con el orden, al menos hagamos un cambio en el sistema político, porque es sabido que la culpa siempre la tiene el sistema.
Por cierto, nadie pretende una gran transformación, pues seguramente vamos a seguir con eso de ser república, con democracia representativa, con presidencialismo, con división de poderes, con organismos autónomos y derechos repetidos hasta el mar. Los cambios que empiezan a plantearse para el sistema político pueden parecer una cosa poca, referida fundamentalmente al sistema de partidos políticos mediante el resquicio de meterle mano al sistema electoral.
El diagnóstico parece relativamente simple: hay muchos partidos políticos y eso resta eficiencia al proceso de toma de decisiones y su implementación. Esto contribuye, como tantas otras cosas, al desprestigio de la política de los que la trabajan. Aunque los números son relativos por definición, se considera que 21 partidos en el Congreso es mucho. Porque son 21 voluntades, 21 conciencias, 21 principios, 21 doctrinas, 21 programas, 21 utopías; todos únicos e irrepetibles. Esto se hizo más presente por el trabajo de pirquineo que se tuvo que realizar recientemente para convencer a los no muy grandes (pequeños es una palabra discriminadora) de lo conveniente que resultaba para el país y sus alrededores decidir lo más conveniente para el país y no equivocarse.
Alguien podría pensar (no yo, por cierto, que no pienso) que el desprestigio de los partidos y de los políticos se sustenta en otras cosas, pero eso del número parece más científico, porque cualquier cosa que lleve números toma cara de científico. En todo caso, aunque no tenga números, no parece ocioso recordar de dónde viene esto de los partidos para fantasear un poco al respecto.
Los partidos políticos modernos, los partidos de masa, corresponden a la modernidad misma, esto es, al desarrollo del capitalismo industrial y a la emergencia de la sociedad de clases característica de ese momento. Es en esas circunstancias, cuando la clase trabajadora toma conciencia de tener un interés diferenciado de aquello que se suponía el interés general atribuido a la nación, interés general que el desarrollo de la racionalidad, mediante el debate público, permitiría implementar en una legislación apropiada al bien común. Pasa así desde su organización sindical en la empresa a una organización política, que serán los partidos de trabajadores, los que lucharán por sus intereses, ya sea proponiendo una radical transformación de todo el sistema económico social o planteando reformas que mejoren su situación en tal sistema.
Estos partidos llegan a ser bastante fuertes y exitosos y logran en muchos países de inicial desarrollo capitalista una legislación de protección social que los favorece, generando sociedades más igualitarias. Será el éxito de este tipo de organización lo que llevará a la organización de otros partidos de masa, opuestos y orientados a enfrentar el desafío que ellos plantean, generándose así el moderno sistema de partidos con izquierdas y derechas.
Por cierto que no siempre eso es así, no es necesario que me lo diga, pueden encontrarse muchos sistemas de partidos con diferenciaciones particulares y es sabido que la principal potencia capitalista no tuvo nunca un partido de trabajadores relevantes y que su organización sindical no superó el nivel corporativo. De más está decir, pero se me antoja, que esa potencia sigue siendo hoy una sociedad de muy alta desigualdad social.
Las consideraciones anteriores, que no son mías sino de un autor que no recuerdo, sirven bastante para comprender la crisis de los partidos políticos que caracteriza a la actualidad. En esta actualidad, los partidos políticos, en general, no parecen ser expresivos de sectores sociales, y sus doctrinas se construyen livianamente y sin mayor conexión con intereses de sectores sociales definidos o, si es que ello ocurre, se ocultan piadosamente. No es que sean perversos, aunque nada impide que lo sean, pero difícilmente pueden recuperar un momento de la sociedad de clases que ya pasó. La gran presencia del obrero industrial ya no existe y las diferenciaciones sociales que se producen en el capitalismo tardío, desarrollado o subdesarrollado, no logran articularse en un interés político.
En estas condiciones, no es tan raro que la política aparezca desvinculada de la sociedad y se autonomice en un juego que corresponde esencialmente a los interesados profesionalmente en la empresa. Estos profesionales de la política velarán principalmente por sus intereses personales en el juego de su carrera política. Desgraciada o afortunadamente, aquí no rige la supuesta “astucia de la historia”, que hace que cada uno, movido por sus pasiones e intereses personales, actúe contribuyendo sin quererlo al cumplimiento de la finalidad de la historia (no sé en qué andaba pensando Guillermo Federico).
El sistema político se construye y desarrolla de acuerdo al interés de los políticos profesionales, de manera que la ocurrencia de un cambio en el sistema político solo se hace posible en la medida que los mismos jugadores estén dispuestos a cambiar las reglas del juego. Naturalmente la disposición a cambiar las reglas del juego solo existirá en la medida que esos jugadores consideren que tal cambio les otorga ventajas en el juego o, al menos, no les significa pérdidas.
En la actualidad, las propuestas que circulan en los pasillos del intelecto experto apuntan a generar un sistema de partidos fuertes, responsables, dialogantes y atractivos que dignifiquen la política y que en un actuar colaborativo contribuyan al desarrollo de decisiones que favorezcan el bienestar de la ciudadanía, naturalmente, naturalmente.
Para obtener tal tipo de partidos se plantea poner un mínimo de un 5% del total de votos para poder tener parlamentarios elegidos, eliminar los pactos electorales, disminuir el número de parlamentarios, realizar elecciones parlamentarias conjuntamente con la segunda vuelta presidencial, reducir el número de parlamentarios elegidos por distritos, castigar con pérdida del cargo al parlamentario que abandona su partido y otros ingenios que permitan controlar la proliferación de partidos no muy grandes y de disidentes. El ideal de la ingeniería institucional es acercarse al bipartidismo, con un partido en el Gobierno y otro en la oposición, que puedan alternarse sin mayores escándalos. La política como administración es el ideal del ingeniero institucional preocupado de la eficiencia.
Es posible que con tales reformas al sistema político el proceso sea más ordenado y más tranquilo, pero igualmente ajeno a una sociedad que observa el espectáculo desde afuera y con poca simpatía. La política, alienada de la sociedad, pasa a ser negocio de los políticos. Aquí rigen las reglas del negocio, en que las posibilidades de ganancia determinan las opciones de emprendimiento. Puede ser conveniente hacer carrera en los partidos monopólicos o puede ser conveniente competir con pequeñas tiendas.
En sociedades heterogéneas estructuralmente y atomizadas ideológicamente es difícil la constitución de partidos grandes, representativos de clases o sectores sociales significativos, que lleven a la institucionalidad el procesamiento del conflicto. El tema de la falta de representatividad social de la política no pareciera solucionarse en el debate valórico ni en la invención para los partidos de nombres de fantasía con un collar de apellidos sin rima. En una de esas, con una manito de gato al sistema político, todo queda bonito.