¿Por qué la Comisión Experta tuvo éxito ahí en donde otros fracasaron? ¿Cuáles son las lecciones que podemos aprender de este proceso?
Este 5 de junio se cumple un año desde que la Comisión Experta terminó de aprobar su anteproyecto de nueva Constitución, proceso del que formé parte como asesor. De esta etapa se han levantado muchos mitos que solo han servido para oscurecer sus lecciones, las que merecen ser rescatadas, porque forman parte de lo mejor de nuestra historia política reciente e iluminan un camino para salir de nuestro empantanado presente.
Partamos por los mitos. A muchos operadores del sistema político les sirve presentar el trabajo de la Comisión Experta como un panorama bucólico de entendimientos meramente académicos. No hay nada más lejano de la verdad.
El proceso fue profundamente complejo y largo, con peleas en los pasillos y por la prensa. Basta recordar que, tras meses de discusiones, el acuerdo final fue logrado un martes cerca de la medianoche, siendo que la Secretaría Técnica había señalado que el plazo final era el lunes anterior al mediodía. ¿Qué pasó en esas 36 horas? La izquierda avisó que no iba a concurrir a un acuerdo en el que no se viera reflejada, y la derecha –entendiendo que se caía el proceso y que Republicanos iba a tener carta blanca para escribir su propio texto– cedió en varios puntos, fraguando un compromiso a última hora. De un oasis de acuerdos y buenismos, nada. De una negociación política llevada a cabo por profesionales, mucho.
Así, la Comisión Experta fue la única etapa de los procesos constitucionales que le pudo ofrecer a Chile eso que necesitaba; en palabras de Gabriel Osorio, “no una Constitución para quedar contentos, una Constitución para quedar tranquilos”, o en palabras del vicepresidente Sebastián Soto, “un texto sobrio, un puente entre el pasado y el futuro”.
¿Por qué la Comisión Experta tuvo éxito ahí en donde otros fracasaron? ¿Cuáles son las lecciones que podemos aprender de este proceso?
A mi parecer los factores más importantes fueron dos: fue una etapa en donde los participantes nunca perdieron de vista el propósito por el cual fueron convocados y en donde lo colectivo primó por sobre lo personal.
Si la Comisión Experta tuvo una virtud principal, esta fue que quienes la integraron fueron capaces de dejar de lado consideraciones ajenas para centrarse en un objetivo claro: escribir una propuesta constitucional moderna, de la que todos pudieran sentirse parte. En su discurso de cierre, la presidenta Verónica Undurraga señaló que fue la claridad de este propósito lo que les permitió a los integrantes de la Comisión navegar por aguas tormentosas. De manera un poco menos poética pero igual de clara, Gabriel Osorio dijo que no había que enamorarse de las ideas, había que enamorarse de los objetivos.
En la política contingente, en cambio, los objetivos son muy difusos. Quienes trabajan en ella tienen la necesidad de atender intereses particulares y colectivos, de defender ideales propios o partidarios y de balancear equilibrios de poder precarios. Esto a veces hace que se pierda el norte, como ha pasado en el debate sobre la reforma de pensiones.
Para muchos, esta reforma ha dejado de ser una oportunidad para mejorar las condiciones de vida de millones de jubilados y se ha transformado en un gallito político y comunicacional entre el Gobierno y la oposición. Todos nos beneficiaríamos si quienes forman parte de este debate recordaran su objetivo con claridad: entregarle mayor dignidad a los chilenos en su vejez.
La segunda lección es que el anteproyecto de la Comisión Experta –a diferencia de los textos de la Convención y del Consejo Constitucional– fue una construcción colectiva. Muchas veces la política cae en lo que Sebastián Soto denominó como la lógica amigo-enemigo, en donde las personas pierden la capacidad de ponerse en los pies del otro. La socióloga Kathya Araujo señaló, en una columna muy citada durante el proceso, que en Chile cuando hay problemas las personas tienden a construir diques y no a tender puentes.
Si en esas horas cruciales –cuando se acercaba el plazo fatal– los comisionados lograron sellar un acuerdo, fue porque nunca dejaron de percibir en el otro una persona que tenía como objetivo principal cumplir con el mandato común. Ese reconocimiento del otro como un interlocutor válido no es un buenismo, como les gusta pensar a quienes nunca logran acuerdos, sino que es ser un profesional de la política que sabe que solo así se construyen logros significativos.
No es necesario, por evidente, señalar ejemplos contingentes en donde políticos de cualquier color han dejado de ver a sus contrapartes como interlocutores válidos y los efectos nocivos que esto ha tenido en nuestro debate público.
A muchos operadores del sistema político les conviene hablar del acuerdo logrado por la Comisión Experta como un espejismo imposible de repetir por etéreo y fugaz. No fue eso. El éxito de la Comisión Experta fue el resultado del arduo trabajo de profesionales que se comprometieron con un objetivo claro y que fueron capaces de poner sus intereses personales de lado para lograrlo. Eso no solo es repetible, sino que es lo mínimo que les deberíamos exigir a nuestros políticos.