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Campaña electoral en Estados Unidos y la secuela de un debate Opinión

Campaña electoral en Estados Unidos y la secuela de un debate

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Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
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No deja de ser dramático que el futuro del país más poderoso del mundo, con repercusiones a nivel global, esté en manos de candidatos que no dan seguridad sobre su idoneidad.


Este jueves se realizó el primer debate presidencial entre Biden y Trump en Atlanta, en la sede de la cadena televisiva CNN. A diferencia de otras campañas, en esta ocasión tuvo lugar muy temprano. Normalmente se espera que los candidatos sean ungidos en sus respectivas convenciones y recién a partir de ahí se programan los debates, los que normalmente tienen tres capítulos entre los contendores presidenciales y uno entre los candidatos a la vicepresidencia.

Desde 1987, la Comisión de Debates Presidenciales, una entidad autónoma, se hace cargo de organizar y regular los debates, entendiendo su importancia en las campañas (en los de la elección pasada la audiencia excedió los 80 millones de personas). Pero, como lo mencioné, estos siempre tenían lugar después de las nominaciones. Por primera vez, entonces, al menos desde que existe una regulación, los candidatos por intermedio de sus asesores negociaron un debate anticipado y según sus propias condiciones.

Este debate reunió entonces varias características distintas: tiene lugar más temprano, entre candidatos no oficiales y fuera de la regulación de la entidad a cargo. Es también el primer debate entre personas que han detentado la presidencia de Estados Unidos.

La primera pregunta que surge inmediatamente es por qué se hizo en esas condiciones. La respuesta tiene que ver en gran medida con el tema de la edad de Biden. Los republicanos han puesto todas sus fichas en desacreditar al presidente que estaría perdiendo sus habilidades físicas e intelectuales, lo que se confirmaría por sus supuestas desorientaciones e incoherencias en distintas actividades oficiales del último tiempo, ampliamente difundidas por las redes sociales, incluyendo por cierto la manipulación de los contenidos para reforzar, en ciertos casos, la tesis del deterioro cognitivo del presidente.

Ante esa ofensiva y el creciente cuestionamiento sobre la idoneidad de Biden para un segundo mandato, incluso entre los propios demócratas, su equipo decidió salir al ruedo en un debate cuyas condiciones pudieran controlar mejor.

La premisa era que, si Biden lograba enfrentar en buena forma a Trump, solo tres años menor que él, se desvirtuaría la principal línea de ataque en su contra, con una serie de otras consecuencias, como eventualmente reencantar a los jóvenes y a los independientes, fundamentales especialmente en los estados bisagra, además de acallar las crecientes voces críticas al interior de su partido.

Lo que en el papel era una buena estrategia, en un debate más protegido (sin público y con corte de micrófono mientras el otro candidato hablaba), tuvo un mal desenlace. Biden se vio confuso y lento en muchos momentos, confirmando precisamente la imagen que su rival y su campaña han proyectado de él: una persona que no está en condiciones de seguir gobernando. Desde esa perspectiva fue un desastre e inmediatamente se incrementaron las voces de su sector, incluyendo en su partido, para que renuncie a su candidatura.

No obstante que el mismo Biden dijo que no renunciará y fue respaldado por los pesos pesados del partido, resta por ver qué efectos tendrá este debate en la campaña.

En primer lugar, se ha fortalecido la idea de que puede ser necesaria una intervención de emergencia en el seno del Partido Demócrata, para cambiar al candidato. Esto pasaría por la renuncia de Biden y que sus electores de las primarias decidan entre otras opciones que se levanten para la convención de nominación. Incluso, podría ungir a alguien y pedir que sus electores lo respalden (aunque ellos no están obligados respecto de otros candidatos).

Indudablemente que hay un problema de tiempo y, además, que todo esto será mostrado por los republicanos como una dinámica derrotista, pero mientras más se demore un eventual cambio, más desesperado se verá.

En el equipo de Biden le quieren poner paños fríos a la situación, entendiendo que se está generando un clima perjudicial para su candidatura, acentuado por la desunión partidaria. Confían en el margen de tiempo que queda, tanto para reenfocar la campaña como para prepararse para el próximo debate, el que esta vez debiera llevarse a cabo bajo la regulación oficial. Piensan que con unidad y nuevos elementos de campaña, apuntando a las abundantes mentiras, diatribas e incendiarias propuestas y posturas de Trump durante ese mismo debate, podrían revertir el escenario.

Si bien ello podría ocurrir, existe un alto riesgo de repetir el mal resultado en el próximo debate. Si Biden aparece nuevamente lento, confuso y hasta incoherente, su suerte podría sellarse.

La convención demócrata se desarrollará en Chicago entre el 19 y 22 de agosto, mientras la republicana tendrá lugar en Milwaukee, en el vecino estado de Wisconsin, entre el 15 y 18 de julio, o sea, a la vuelta de la esquina. Las elecciones, por su parte, se realizarán el 5 de noviembre. En esa instancia, aparte de elegirse a los grandes electores en cada estado (recordemos que en EE.UU. no hay voto directo presidencial), se renueva completamente la Cámara de Representantes, 1/3 del Senado y en varios estados se elegirá gobernador, siendo los estados en disputa los siguientes: Delaware, Indiana, Missouri, Montana, New Hampshire, Carolina del Norte, Dakota del Norte, Vermont, Utah, Washington y Virginia Occidental.

No deja de ser dramático que el futuro del país más poderoso del mundo, con repercusiones a nivel global, esté en manos de candidatos que no dan seguridad sobre su idoneidad. En un caso, Biden, por potenciales problemas asociados a la edad y, en el otro, Trump, por una total amoralidad (incluye el récord de ser el primer candidato presidencial condenado penalmente y con varios procesos en curso) y una carencia de convicción democrática (lo que quedó patente una vez más cuando se negó a decir que respetará el resultado de las próximas elecciones, aunque le desfavorezca).

Entre la polarización y el desencanto, entendiendo que cualquiera de las opciones electa podría no culminar su mandato, la figura del vicepresidente podría cobrar mayor importancia. En ese contexto, Kamala Harris no tiene una buena evaluación y, en el caso de Trump, habrá que ver quién lo acompaña.

Serán intensas semanas hasta las nominaciones y, por primera vez, hay en el ambiente la sensación de que todo puede pasar. Y luego serán meses de alta tensión hasta la elección.

Más allá de lo electoral, subyace una preocupación de fondo sobre la unidad del país. La repetición del escenario de hace cuatro años demuestra que la división y el antagonismo, lejos de diluirse, se han acentuado y que cada votación es un juego de suma cero. En ese sentido, queda la sensación de que, cualquiera sea el resultado, no cambiará esa realidad porque el país está partido en partes casi iguales que quieren cosas bien distintas para el futuro. ¿Cómo reencontrarse en un proyecto común?

El año 2024 terminará para el mundo con unos comicios que marcarán el derrotero de los próximos años, y lo que se está gestando es preocupante.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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