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Siento, luego pienso: nuevos órdenes posibles Opinión

Siento, luego pienso: nuevos órdenes posibles

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Andrea Molinari
Por : Andrea Molinari Psicóloga Clínica
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¿Cuáles y cómo han sido las tristezas que te han llevado a esos pensamientos y representaciones del mundo?


Baruj Spinoza (1632-1677) fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XVII. Nació en Ámsterdam, en una familia judía que, como muchas otras, había huido de Portugal debido a las persecuciones por parte de la Inquisición. Spinoza recibió una educación tradicional judía, rigurosa y estricta, en una escuela de la comunidad. Durante su adolescencia, mostró un gran interés por la filosofía y las ciencias, participando en círculos intelectuales y debates con otros pensadores de la época. Lo anterior, le permitió ampliar sus conocimientos y desarrollar sus propias ideas filosóficas y científicas. 

Con el paso del tiempo, Baruj Spinoza comenzó a construir su propia concepción de Dios, distinta a la de su familia y comunidad. No le hacía sentido la idea de un Dios creador, semejante a los seres humanos e inaprensible. Spinoza creía en un Dios idéntico al universo y sus leyes naturales, infinito, del cual haríamos parte y podríamos conocer a través del saber, abandonando un mundo de supersticiones e ignorancia –esta última, condición que consideraba una forma de esclavitud–.

Esta propuesta filosófica lo llevó a conflictos con la comunidad judía de Ámsterdam, la cual decidió excomulgarlo por sus ideas heréticas en 1656; sanción que fue acompañada de una maldición formal. Este acto significó su total separación de la comunidad y su familia, quedando marginado a sus veintitrés años. 

A pesar de este suceso, que podría haberlo sumido en una profunda desesperanza y resignación, Spinoza perseveró con sus motivaciones y proyectos filosóficos. Es más, para seguir escribiendo sobre estas ideas, decidió cambiarse el nombre a Benedictus de Spinoza, siendo Benedictus la versión latina de Baruj, que significa “bendito”. Para sostenerse económicamente comenzó a trabajar puliendo lentes en su casa. Lo anterior también da cuenta de su valentía, ya que nunca renunció a su proyecto filosófico, independiente de las consecuencias que pudiese tener. 

Su obra filosófica más importante se titula Ética demostrada según el orden geométrico (1677), en la cual trabajó desde 1661 hasta 1675, año en el que la consideró lista para su imprenta y publicación. Este libro contiene cinco apartados en los cuales Spinoza presenta su filosofía, una propuesta para acercarnos a una verdad; Dios –primera causa de todas las cosas–, el origen de la naturaleza de la mente, el origen de la naturaleza de los afectos, la servidumbre y libertad humana. 

Para el propósito de esta columna, me interesa detenerme en la forma en que este filósofo piensa los afectos, es decir, las variaciones de la capacidad del cuerpo para actuar y ser afectado por otros cuerpos, incluyendo tanto las emociones mentales como los estados físicos. Para Spinoza, los afectos, sentimientos y/o emociones son fuerzas y manifestaciones de nuestra Naturaleza, que permiten preservar nuestra existencia, y preceden el pensamiento, es decir, la reflexión consciente. Dicho de manera simple, sentimos, y luego pensamos, y no a la inversa. 

Actualmente, existe vasta evidencia científica que corrobora la propuesta spinoziana. La amígdala, pequeña estructura del cerebro relacionada con las emociones, responde a estímulos antes de que el sujeto sea consciente de estos. Esto significa que los afectos y emociones toman tiempo en pasar de lo subconsciente a lo consciente y, por lo tanto, ser elaborados y pensados. Tal como plantea el reconocido neurocientífico António Damásio, y siguiendo la línea filosófica de Spinoza, el cuerpo sabe lo que la mente aún no se ha dado cuenta. 

Ahora, ¿qué implicancias tendría para la psicología y la psiquiatría admitir estos saberes filosóficos y científicos? ¿Qué ocurriría con la línea psicoterapéutica y/o psiquiátrica cognitivo-conductual, que ha montado su teoría suponiendo que los trastornos mentales encuentran su origen en un sistema de creencias –llamadas distorsiones cognitivas– que repercuten negativamente en los estados anímicos? ¿Por qué una corriente teórica que trabaja en base a la evidencia científica no se actualiza acorde a los nuevos descubrimientos científicos que cuestionan los cimientos de su propuesta? 

Me parece importante, desde un espíritu spinoziano y científico, ser consecuentes y rigurosos con las teorías desde las cuales comprendemos los fenómenos psíquicos, no solo porque guiarán nuestro quehacer como profesionales de la salud, sino porque también repercutirán socialmente en la forma de responder frente a los padecimientos psicológicos. Intervenciones tales como “usted se siente mal porque piensa de manera muy negativa” o “piense positivo y superará su depresión”, no solo culpabilizan a quien expresa su malestar, sino que carecen de fundamentos filosóficos y científicos.

Dicho lo anterior, propongo entonces escuchar los estados de ánimo, en una primera instancia, desde los afectos preguntando de la siguiente forma: ¿Qué sientes? ¿Cómo se sienten esas emociones y/o sensaciones? ¿En qué partes del cuerpo se sienten? ¿Hay situaciones particulares o personas que evoquen aquellos sentires? 

¿Cuáles y cómo han sido las tristezas que te han llevado a esos pensamientos y representaciones del mundo?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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