Publicidad
Alarma en Chile: el auge de la derecha radical en la era Boric Opinión

Alarma en Chile: el auge de la derecha radical en la era Boric

Publicidad
Fabián Bustamante Olguín y Javier Molina Johannes
Por : Fabián Bustamante Olguín y Javier Molina Johannes Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado. Académico del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte, Coquimbo / Sociólogo. Doctorando en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile.
Ver Más

La facilidad con la que estas ideas se propagan y la capacidad de resonar en distintos contextos socioeconómicos y culturales, evidencian el poder de las redes sociales como herramientas de radicalización y movilización.


El aumento del extremismo de la derecha radical es un fenómeno que ha cobrado relevancia en diversos contextos a nivel mundial, incluyendo Chile. Múltiples razones explican este crecimiento y es crucial analizarlas desde una perspectiva sociológica para contextualizarlas en la realidad chilena actual, bajo el Gobierno de Gabriel Boric.

En primer lugar, la tecnología ha desempeñado un papel fundamental. Los extremistas de la derecha radical han aprovechado Internet y las redes sociales para difundir propaganda, coordinar actividades, organizar eventos, recaudar fondos, reclutar miembros y comunicarse. Plataformas como X (antes Twitter), YouTube, TikTok, Facebook e Instagram se han convertido en canales efectivos para diseminar ideologías radicales.

En Chile, este fenómeno no es ajeno. Redes locales y globales de la derecha radical han utilizado estos medios para conectar con simpatizantes, amplificando sus mensajes y reclutando nuevos adherentes, muchas veces exacerbando el fanatismo de los mismos. Es un reflejo de cómo la globalización digital permite que ideologías extremistas trasciendan fronteras y se adapten a contextos locales.

Un ejemplo notable es cómo ciertos grupos chilenos de derecha radical han adoptado y apropiado símbolos y lemas globales. La facilidad con la que estas ideas se propagan y la capacidad de resonar en distintos contextos socioeconómicos y culturales evidencian el poder de las redes sociales como herramientas de radicalización y movilización.

Basándonos en la teoría de Bruno Latour (2005; 1991), los actores no son solo humanos, por tanto no se limitan a los individuos que promueven ideologías radicales, sino que incluyen otras agencias, como las plataformas (TikTok, X, Facebook, YouTube), algoritmos de recomendación, hashtags, y hasta memes. Estos elementos no solo facilitan la comunicación, sino que también actúan como mediadores que transforman y amplifican los mensajes.

Por ejemplo, los algoritmos de recomendación de YouTube pueden dirigir a los usuarios hacia contenido cada vez más radical, lo que refuerza sus creencias y los conecta con comunidades de ideas afines, configurando muchas veces burbujas de contenido. Aquí, los algoritmos no son meros facilitadores pasivos, sino actores activos que configuran el comportamiento y las actitudes de los usuarios.

Latour enfatiza la importancia de las conexiones entre actores. En las redes sociales de la derecha radical, estas conexiones son fundamentales. Las plataformas digitales permiten la formación de comunidades globales donde los individuos pueden compartir y validar sus creencias extremistas. Así, los hashtags, como #Patriotas o #Merluzo, actúan como nodos que unen a diversos actores en una red de significado compartido.

Cabe destacar que estas conexiones no son estáticas; se transforman continuamente a medida que nuevos actores entran en la red y las interacciones se intensifican. Por ejemplo, un meme que se vuelve viral puede atraer a nuevos miembros a la red, quienes a su vez contribuyen con más contenido, ampliando y reforzando la red original. Tal fue el caso de la rana Pepe, resignificada mediante las redes sociales por los grupos de la alt-right como un símbolo de odio durante las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos.

En segundo lugar, la interconexión global ha permitido que radicales de derecha establezcan vínculos transnacionales. Viajes y encuentros entre grupos de diferentes países, como Europa Viva 24, fortalecen sus redes, donde comparten tácticas y radicalizan aún más sus posiciones. En Chile, esto se ha visto reflejado en la conexión de ciertos grupos radicales con movimientos similares en otras partes del mundo, adoptando estrategias y discursos globales. La influencia de organizaciones extranjeras puede proporcionar a los grupos locales acceso a entrenamiento, financiamiento y una mayor legitimación de sus causas. Por ejemplo, la organización Atlas Network y su ligazón con José Antonio Kast, presidente de Political Network for Values y uno de sus rostros principales.

Un aspecto crucial por considerar es cómo estos grupos han respondido a eventos políticos significativos. La elección de Gabriel Boric, un Presidente joven y de izquierdas, ha generado reacciones polarizadas. En esa línea, sectores de la derecha radical han interpretado su ascenso como una amenaza directa a sus valores y visiones tradicionales. Esto se asemeja a la reacción de extremistas estadounidenses, por ejemplo, ante la elección de Barack Obama, cuyo mandato también fue visto como un símbolo de cambio profundo y amenaza a un statu quo conservador.

Esto último, como sabemos, trajo una reacción conservadora a través del Partido Republicano estadounidense que se tradujo en la posterior elección de Donald Trump. Un ímpetu similar podemos ver en el partido del mismo nombre en nuestro país.

La percepción de una creciente inmigración es otro factor que alimenta el extremismo de derecha radical. En Chile, la llegada de migrantes de países como Haití y Venezuela ha generado tensiones y ha sido explotada por estos grupos para alimentar narrativas de xenofobia y protección de la identidad nacional, acercándose a relatos nativistas que han exaltado gran parte de las derechas radicales europeas. Los discursos que criminalizan a los migrantes y los culpan de problemas económicos y sociales se han vuelto comunes, creando un caldo de cultivo propicio para la radicalización, narrativa que ha tenido un fuerte correlato en los medios de comunicación hegemónicos del país.

Además, la crisis económica (desde el 2008) y las desigualdades estructurales (inherentes al sistema capitalista) han exacerbado el sentimiento de frustración y descontento. En contextos de incertidumbre económica, las narrativas extremistas que ofrecen explicaciones simplistas y culpabilizan a minorías o al “otro” se vuelven atractivas para ciertos sectores de la población, usando elementos anclados en el sentido común de nuestras sociedades que son moldeados para generar miedo.

En Chile, el estallido social de 2019 y la pandemia de COVID-19 han profundizado estas tensiones, proporcionando terreno fértil para que la derecha radical capitalice el descontento, lo que a su vez ha tenido un débil contrapeso en las narrativas de las izquierdas chilenas.

Por otro lado, la percepción de pérdida de identidad y valores tradicionales también juega un papel importante. Sectores de la derecha radical chilena ven en las políticas progresistas del Gobierno de Boric una amenaza a lo que consideran la “chilenidad”. Las reformas en educación, salud y derechos sociales promovidas por el Gobierno son interpretadas como una desviación de los valores tradicionales, exacerbando el sentido de crisis identitaria, lo que electoralmente ha sido explotado por el Partido Republicano, especialmente.

Es importante destacar que el fenómeno del extremismo de derecha radical no se limita a la violencia física, sino que también se manifiesta en la esfera política y cultural, en las formas en que imaginamos y deseamos. La normalización de discursos de odio y exclusión en medios de comunicación y plataformas digitales contribuye a crear un ambiente donde las ideologías extremistas ganan aceptación y legitimidad. Y, muchas veces, van cultivando un terreno que, posteriormente, permite que discursos extremistas parezcan democráticos.

En Chile, esta normalización puede observarse en ciertos medios y figuras públicas que difunden mensajes de intolerancia y rechazo a las políticas inclusivas, como también en la emergencia de narrativas negacionistas.

Podríamos decir, en conclusión, que el aumento del radicalismo de derecha en Chile bajo el Gobierno de Gabriel Boric se inserta en un contexto global de creciente uso de tecnologías digitales, interconexión transnacional, y una reacción a cambios políticos y sociales considerados progresistas. Este fenómeno es complejo y multifacético, reflejando tensiones profundas en la sociedad chilena que deben abordarse con políticas inclusivas y estrategias de comunicación que fomenten la cohesión social y la tolerancia. Por eso, realizar un análisis sociológico riguroso y la implementación de medidas integrales puede ayudar a contrarrestar el avance de estas ideologías extremistas y construir una sociedad más justa y equitativa.

 

Bibliografía
Latour, B. (2005). Reassembling the Social: An Introduction to Actor-Network-Theory. Oxford, UK: Oxford University Press, 2005.
Latour, B. (1991). We Have Never Been Modern. Cambridge: Harvard University Press 1991.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias