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El cuerpo viejo en la cotidianidad significativa Opinión

El cuerpo viejo en la cotidianidad significativa

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Kurt Scheel
Por : Kurt Scheel Derecho UDP
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La muerte social de la persona mayor solamente se producirá si hay allí afuera quienes desconozcan su existencia como sujeto de derechos.


Siglos atrás, en las sociedades grecorromanas, quien envejecía adquiría un control total y soberano sobre su propia vida. La llegada de la vejez significaba la culminación del aprendizaje, una suerte de iluminación cognitiva impulsada por un acontecimiento biológico deseado por la juventud; la entera satisfacción de mente y cuerpo, resultando en la autorrealización del sujeto.

Hoy, nadie disfruta envejecer. El viejo es moribundo e indeseado. La dicotomía joven-viejo a la manera inexperto-sabio se transforma en una dicotomía vivo-muerto. Una ruptura simbólica que genera una percepción impropia y errada del envejecimiento. A la vejez se le teme, se le rehúye. El viejo está enfermo y no es autosuficiente: requiere cuidados, atención y representación judicial, pues ya no es hábil para ejercer sus derechos, ¿cómo podría serlo, si está viejo? El solo paso del tiempo significa una cercanía inherente a la muerte. Y la muerte, un hecho socialmente malo.

Se exige un cuerpo joven. La experiencia, e incluso la efectiva funcionalidad cognitiva del viejo, pasan a un segundo plano. Muchos sospechan que esto se debe a la productividad del cuerpo en la modernidad. El cuerpo debe encontrarse en constante mejora para ser productivo; ser ágil, fresco, móvil, capaz de trasladarse rápidamente en pos de su exigente rutina. Esa constante mejora parecería ser, entonces, incompatible con envejecer. Aquí, un día más de vida es un día más cerca de la muerte, donde juventud-vejez parecen ir en el mismo camino que vivir-morir, a tal punto de confundirse unas con otras.

Esta parece ser una razón ontológica relevante por la cual cuidar es indeseado por las personas. Cuidar a este cuerpo viejo que ya no es autosuficiente implica echar pasos cerca de la muerte. Nos obliga a pensar en nuestro propio futuro, nuestro ineludible destino hacia el envejecimiento y, consecuentemente, al fin de nuestra vida.

Todo lo que represente vejez es algo de lo que apenas se dialoga en el espacio público. Y cuando se hace, los interesados son siempre los mismos. La muerte occidental significa el fin de todo y no es deseable detenerse, ni siquiera por ocio, porque hacerlo es socialmente inútil. Hablar de esto, entonces, es poco ameno porque nos hace reflexionar sobre la muerte.

Hay en esto una relación con la llamada medicalización de los fenómenos sociales. Como ya alertaban Conrad y Schneider en 1992, la biomedicina y las tecnologías médicas contribuyen a modelar la percepción social sobre la vejez. Así, las enfermedades que afectan a las personas mayores definen al sujeto. Se es enfermedad y, luego, persona. De esta manera, el viejo es definido socialmente por su carencia. Esta carencia le cubre como un gran manto que no permitiría ver, debajo, su humanidad. Sin embargo, resignificar la vejez en la cotidianidad significativa implica relevar las características humanas de la persona mayor. La vida y significado de persona no se encuentran “bajo” el cuerpo viejo, sino por encima de él.

Consecuentemente, antes de tener derechos y espacio en la vida pública por estar vivos y sanos, jóvenes y eficientes, los tenemos por la exclusiva calidad de ser personas. La vejez, entonces, no debe valorarse en términos de apariencia y resultado, como sujetos creadores de actos y productos, sino en la comprensión de un proceso biológico que demanda una adaptación del medio social a los cambios del cuerpo. Esta parece ser la forma más adecuada para quienes defiendan una democracia con igual ejercicio de derechos para todos.

La muerte, por su parte, como hecho futuro y cierto, si bien representa el fin de la calidad de persona, que se inicia con el nacimiento, solamente se produce al momento de la muerte misma. Mientras eso no ocurra, el que vive tiene derecho a hacerlo en igualdad de condición y trato. La muerte social de la persona mayor solamente se producirá si hay allí afuera quienes desconozcan su existencia como sujeto de derechos. El reconocimiento activo implica desactivar la animadversión hacia la muerte, disfrutar los momentos improductivos y reconocer la enfermedad como un fenómeno que nos hace humanos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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