El primer paso es la educación. Es el camino obligado para entregar elementos que nos permitan comprender la complejidad y la urgencia del cambio climático. Se necesita una docencia que mediante efectos demostrativos motive a la acción.
Aunque la ciencia del cambio climático ha avanzado desde la periferia de la investigación científica hasta el centro del discurso público, aun así, la acción efectiva para disminuir las emisiones de gases efecto invernadero continúa siendo postergada. ¿Por qué nos resistimos a aceptar que vivimos en tiempos de crisis climática? ¿Por qué no tomamos acción? ¿Cuál es la razón? Esta discordancia, donde la información científica no se traduce en acciones y cambios conductuales concretos, se debe en gran parte a una enemiga sutil pero poderosa: la complacencia.
Así es, la complacencia nos secuestra cada día, de diversas formas, cada una con sus propias implicaciones para la estabilidad de la democracia y el futuro del planeta. Nos hace sentir satisfechos o conformes cuando no deberíamos estarlo. No nos permite reconocer riesgos y nos conduce a ignorar la crisis climática. Nos hace subestimar los desafíos, por lo cual evitamos tomar acciones para enfrentarla, debido esencialmente a una percepción errónea de seguridad. Nos centramos en guerras, en el conflicto político pequeño, parroquial, y con ignorancia voluntaria olvidamos que la vida en el planeta está en peligro.
La primera causa de la complacencia en Chile es la percepción de lejanía. Nuestro país todavía no ha sufrido catástrofes comparables con aquellos que sí han sufrido grandes inundaciones, ciclones, olas de calor o incendios gigantescos, con miles de muertes y miles de millones de dólares en pérdidas. Nuestros desastres climáticos del último tiempo han sido poca cosa comparados con los sufridos en el Caribe, EE.UU., Europa y Asia.
De allí que en nuestro país se considere al cambio climático como un problema distante, tanto en términos geográficos como temporales. Con gran egoísmo se piensa que es un problema ajeno. Las imágenes de grandes ciudades inundadas, millones de hectáreas de bosques quemadas o islas lejanas inundadas, no suscitan la urgencia que deberían tener, simplemente porque estos escenarios están muy alejados de la vida cotidiana de la mayoría de los chilenos, aglomerados en apenas tres grandes centros urbanos.
Otra cuestión que está jugando un papel crucial es el escepticismo deliberado, alimentado por las múltiples falsedades que contribuyen significativamente a la complacencia. Las campañas de desinformación, muchas patrocinadas por la derecha y ultraderecha, protegiendo los intereses de la industria de combustibles fósiles, han sembrado dudas sobre la realidad del cambio climático y la eficacia de las acciones propuestas para combatirlo. Este escepticismo inducido ha provocado, en la última década, un grave daño a la acción climática. Hasta hoy, en estos círculos se continúa obstaculizando el consenso científico y se minimiza la percepción de urgencia.
La fatiga del colapso climático es otro factor al que debemos prestar atención. La constante avalancha de desastres climáticos que inundan los medios de comunicación evidentemente podría estar resultando abrumadora. En lugar de movilizar a la acción, este exceso podría estar llevando a mucha gente a desconectarse emocionalmente del problema, adoptando una actitud que los psicólogos califican de “indefensión aprendida”, que ocurre cuando la exposición a eventos incontrolables puede llevar a la aceptación pasiva de la adversidad.
Una de las manifestaciones más evidentes de la complacencia es la inacción. A pesar de los crecientes llamados de científicos y activistas por políticas públicas más ambiciosas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, muchos gobiernos y empresas no responden o son demasiado lentos en responder. Esta inacción se ve exacerbada por una visión cortoplacista en la toma de decisiones políticas, donde los ciclos electorales tienden a priorizar los beneficios inmediatos sobre las necesidades a largo plazo.
En el ámbito individual, la complacencia es palpable en los hábitos del consumo desmedido en amplios sectores de la población. A pesar de la creciente conciencia sobre cómo las elecciones personales de consumo –desde la dieta hasta el transporte– impactan en el cambio climático, muchos continúan con prácticas insostenibles, justificándolas con la creencia de que su impacto individual es insignificante. Craso error e irresponsabilidad.
El primer paso es la educación. Es el camino obligado para entregar elementos que nos permitan comprender la complejidad y la urgencia del cambio climático. Se necesita una docencia que mediante efectos demostrativos motive a la acción. Esto incluye educar sobre los efectos locales y globales del cambio climático, destacando cómo las acciones individuales y colectivas hacen una gran diferencia.
Otro elemento es la adopción de enfoques narrativos positivos, los cuales puedan contrarrestar la fatiga de los relatos sobre eventos climáticos extremos. En lugar de centrarnos únicamente en las consecuencias dramáticas del inmovilismo, empecemos a destacar historias de éxito en la mitigación, adaptación y resiliencia al cambio climático, acompañadas de una clara presentación de las lecciones aprendidas que sirvan de motivación para la acción.
La participación ciudadana ordenada es otro factor que nos ayudaría a superar la complacencia en el ámbito de la política. Esto significa no solo depositar nuestro voto con la crisis en mente. De aquí en adelante, todas las elecciones de autoridades presidenciales, parlamentarias, de gobernadores y alcaldes deberían tener carácter de plebiscitos climáticos. Con esa presión ciudadana podríamos acelerar acciones, tal como se ha visto en otros países en respuesta a las movilizaciones masivas por el clima.
La adopción de prácticas amigables con el medioambiente tiene que desempeñar un rol fundamental. Aunque las acciones individuales pueden parecer insignificantes por sí solas, en conjunto tienen el potencial de impulsar cambios relevantes. Desde las opciones de electromovilidad que cuenten con subsidios gubernamentales hasta dietas basadas en plantas y el consumo consciente. Reducir nuestra propia huella de carbono, al igual que disminuir la demanda de productos de industrias contaminantes y fomentar la innovación, son ejemplos de acciones que podemos ejecutar de inmediato en nuestra propia vida diaria.
Nuestra complacencia es uno de los principales obstáculos que nos impide aceptar que vivimos en tiempos de crisis climática. Se arraiga en percepciones erróneas de distancia, fatiga y escepticismo, manifestándose en inacción política y consumo irresponsable.
Sin embargo, erradicarla desde el núcleo de nuestra sociedad debe ser nuestro desafío. Lo lograremos favoreciendo una educación ambiental robusta en niños y jóvenes, con narrativas positivas para enfrentar la crisis y contando con una participación ciudadana activa. Solo entonces, nuestra sociedad dispondrá de los elementos que la impulsen a realizar los cambios necesarios que a nuestra generación le han resultado esquivos por exceso de complacencia. Ojalá lo consigamos o al menos lo intentemos.