El cuadro posterior a la elección del Parlamento Europeo no está aún completo. Lo que está claro es que la mayor amenaza para el bloque no provendrá en los próximos años desde dentro de su institucionalidad, sino desde los Estados que son parte de él.
Entre el 6 y 9 de junio se realizó la elección del Parlamento Europeo. En una columna anterior me había referido a la importancia de lo que estaba en juego y anticipé posibles escenarios. Ahora, que ya han transcurrido algunos días, es interesante examinar lo que ha acontecido.
Lo primero es recordar que, considerando el contexto global y regional, esta elección tenía y tiene muchas más implicancias, por lo que no era una renovación ordinaria de escaños. En un escenario de guerra en las puertas de la Unión Europea y de reconfiguración del sistema internacional, este cuerpo legislativo estará llamado a intervenir en trascendentes decisiones, que involucran la política exterior, de defensa y la economía del bloque.
Esas decisiones, que sin duda no serán fáciles, encuentran al bloque tensionado. Si bien la integración nunca ha sido un proceso linear y sencillo, hasta hace algunos años la gran mayoría de los ciudadanos de la Unión Europea no cuestionaba la esencia del proyecto ni su rumbo. Sin embargo, ha venido creciendo el euroescepticismo de la mano del nacionalismo y lo que fue una vocal minoría todo este tiempo, ahora se ha hecho del control de varios gobiernos en el bloque y en esta elección ha acrecentado su presencia en el Parlamento comunitario.
El Brexit no solo significó la salida de un importante actor de la Unión, también rompió el aura de irreversibilidad del proceso de integración, alentando a los grupos políticos que aspiran a retirar sus países o derechamente debilitar la estructura comunitaria.
¿Qué podemos decir de los resultados de esta elección?
En primer término, que se cumplió parcialmente la expectativa del triunfo de la extrema derecha. Estos partidos aumentaron su peso en el nuevo Parlamento, aunque no como se temía ni tampoco de manera uniforme en la región. La derecha tradicional sigue siendo el bloque político más numeroso, seguido por la socialdemocracia. Por tanto, la derecha extrema incrementa su influencia, pero sigue sin ser decisiva y su influencia dependerá tanto del contexto como de su propio manejo, así como de la presión que pueda ejercer a partir de la política nacional de cada miembro.
En relación con ello, sin duda que el eje noticioso está en Francia y Alemania, los socios más importantes de la Unión Europea y que han sido sus pilares. En lo que se refiere al primer país, estas elecciones catapultaron a la extrema derecha lejos arriba respecto del resto, incluyendo un pésimo resultado para el partido del Gobierno. En Alemania, el Gobierno fue también sonoramente derrotado, quedando en tercer lugar después de la Democracia Cristiana (conservadores) y Alternativa para Alemania (extrema derecha). De hecho, Alternativa para Alemania superó a los votos de la coalición gubernamental (socialdemócratas, verdes y liberales).
En ambos Estados la señal es de descontento con el desempeño y rumbo gubernamental y refleja una fuerte voluntad de cambio. Y por su rol y posición en el bloque, es muy probable que condicionen al conjunto, mucho más allá de estos comicios parlamentarios.
En el caso de Francia fue tal el batacazo, que el presidente Macron, el mismo día de los resultados, disolvió la Asamblea y convocó a elecciones para el 30 de junio. La pregunta es por qué tomó una decisión tan drástica, siendo que a la actual legislatura le restaban 3 años y el Gobierno arriesga con perder y tener que cogobernar con la extrema derecha (“cohabitación”), para después quizá dar paso a una presidencia de ese signo.
Efectivamente es una apuesta, pero Emmanuel Macron evaluó varios factores y piensa que podría salir airoso.
Hasta ahora al menos siempre ha habido una disociación entre las elecciones nacionales y las europeas. En las primeras participa más gente y además el sistema electoral es distinto. Siendo una modalidad mayoritaria, son electos aquellos que consiguen más del 50% de los votos. Si eso no sucede, los 2 candidatos más votados van a una segunda ronda. Este mecanismo tradicionalmente ha impedido que los sectores más radicales se impongan en distritos fragmentados. Con esto y en función del shock que ha generado el triunfo ultraderechista, el jefe de Estado francés espera revertir el cuadro actual y cortar el ascenso de ese sector.
En esa óptica, esperar el término de su mandato sería como adelantar el síndrome del “pato cojo”. Si ya no tiene mayoría y debe negociar cada proyecto legal con la oposición, a un costo cada vez mayor por la polarización, entonces si perdiera escaños no variaría el panorama. Y si implicara una mayoría para la extrema derecha que la lleve al Gobierno, entonces Macron apuesta a su desgaste, porque no solo tendrá que asumir las riendas de la gestión (otra cosa es con guitarra), también estará contenida por las competencias presidenciales que son amplias.
En ese escenario, serían 3 años para evaluar su desempeño, con un probable efecto de moderación en sus posiciones, tanto por la realidad del ejercicio del poder y de la “cohabitación” como para mantener su opción de ganar en la próxima elección presidencial.
Pero, como siempre, la realidad es dinámica. Ante la convocatoria a elecciones anticipadas, se están generando movimientos sorpresivos y acelerando procesos. En primer lugar, la derecha tradicional ha visto cómo parte importante de sus votantes se han trasladado más a la derecha y, si esto se mantuviera el 30 de junio, significaría que de hermana mayor de esa parte del espectro pasaría a ser la menor.
Esto, que se traduce en el instinto de sobrevivencia, ha impulsado un acercamiento entre ambas, lo que, además de terminar con el “cordón sanitario” que la derecha había impuesto contra los elementos radicales desde la década de los ochenta del siglo pasado, podría pavimentar un macizo triunfo de la derecha con predominio de su variante ultra.
Política y sicológicamente, la actitud de la derecha tradicional revela un cambio de equilibrio y percepción, al reconocer que el liderazgo del sector está pasando al que siempre fue marginal. Cuando eso ocurre, y por más que el incumbente busque beneficiarse en la nueva dinámica, usualmente los electores votan por lo que perciben como la alternativa del cambio y no por quienes, siendo del orden preexistente, tratan de aliarse con ella. Por eso el dicho de “si no puedes contra ellos, úneteles” tiene lugar permanentemente, pero no garantiza que quien se une vaya a quedar en el círculo del Gobierno o de influencia. Y si sucede, generalmente es por poco tiempo, hasta que la nueva fuerza se afiance.
Mientras la derecha tradicional ha entrado en crisis renunciando, salvo excepciones, a dar la pelea como alternativa en su sector, en la izquierda la posibilidad de un triunfo ultraderechista ha galvanizado a sus huestes. En reacción a lo que parece una inevitable alianza entre las derechas, las izquierdas han respondido con la formación de un Frente Popular, cuyo nombre evoca la convulsa política de los años treinta del siglo pasado, para frenar al fascismo. Un déjà vu, al menos en lo que se refiere a la crispación social y que antecedió un período oscuro para Francia con la invasión alemana y el colaboracionismo del régimen de Vichy.
Todo está sucediendo muy rápido y está por verse si las alianzas de la izquierda y derecha logran optimizar su resultado electoral. La cosa está más difícil para la izquierda, que está muy fragmentada. El centro, por su parte, podría ser el gran perdedor.
En suma, entonces, Macron ha lanzado una apuesta que no solo determinará el mapa político interno, sino que marcará el rumbo de la Unión Europea, más allá de la reciente configuración de su Parlamento. Aunque fue una situación muy distinta, esta decisión me evoca la del entonces primer ministro británico Cameron, de realizar un referendo sobre la permanencia del Reino Unido en la UE. Su cálculo era derrotar decisivamente al cada vez más poderoso sector euroescéptico dentro de su partido, y ya sabemos en qué terminó.
Habrá que esperar la jornada electoral para una primera respuesta.
En mi opinión, es muy probable que la ultraderecha llegue al Gobierno por cómo se han estado dando las cosas y la preferencia mayoritaria del electorado más joven. En ese escenario, y más allá del alto impacto político, entramos en el plan B de Macron, debiendo esperar hasta la próxima elección presidencial para evaluar.
En Alemania, en cambio, el Gobierno ha puesto paños fríos, consciente de que seguir la senda francesa implicará su salida completa (es un régimen parlamentario y no semipresidencial). Pero por supuesto que, si gana la ultraderecha en Francia, será un fuerte estímulo para ese sector en Alemania.
El cuadro posterior a la elección del Parlamento Europeo no está aún completo. Lo que está claro es que la mayor amenaza para el bloque no provendrá en los próximos años desde dentro de su institucionalidad, sino desde los Estados que son parte de él.