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Atención: ¡se suspende la lucha de clases! PAÍS Archivo

Atención: ¡se suspende la lucha de clases!

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Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile y exsubsecretario de Defensa, FFAA y Guerra.
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Se viene una gran fiesta, y seguro que las respectivas agendas domésticas pasarán a un segundo plano. ¿A quién se le ocurrirá preocuparse de elecciones, posicionamientos, acusaciones constitucionales?


Es algo que no pocos han intentado, algunos incluso la prohibieron por ley. Pero no hay caso, los tenaces hechos demuestran que los conflictos sociales no aflojan, que todo sube, menos los sueldos. Que el dólar y el petróleo se van a las nubes, si hasta mi casero en la feria me da una miniclase de economía cuando me explica el proceso productivo de la palta y por qué las cerezas cuestan más, porque ahora se las comen los chinos. Tan sincero mi casero, que hasta me convence y aflojo las lucas.

Y en los almuerzos familiares emergen los temas del día a día, que la delincuencia desatada, que lo caro de la educación, que la espera interminable por un especialista en Fonasa, que hace mucho frío y que la parafina está como las paltas. A veces hablamos de política y solo concordamos cuando pelamos al Congreso y a los partidos. En el resto, impera la democracia y la libertad de expresión. Lo mismo, imagino, debe sucederle a la mayoría de las familias y, por cierto, en los asados (¿será igual en los asaditos del Barrio Yungay?).

Me acabo de enterar de que el kilo de asado en Argentina está a seis lucas, bastante razonable lo encuentro. ¿Por qué en Chile es tan caro si tenemos libre comercio entre los dos países?

En suma, la vida no es fácil –excepto para los que ganan varios palos, en el sector público o en el privado–, pero la raza sigue levantándose temprano, corriendo a las micros o al metro, a veces comiendo unas sopaipas, para después de un día intenso repetir al revés el esfuerzo y volver a casa, a veces, en el camino otra sopaipa con pebre, o a la huancaína, incluso hasta las arepas ya empiezan a sabernos familiares. Llegamos a casa, a trancar la puerta, y disfrutar ese invento que llegó hace rato para quedarse: “La once-comida”. No hay toque de queda para la delincuencia, pero la población se encierra más temprano. La vida no es fácil.

Mas, gracias a la tele, las redes, los amigos, el TikTok, en fin, como sea que nos conectemos con el mundo, podemos acceder a lo que más nos une a los chilenos, y creo no equivocarme, es lo que mayor cohesión provoca en las sociedades latinas: el fútbol.

¡Empieza la Copa América, señores!

En efecto, a partir del próximo 20 de junio y hasta el domingo 14 de julio (anotar en la agenda) se jugará una nueva versión de lo que, con honestidad y sin prepotencia, muchos consideramos el mejor fútbol del mundo, el fútbol sudamericano. Mezcla rara de técnica, velocidad y picardía.

En efecto, la Copa América es heredera del campeonato sudamericano, nada más que esta vez, además de 10 selecciones de la Conmebol, participarán seis selecciones de la Concacaf.

Es probable, asumiendo la experiencia, que estemos ad portas de un nuevo carnaval continental. Como corresponde, tenemos que prepararnos. La experiencia enseña que no hay nada más fatal que organizar algún compromiso en las fechas cruciales, ya sea cuando juegue nuestra selección y, por cierto, cuando ya vamos rumbo a las semifinales.

Pero se equivocan quienes piensan que este es un tema de los que somos futboleros. En los tiempos que vivimos, el fútbol reconstruye cohesión social, en todos los países involucrados, todos nacionales, todos hermanos. Hasta los momentos más dramáticos de nuestra historia reciente han sido impactados por los noventa minutos de un gran partido. El primer Mundial ganado por Argentina, en 1978, dejó en segundo plano la difícil situación de la dictadura de entonces. Los brasileños no olvidan la tragedia del Maracaná y los colombianos aún recuerdan el 5 a 0 que el Pibe Valderrama, el Tren Valencia, el inolvidable Higuita y sus compañeros le propinaron a la albiceleste.

Qué decir de las dos copas al hilo que nos brindó la generación dorada, y los miles de hinchas peruanos que peregrinaron a las estepas rusas a apoyar a la bicolor. Recordemos también lo bochornoso: el bulo de la supuesta agresión a nuestro arquero en Maracaná, producto de la “fogueteira” (¿allí surgió el concepto de “mandarse un condoro”?).

Más recientemente, recordemos la inolvidable final del Campeonato Mundial, donde los franceses y el equipo de Leo Messi nos brindaron una joya de partido, sufrido y entretenido a la vez. La borrachera y la euforia transandinas duraron semanas y dejaron atrás la devaluación, el dólar blue y los fondos buitres.

Es probable que esta Copa que se aproxima nos haga revivir esa euforia. La vida pasa y esta vez no llegará el gran Cavani a la celeste. Es probable que a Lucho Suárez lo deje el maestro Bielsa para los momentos difíciles y nuestro Rey Arturo puede correr similar suerte con Gareca. Será también oportunidad para ver a la Vinotinto y sus progresos, con Soteldo a la cabeza. Paolo Guerrero se ha lesionado. Seguro surgirán nuevos valores, nuevos niños maravillas.

Se viene una gran fiesta, y seguro que las respectivas agendas domésticas pasarán a un segundo plano. ¿A quién se le ocurrirá preocuparse de elecciones, posicionamientos, acusaciones constitucionales? Es probable que a más de uno –nunca faltan–, pero las masas estarán en otra.

¿Asistirán los presidentes? A la final, seguro que sí. ¿Quiénes serán? Hasta la fecha el nuevo presidente argentino no ha visitado ningún país sudamericano. Si los dos colosos del fútbol llegan a la final, sería la primera ocasión en que se encuentren Lula con Milei. Imaginen a Petro encontrándose con la presidenta peruana, o a Andrés Manuel López Obrador con el presidente ecuatoriano después del asalto a la embajada mexicana en Quito. Y si a Venezuela le va bien, ¿le darán visa en EE.UU. a Nicolás Maduro?

Esta versión de la Copa se realizará en Estados Unidos, ya me imagino los precios, pero muchos se pegarán el tarjetazo. Así, durante años podrán decirles a sus hijos, nietos y amigos: yo estuve allí. Es probable que, pasada la Copa, retomemos nuestro sufrido quehacer, pero lo comido y lo bailado no nos lo quitará nadie.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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