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Disforia de género: una madre incómoda Opinión

Disforia de género: una madre incómoda

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Aurora Luna
Por : Aurora Luna El nombre de este perfil corresponde a un seudónimo para proteger la identidad de su autor/a
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A la sorprendente revelación de la autodefinición de nuestros niños, hubo que sumar lo que los médicos y terapeutas expertos nos indicaban: hacer el duelo, recibir al nuevo(a) hijo(a), seguir con tratamientos hormonales y más adelante quirúrgicos.


El Minsal anunció la creación del Comité de Expertos de Sociedades Científicas para consolidar sus lineamientos técnicos de “terapia hormonal género afirmativa para NNA”.

Esto ocurre 15 días después de la publicación del reportaje de Sabine Drysdale, Pubertad interrumpida: niños trans inician tratamiento hormonal en medio de controversias”, en la red de Radio Bío Bío.

“Pubertad interrumpida…” incomodó profundamente a parte de una sociedad y a un Gobierno que avanzó y profundizó normativas basadas en el enfoque afirmativo para el tratamiento de la disforia de género de niños, niñas y adolescentes. Este modelo, como su nombre lo indica, contempla afirmación del sexo sentido cuando es distinto al biológico y sugiere avanzar en la transición social y médica para niños y adolescentes. 

Sabine Drysdale publica este artículo a dos meses de haberse conocido el Informe Cass; una revisión encargada por el NHS (sistema de salud inglés) a la Dra. Hillary Cass, expresidenta del Royal College of Paediatrics and Child Health, para evaluar la evidencia médica y científica de los tratamientos ofrecidos a los niños y adolescentes que presentan disforia de género. Cass realizó este contundente trabajo durante 4 años y hasta la fecha no tiene detractores serios en nuestro país. 

La publicación del Cass Review era esperada con ansias por padres y madres del mundo, quienes como yo pasamos de la ignorancia absoluta respecto al tema de la transición infantil a vivirlo con uno de nuestros hijos. 

A la sorprendente revelación de la autodefinición de nuestros niños, hubo que sumar lo que los médicos y terapeutas expertos nos indicaban: hacer el duelo, recibir al nuevo(a) hijo(a), seguir con tratamientos hormonales y más adelante quirúrgicos. Todo debía ser rápido, no había tiempo que perder ni para dudar. De no hacerlo, podríamos vivir una tragedia. Los “especialistas” nos dejaban fuera, dejando en claro que no sabíamos nada y tomaban la declaración de nuestros hijos como premisa absoluta. Sin importar su edad.

Esta experiencia de seguro sonará familiar para otros padres que vivieron lo mismo en las consultas de otros “expertos” a quienes los derivaron y que recibieron el mismo consejo que en nuestro caso nos dio la Dra. Paz Quinteros: “Hacer lo que nuestros hijos nos pidieran”, es decir, renunciar a la parentalidad.

Esperábamos el Informe Cass, pues suponíamos que podría confirmar lo que el sentido común y el conocimiento de nuestros hijos nos decía: que, a diferencia de lo indicado por los expertos, no había que apurarse, que la transición social y médica no eran inocuas y más aún: que los niños y adolescentes podían desistir o arrepentirse. 

Pero todo este tiempo, mientras esperábamos la publicación de Cass, no nos quedamos de brazos cruzados. Leímos, cuánto leímos, investigamos, nos contactamos con otros padres fuera de Chile, con detransicionadores, con periodistas, con terapeutas. Y observamos. Observamos a nuestros hijos tratando de encontrar algo de sentido a lo que vivían, lo que los angustiaba o desafiaba y empezamos a darnos cuenta de que la identificación trans podía ser leída como un síntoma, no solamente como un diagnóstico. En definitiva, para lograr reforzar nuestro criterio parental cuestionado por los especialistas, se nos hizo imprescindible el conocimiento, el aprendizaje.  

Y decidimos esperar, desafiar al modelo, tomar las riendas de la parentalidad, seguir nuestro instinto. Nos convertimos en padres incómodos: desafiamos la premura, decidimos tomarnos el tiempo necesario para nuestros hijos, restringimos el uso de redes sociales, salimos de paseo, fuimos a conciertos, escuchábamos su música, discutimos las noticias, cuestionamos la cultura. Dijimos ESPERA, encaramos a la amenaza e intimidación de la tragedia. Y funcionó. 

En este proceso conocimos otras vivencias, la experiencia y mirada crítica de los detransicionadores, las de padres y madres que vivían en soledad la transición de sus hijos o que fueron judicializados por haber dicho que preferían esperar o estaban siendo presionados por los colegios, ONGs o fundaciones.

¿Podríamos seguir con nuestras vidas, y desear no haber visto lo que ahora conocíamos?

No.

Recurrimos a la Defensoría de la Niñez; llamamos su atención respecto a la naturaleza experimental de estos tratamientos, acerca de las presiones y hostigamientos a los que estamos sometidos, así como de una normativa altamente coercitiva que aplica la misma fórmula a todas las experiencias subjetivas en un tema tan complicado y lleno de matices como este.

La Defensoría acogió nuestras inquietudes, escuchó nuestros testimonios, les encontró sentido e intentó recabar información, enviando un oficio al Minsal de manera de instalar un piso mínimo desde donde comenzar a evaluar. La respuesta a estos oficios fue el silencio.

Volvimos a sus oficinas, ahora ya no a pedir su atención, sino que les entregamos el estudio de Nicolás Raveau (investigador y detransicionador), “Problemáticas de salud y acompañamiento social ‘género-afirmativo’ orientado a menores de edad: conceptos, prácticas y alternativas”. Esta publicación es la única que describe y critica la instalación del modelo afirmativo en Chile, con sus falencias, sesgos, contradicciones y descarte de los padres.

Ahí estaba la normativa que describe cómo un niño de 3 años puede discernir acerca de su género; y cómo, si no sabe escribir, puede expresar su voluntad con una raya; cómo los padres no son imprescindibles para acompañarlo; cómo pueden ser acusados en el caso de querer esperar; cómo esto logra finalmente dejar a los niños solos a cargo de decisiones que tienen consecuencias de por vida y las que se nos obliga a observar. 

La normativa no es la única medida de presión, el fantasma del suicidio –que no tiene base científica– es el arma más eficiente utilizada por todos los profesionales del mundo privado y gubernamental.  

La Defensoría recibió esta información y alarma y volvió a oficiar al Minsal. La respuesta fue nuevamente el silencio.

Lo más grave de todo, es que el silencio es una respuesta contundente: se avanzó en estas regulaciones coercitivas sin contar con la evidencia mínima de saber de qué grupo de la población estamos hablando. Pero nosotros conocemos de cerca a esa población, son nuestros hijos, ni más ni menos.

Hoy, una vez develado el escándalo de los tratamientos hormonales en niños y adolescentes, volvemos a vernos en la misma situación. Volvemos a incomodar y los “expertos” intentan volver a silenciarnos.

Lo veo en la carta de los profesionales de la salud mental que participan de Proyecto T, dependiente de la UDP, publicada en El Mercurio, “Tratamiento en personas trans”, donde alertan que los cuestionamientos que hacemos podrían tener “graves consecuencias para la comunidad mundial”. Pero la amenaza del suicido ya la escuchamos antes, lo grave ahora es que se ponga de relieve cuando existe un debate en curso y se utilice nuevamente como un arma de intimidación. Su carta también esboza que nuestra actitud podría identificarnos como “grupos extremos” que podríamos usar al Informe Cass con “fines ideológicos y políticos, sin ninguna rigurosidad, reflexión ética o miramiento moral”. Eso es nuevo, no lo habíamos escuchado antes directamente, aunque seguro puede ser la opinión de algún otro especialista, al que le fue imposible forzarnos.

Otros “expertos”, plantean en una carta posterior, que debemos escuchar a los niños, como si los padres fuésemos personajes ciegos y sordos, impávidos y ausentes de la vida completa de nuestros niños. No lo somos. Somos padres y madres iguales a todos, hemos estado junto a ellos en los momentos en que enfrentan miedos, desafíos, logros y alegrías. Y también los sabemos interpretar: cuando a nuestros hijos les duele el estómago antes de ir al colegio, podemos interpretar su angustia, no necesariamente enfermedad; cuando se pasan a nuestra cama en la noche, percibimos su desasosiego, no que haya problemas con su cama; cuando están excesivamente inquietos, podemos interpretar su ansiedad, no que es un problema motor.

La Defensoría de la Niñez nos dice que estemos tranquilos, que se están realizando todas las gestiones, pero seguiremos incomodando, no podemos estar tranquilos después de todo lo que hemos vivido, ni respecto a las gestiones que se están haciendo y sin saber a quiénes se les está consultando.

Nuestra denuncia provocó este revuelo. La normativa y los tratamientos hormonales llevan mucho tiempo acá. Lo nuevo es que por primera vez nuestras inquietudes y preocupaciones le hacen sentido a alguien más que a los afectados por este modo de hacer y pensar las cosas. De hecho, que Minsal aunque no entregue antecedentes, habla del nivel de desorden interno respecto a los tratamientos a los que son sometidos NNA y de cómo se ha avanzado en normativas sin haber tomado en cuenta las cifras, hasta el momento, inexistentes.

No podemos tampoco estar tranquilos cuando entre nosotros hay al menos tres familias que han sido judicializadas, perseguidas y hostigadas por querer optar por la prudencia en cuanto a las intervenciones.

La sociedad y las instituciones tendrán que lidiar con esta nueva incomodidad, tendrán que dar explicaciones, y tendrán que considerarnos. Estamos a cargo de nuestros hijos y es nuestra responsabilidad defender su bienestar físico y mental.  

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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