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Chile opaco: ¿cuán transparentes somos como país? Opinión

Chile opaco: ¿cuán transparentes somos como país?

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Fernando Véliz Montero
Por : Fernando Véliz Montero PhD Autor y coach ontológico
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Crear un país desarrollado no es solo industrializarlo y generar riqueza a destajo. Tampoco es solo tecnologizarlo con lo que está de punta. El desafío es traspasar valores, principios y creencias reales a la población desde una sólida convivencia en el tiempo.


Cuando un embajador se sostiene en el cargo solo por los méritos de la amistad, no por su trayectoria y experiencia profesional; cuando los secretos bancarios no se transparentan, porque no están las voluntades requeridas; cuando las colusiones están a la orden del día, sin gran contradicción valórica; cuando el Poder Judicial nos sorprende con sus particulares nombramientos; cuando las clases de ética se usan como alternativa para unos pocos (dos alumnos); cuando los parlamentarios sostienen su hacer legislativo solo desde intereses particulares; cuando el tráfico de influencias está al servicio de una elite pequeña pero poderosa (económica, política, etc.); cuando los notarios se transforman en una caja negra para la OO.PP.; cuando se simula y celebra que la Ley del Lobby funciona… ¡en fin!, son múltiples los temas que debiesen llevarnos a la pregunta del millón: ¿cuán transparentes somos como país?

Hablar de opacidad es hablar de falta de luz y carencia de claridad y, por lo que veo, eso es lo que actualmente está ocurriendo en Chile. O porque nos acostumbramos a esta contradicción, o porque la aceptamos a regañadientes, o porque simplemente es algo superior a nosotros que nos aplasta desde lo emocional (desesperanza aprendida). Sea lo que sea, el punto es que vivimos bajo una realidad muchas veces simulada que oscurece las grandes contradicciones de nuestro país y, con esto, la somnolencia y abulia capturan sin contemplación nuestra dimensión más crítica… y ética también.

¿Cuál es el problema entonces? La complejidad es habitar una cultura mezquina, competitiva e individualista que solo se construye alrededor de “mis” necesidades e intereses; cultura forjada por décadas desde una elite (política y económica) desconectada del dolor y la empatía más básica y que concluirá con el tiempo, en una costra de indiferencia y sordera frente a un tema, entre muchos, fundamental para imaginar la cohesión de una nación: la credibilidad.

Cuando no hay credibilidad, no hay confianza y, cuando no hay confianza, la brecha del desencuentro social aumenta y, con esto, toda posibilidad de avanzar por un bien común se esfuma. En el caso de la transparencia, por ejemplo, surgen preguntas que no son de fácil respuesta. ¿Cómo hacer equipo con quien me engaña y abusa de mí por su innegable poder? ¿Cómo imaginar un futuro compartido y en alianza, si constantemente está la posibilidad del aprovechamiento y la “llegada estrecha”? ¿Por qué entregar poder a la elite, si sus intereses no son colectivos, sino más bien para unos pocos? Es decir, la cultura opaca trae aparejada una serie de fracturas que traban y fragilizan el coordinar acciones e imaginar un futuro distinto y más equitativo. ¿Por qué no?

De igual forma, también es cierto que el motor de tracción que representan los valores, la ética y el bien común resultan fundamentales cuando el reto es dar un salto mayor como país, pero esto no ocurre por una prédica o por coerción legal. El bien común, que representa un valor y una emoción a la vez, es el resultado de una creencia profunda y entrañable, dimensión solidaria y humana en donde nadie sobra y en donde nadie es más que otros. El poder está en la comunidad y lo que se busca es la convivencia justa. Y como lo dijo un día Víctor Hugo en Los Miserables, “es cosa fácil ser bueno: lo difícil es ser justo”.

Crear un país desarrollado no es solo industrializarlo y generar riqueza a destajo. Tampoco es solo tecnologizarlo con lo que está de punta. El desafío es traspasar valores, principios y creencias reales a la población desde una sólida convivencia en el tiempo. Es decir, educar es pensar el territorio con todos sus ciudadanos, sin exclusión y al servicio de una ética forjada en el buen vivir… un ejemplo: ser honrados, ¡lo mínimo! Y para lograr este desafío, la transparencia será siempre nuestro gran recurso inspirador y movilizador.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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