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Realismo trágico: qué decir de la migración cuando nada puede decirse Opinión

Realismo trágico: qué decir de la migración cuando nada puede decirse

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Fernanda Stang
Por : Fernanda Stang Investigadora en temas migratorios, Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud (CISJU), Universidad Católica Silva Henríquez (UCSH)
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Qué decir cuando nada puede decirse, cuando el discurso quedó cancelado, cuando se ha articulado un relato hegemónico que ha condenado a las voces disidentes al silencio o al ataque desquiciado de los comentarios de Facebook, Instagram o X.


“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Así parte Cien años de soledad, de García Márquez. Un libro que, como muchos coinciden, es la obra maestra del realismo mágico latinoamericano, ese movimiento pictórico y literario que, dicho con herejía sintética, muestra lo irreal, lo extraño y lo onírico como algo cotidiano y común. 

A cuento de qué viene este comienzo, se preguntarán. Pues bien, es que podría decirse que, en materia de migración, lo irreal, lo extraño, lo onírico-trágico, se ha vuelto cotidiano en Chile. Así, un cantante noventero puede decir públicamente que hay que “correrle bala” a los migrantes que ocupan el espacio público, que “ojalá que se los piteen a todos”, que han traído una “cultura de mierda” y, más que condena generalizada, prima un apoyo catártico en redes sociales, con “usuarios” sosteniendo que al fin alguien tiene el coraje de decir lo que todos piensan, pero nadie se atreve a expresar, porque no es “políticamente correcto”.

O a alguien puede cruzársele la trasnochada idea de bloquear el ingreso a un espacio de abastecimiento de frutas y verduras a partir de la posesión (o ausencia) de un documento de identidad. O un grupo de legisladores encuentra lógico y necesario presentar un proyecto de ley para que niñas y niños nacionales o migrantes regulares tengan prioridad por sobre los indocumentados en el otorgamiento de matrículas para acceder al derecho a la educación. O un funcionario público puede hacer declaraciones en las que equipara migración irregular con delincuencia sin ningún pudor, es más, puede usar ese argumento para fundamentar la adopción de medidas de gobierno. Y a la inmensa mayoría de quienes viven (vivimos) en este país, esto les parecerá de lo más común. Del realismo mágico al realismo trágico.

Un colega argentino estudioso de las migraciones, Eduardo Domenech, solía decir que en materia de migraciones no hay gobiernos de derecha o de izquierda. En efecto, cuando se trata de migraciones opera el pensamiento de Estado, que, como decía el sociólogo argelino Abdelmalek Sayad, es un pensamiento nacionalista. Aun así, la lógica lleva a pensar que, si un programa de gobierno está marcado por un horizonte progresista, ese horizonte atravesaría todas las dimensiones de ese gobierno. Pero el ámbito migratorio ha sido impermeable en ese sentido, más bien ha sido hiperpermeable a un discurso reaccionario, xenófobo y securitario, que ha hecho correr el cerco de esta arena más allá de los límites imaginables.

Poco puede decirse sobre el tema en un espacio público colonizado por esta narrativa, y columnas de opinión como esta están condenadas a la invisibilidad o, con suerte, a la funa, en la lógica maniquea de las redes sociales, que mucho tiene que ver también con este escenario. Qué decir cuando nada puede decirse, cuando el discurso quedó cancelado, cuando se ha articulado un relato hegemónico que ha condenado a las voces disidentes al silencio o al ataque desquiciado de los comentarios de Facebook, Instagram o X, que se amparan en la impunidad del anonimato virtual, amplificado por bots. Poco se puede decir, es cierto, pero tenemos que seguir haciéndolo. Porque lo excepcional, cuando atenta contra los derechos humanos, no puede volverse cotidiano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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