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Contradicciones parlamentarias: “Expúlsenlos, que se vayan… pero que antes pasen a votar” Opinión

Contradicciones parlamentarias: “Expúlsenlos, que se vayan… pero que antes pasen a votar”

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Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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A solo tres meses de la realización de las elecciones de alcaldes, concejales y gobernadores, no existen reglas del juego. No se sabe si la votación será en dos días. Tampoco si el voto será obligatorio o voluntario o cuánto recibirán los candidatos por cada voto obtenido.


Lo ocurrido en el Parlamento, la semana pasada, es lo más parecido a una serie política de bajo presupuesto y guionistas de tercera categoría transmitida por streaming. Una historia cargada de contradicciones, faltas de coherencia y, lo peor de todo, sin una pizca de humor. Una cadena de errores en que oficialismo y oposición proyectaron la calidad de la política chilena actual. Claro que, a estas alturas, dudo que ambos protagonistas se den cuenta del nivel de exposición e incluso del ridículo que hacen frente a la ciudadanía.

El guion del último capítulo exhibido es más o menos así: a solo tres meses de la realización de las elecciones de alcaldes, concejales y gobernadores, no existen reglas del juego. No se sabe si la votación será en dos días –algo que parece razonable, considerando que cada elector podría demorar hasta siete minutos en emitir su sufragio–, si el voto será obligatorio o voluntario –si no hay multas, en la práctica es voluntario–, si habrá feriado irrenunciable para que ese día existan menos distracciones y les permita a los trabajadores de malls, cines y otros lugares de esparcimiento concurrir a emitir su sufragio.

Tampoco se sabe cuánto recibirán los candidatos por cada voto obtenido –la propuesta original es bajar el reembolso de 1.500 pesos a 970, algo que ha despertado el rechazo transversal de los parlamentarios–, ni menos sabemos los aportes que también recibirán los partidos.

Lo anterior es descrito en unos pocos minutos, en un paneo que deja en evidencia la confusión del mundo político. De ahí la escena se traslada al Congreso, donde muestra al ministro Secretario General de la Presidencia –el actor que interpreta el rol luce cansado, es alto, calvo y tiene una barba de algunos días, lo que agudiza la percepción de estar abatido– y hace un zoom en donde el ministro intenta explicar a unos congresistas la diferencia entre “ciudadanos” y “electores” a la hora de aplicar multas por no cumplir con el deber cívico. Los parlamentarios se miran entre ellos, delatando que no tienen la menor idea de cuál es la diferencia.

De pronto, sale a escena el representante de un partido de extrema derecha –en la serie lo identifican como “Republicanos”, un simple alcance de nombre con el partido conservador de EE.UU.–. Hay que decir que ahí se notó la falta de creatividad de los guionistas: el derechista sale a apoyar al ministro por las críticas sufridas, unos minutos antes, de parte de un parlamentario de izquierda que integra la coalición oficialista.

En la segunda parte del capítulo, una senadora de la coalición de gobierno aparece votando a favor de un artículo en la mañana, luego se la ve almorzando con un grupo de personajes y finalmente la Cámara hace un plano que termina en su rostro. La parlamentaria acaba de votar de forma inversa a lo que hizo en la mañana. En la Sala nadie parece sorprenderse por el giro de la senadora, sobre quien –dicho sea de paso– el director se encarga de resaltar que llegó al poder designada a dedo, luego de la renuncia del hoy ministro, y que forma parte de su partido.

En el tercer segmento, se observa a un grupo de políticos de oposición en una conferencia de prensa uno o dos años antes, que piden la expulsión inmediata de los migrantes venezolanos, acusando al Gobierno de ser “cómplice” del ingreso ilegal de delincuentes procedentes de ese país. Uno de los senadores llega a señalar que esos emigrantes no deberían gozar de los derechos y privilegios de los chilenos, “si siguen ocupando las plazas en establecimientos educacionales y atenciones en hospitales…” –dice en tono amenazante–. Incluso, afirma que esas personas les están “quitando el trabajo a los chilenos”. El senador remata señalando que esos migrantes no tienen derecho a votar en nuestro país.

La escena siguiente nos traslada a una vieja casona en que un grupo de jóvenes, entre los que se encuentra el actual Presidente de la República cuando era diputado, redacta el programa de campaña, y sus miembros afirman que los migrantes contarán con vivienda propia y protección social en un futuro Gobierno del Frente Amplio. Incluso, uno de ellos señala que los migrantes “tienen tanto o más derecho a votar que aquellos chilenos que optaron por quedarse en casa” en las últimas elecciones municipales, donde se alcanzó un 62% de abstención con el voto voluntario.

En la parte final del capítulo –sin duda el más malo de todas las temporadas–, la historia muestra a unos parlamentarios de derecha proyectando que gracias al voto venezolano –se estima en 800 mil personas– podrían conquistar municipios emblemáticos, entre ellos, Santiago y Recoleta. Y luego viene un plano en que un grupo de políticos oficialistas se recriminan mutuamente por haber impulsado el voto obligatorio, pensando que eso democratizaría al electorado, mostrando un mapa pintado de colores, que demuestra que la derecha ganaba con voto voluntario en las tres comunas emblemáticas del sector oriente, mientras en las 49 restantes de la región el triunfo era de la izquierda. Con el voto obligatorio, la diferencia se acortó.

Pero la escena mejor lograda ocurre recién en el epílogo. Ahí aparece un diputado joven del oficialismo –el director nos deja entrever que es amigo y cercano al Presidente– que intenta convencer a la audiencia de que el proyecto del ministro es “antipobres”. Lo curioso es que pertenece a su mismo sector. Un narrador en off cierra el capítulo –para el olvido–, señalando que la política ha estado siempre plagada de conductas incoherentes y que por eso no es de extrañar que aquellos que querían acoger a los migrantes y que se la jugaron por entregarles derechos, como el voto, convirtiendo a Chile en uno de los países menos exigentes del mundo con los extranjeros –se requiere apenas de 5 años de residencia, contra los 10 años de la mayoría de los países–, ahora estén buscando todo tipo de artimañas para evitar que esos mismos “electores” no voten.

Y, por otro lado, están esos que aborrecen y detestan a los migrantes, que piden a gritos que los expulsen en el primer avión de la Fach que despegue de Nuevo Pudahuel, pero que exigen que antes pasen a votar, ya que saben que ese sufragio conservador, anti-Maduro, les favorece.

Definitivamente, la temporada 2024 de esta serie de política chilena es de las más malas que se han exhibido este año en streaming. Si me permiten recomendarles algo, cámbiense a Borgen. No se van a arrepentir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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