Las alternativas, en suma, implican cambios radicales respecto de lo que ha venido siendo la trayectoria del CNA. Como hace 30 años, los escenarios que se abren son complejos, con mucha frustración social, aunque esta vez no hay nadie de la talla de Mandela.
Aunque las encuestas y pronósticos lo anticipaban, otra cosa es que haya sucedido, porque en política y en las elecciones siempre puede haber sorpresas. En los comicios generales que acaban de tener lugar en Sudáfrica, el Partido del Congreso Nacional Africano (CNA) que llegó al poder con Nelson Mandela en 1994, poniendo fin al régimen del apartheid, por primera vez perdió su mayoría absoluta parlamentaria.
Este sábado se conocieron extraoficialmente los resultados de los comicios del miércoles, ya con el 99,5% de las papeletas escrutadas. El partido comandado por Cyril Ramaphosa sacó el 40,21% de los votos –una significativa disminución del 57,5% de 2019–; seguido por la neoliberal Alianza Democrática con el 21,79%; el Umkhonto We Sizwe, partido recién fundado por el exgobernante y exlíder del CNA Jacob Zuma, con el 14,61%; y, en cuarto lugar, los radicales de izquierda Fighters for Economic Freedom, con 9,48%.
Este resultado sin duda es un hito en la historia postapartheid y, junto con cerrar un capítulo, plantea varias interrogantes respecto del futuro sudafricano.
Veamos primero las causas que llevaron a esta derrota y al término de un ciclo.
Sudáfrica pudo haberse hundido en una guerra civil de negros oprimidos contra blancos opresores, pero tuvo la fortuna de contar con un líder excepcional: Nelson Mandela. Este, quien pasó la mayor parte de su vida preso por su consecuencia e ideales, entendió que no podía surgir un nuevo régimen legítimo sobre las cenizas de otro, por cuanto sería invertir la ecuación del apartheid, y que beneficiaba a todos, a partir de lo existente, pujar por crear una sociedad inclusiva que nivelara hacia arriba a la población negra.
Nelson Mandela convenció a la mayoría de la población negra de transitar por la vía pacífica y democrática, negociando con el gobierno blanco hasta que finalmente se acordó un cronograma electoral abierto a toda la población.
En líneas generales, el pacto fue transferir el poder a la mayoría negra y que el Estado pudiera apoyarla económicamente para mejorar su condición, a cambio de evitar expropiaciones y confiscaciones masivas a los ciudadanos blancos.
En la primera elección, y si bien el CNA triunfó ampliamente, pudiendo gobernar solo, Mandela igual se abrió a una coalición para dar una señal de unidad e inclusión, contrapuesta a los amargos años anteriores.
Siendo Sudáfrica un país muy desigual, en el cual la gran mayoría de la población negra vivía en la pobreza frente al segmento blanco que en promedio tenía condiciones de país desarrollado, la prioridad del CNA fue disminuir esa brecha. Por eso, y según lo pactado, se empezó a apoyar con todo tipo de esquemas e incentivos a la población negra, como becas para la universidad, plazas preferentes en la administración pública, subsidios, etc.
Después de años de postración, discriminación y desesperanza, la mayoría del país vio con optimismo su futuro.
Lamentablemente, las expectativas empezaron a frustrarse y explican este último resultado electoral. Las causas son múltiples y complejas, pero se potenciaron. En primer término, estuvo el liderazgo de Mandela. Muchos y especialmente los jóvenes actuales lo critican porque argumentan que no se atrevió a expropiar la mayoría de los bienes de los blancos y especialmente sus tierras. En su óptica, si ello hubiera ocurrido, se habría permitido una redistribución mucho más potente en favor de los negros, los que habrían mejorado sustancialmente su condición.
Este argumento lo recogemos también en otras latitudes, incluyendo a Chile, respecto de transiciones pactadas, en la que los más jóvenes piensan que se entregó demasiado al régimen saliente y a sus aliados. Esto es la clásica circunstancia de juzgar con la lógica del presente algo del pasado.
No quiere decir que no se pudiera haber hecho de otra forma o con cierto margen de diferencia, pero hay que entender que en ese entonces se evitó una cruenta guerra civil, que, aparte de dejar a miles de muertos, habría destruido al país. Lo que muchas veces se da por sentado, no estaba para nada asegurado en su momento y fue un tremendo esfuerzo pasar de oprimidos sin derechos a gobernantes.
Nelson Mandela optó por el gradualismo y no alteró radicalmente la posición económica de los blancos. Ya al final de su gobierno empezaron las presiones para cambiar ese estado de cosas. Entonces, muchos sitúan la génesis del problema en los inicios del gobierno del CNA.
Otra variable fueron los sucesores de Mandela, Thabo Mbeki y Jacob Zuma. Con ellos el CNA comenzó a convertirse en una maquinaria clientelística y empezó a cundir la corrupción. Zuma particularmente saqueó al Estado, y a tanto llegó aquello que fue obligado a renunciar en 2018.
La corrupción vino de la mano de la erosión institucional y del debilitamiento del Estado de Derecho. La impunidad con la cual Zuma operó fue el reflejo de aquello.
Junto con la degradación institucional, también vino la decadencia económica, principalmente producto de la mala gestión estatal de la mano de la corrupción. Por ejemplo, la infraestructura empezó a colapsar por falta de inversiones. Esto incluye al suministro eléctrico, lo que ha dañado profundamente la capacidad productiva nacional. Los cortes de luz son cada vez más duraderos en Sudáfrica, alcanzando un nivel sin precedente actualmente.
La energía se va en ocasiones durante 10 o 12 horas. La situación es tan delicada, que el Gobierno de Cyril Ramaphosa declaró estado nacional de desastre, el cuarto que ha decretado. Los otros dos han sido por inundaciones, y un tercero a causa de la pandemia del COVID-19.
En este contexto, no es de extrañar que el desempleo sea altísimo, sobre el 30%, y la criminalidad está disparada y además cada vez más violenta.
Los electores entonces perdieron la paciencia y la esperanza en un país que, de ser el principal de África por su economía e influencia, va cuesta abajo. De ahí el voto de castigo al CNA.
¿Qué va a pasar ahora? Lo primero es que se tiene que negociar una coalición de gobierno, por primera vez por falta de escaños. Evidentemente el CNA seguirá en el gobierno, aunque deberá compartirlo. Teóricamente es una buena noticia, porque permitirá un nuevo aire y forzará al CNA a rendir cuentas en forma permanente si no quiere que se disuelva el gobierno. El problema está en la elección de los aliados.
El segundo partido más votado, Alianza Democrática, permitiría tener una sólida mayoría. El inconveniente está en que este partido aboga por mayor libertad económica y el fin del entramado de subsidios discriminatorios, apostando por el crecimiento económico como el gran nivelador para cumplir con los objetivos de disminuir la pobreza y mejorar la condición de la población negra.
Digo inconveniente, porque la mayoría del CNA sigue favoreciendo la intervención estatal y piensa que la población no vería con buenos ojos desmontar el actual sistema que ha generado una dinámica clientelística muy difícil de erradicar. Además, esa es la modalidad que les ha permitido subsistir en el poder.
Otro problema es que Alianza Democrática es un partido presidido por un blanco y que apela mayoritariamente a la población no negra, lo que en la Sudáfrica actual sigue siendo difícil de digerir para muchos.
Si se trata de afinidad en materia económica, hay más sintonía con los partidos que salieron en tercer y cuarto lugar, Umkhonto We Sizwe y Fighters for Economic Freedom. El problema acá es que ambas agrupaciones quieren un rol estatal más fuerte, que incluye nacionalizar bienes en manos de la minoría blanca y expropiar masivamente sus tierras. Eso significaría romper el espíritu del pacto que posibilitó el fin del apartheid, además muy probablemente de generar “pan para hoy y hambre para mañana”, considerando el desastroso historial de gestión gubernamental.
Otro problema es que el partido de Zuma (Umkhonto We Sizwe) no quiere a Ramaphosa como presidente y es, además, competidor ante el mismo electorado. Lo mismo pasa con Fighters for Economic Freedom.
Las alternativas, en suma, implican cambios radicales respecto de lo que ha venido siendo la trayectoria del CNA. Como hace 30 años, los escenarios que se abren son complejos, con mucha frustración social, aunque esta vez no hay nadie de la talla de Mandela.
La gran pregunta que ronda en esta y otras situaciones es: ¿qué pasa con el liderazgo?