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La segunda vuelta en Francia dejó un escenario más complejo y sin cerrar la puerta a la ultraderecha Opinión

La segunda vuelta en Francia dejó un escenario más complejo y sin cerrar la puerta a la ultraderecha

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Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
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La apuesta del presidente Emmanuel Macron pagó mal. Solo logró polarizar aún más el ambiente político en su país y, ante lo que quedó, la situación se ve muy complicada y llena de negociaciones y acuerdos que se advierten poco probables.


En mi columna de la semana pasada aludía a la dicotomía de las elecciones del último tiempo, en muchas de las cuales la motivación del voto no es la esperanza, sino el miedo, la rabia y el pesimismo. Es decir, no se vota a favor de una candidatura, ideología o programa, sino contra ello. Y eso hace una tremenda diferencia, porque no hay visión de futuro más allá de impedir el desarrollo de una opción. Desde esa perspectiva, los países y sociedades se estancan en una dinámica de conflicto de la cual es difícil salir, porque todo se contamina en un juego de suma cero.

En esa misma columna aludía a que los comicios en el Reino Unido e Irán reflejaron la variable de la esperanza, mientras que el tema de esta semana, la segunda vuelta electoral parlamentaria en Francia, representa el lado opuesto.

Antes de entrar al análisis del resultado y sus primeros efectos, conviene recordar cómo se gestaron estas elecciones. En los comicios presidenciales y parlamentarios de hace dos años, Emmanuel Macron fue reelecto por un nuevo quinquenio, pero esta vez sin mayoría legislativa. Su coalición partidaria, Ensemble, obtuvo 245 escaños, siendo la mayoría 289. Eso lo obligó a negociar permanentemente con la oposición e incluso lo llevó a aplicar medidas excepcionales previstas en la Constitución, para aprobar controvertidas reformas como la extensión de la vida laboral. Junto con tener que “pirquinear” votos para cada proyecto, su Gobierno quedaba expuesto a un voto de censura en cualquier momento.

En junio pasado y en el contexto de las elecciones para el Parlamento Europeo, Rassemblement National (RN) –Reagrupamiento Nacional–, el partido de Marine Le Pen, obtuvo la primera mayoría, golpeando fuertemente el escenario político local y dejando instalada la sensación de su próximo advenimiento al poder en Francia (confirmando un alza sostenida desde hace varios períodos). En ese contexto, Macron lanzó una temeraria apuesta: disolvió la Asamblea y llamó a comicios anticipados.

Su razonamiento era que siempre hubo una desconexión entre el ámbito europeo y el doméstico en materia electoral y que a eso se podía sumar el shock del triunfo ultraderechista para movilizar al resto del espectro. Su objetivo era cortarle tempranamente las alas al impulso de la ultraderecha, al mismo tiempo que tratar de aumentar sus escaños y así poder retomar la iniciativa. En el peor de los casos, forzaría a RN a cogobernar con él, desgastándolos en el ejercicio del poder hasta las próximas elecciones. Esto último, aunque lo pudo haber visualizado como una posibilidad, seguramente lo consideró altamente improbable.

La apuesta pagó mal. En primer término, las opciones se polarizaron. Para enfrentar a la ultraderecha se formó el Nuevo Frente Popular, que congregó desde la ultraizquierda hasta el Partido Socialista. Esto perjudicó al centro representado principalmente por la coalición del presidente, pero también a la derecha tradicional, que vio en las elecciones europeas cómo la sobrepasaron desde su lado más extremo. Desde el inicio de la campaña quedó en claro que la opción era binaria y excluyente.

En la primera vuelta, RN arrasó a nivel nacional, dejando en evidencia, en este caso, que no existe una diferenciación entre los comicios europeos y locales. Si no fuera por el hecho de que el sistema francés exige mayoría absoluta para ser electo en todos los niveles, RN se habría quedado con el control absoluto de la asamblea.

El resultado de la primera vuelta encendió todas las alarmas dentro del Gobierno y de la izquierda, aumentando la movilización y forzando un pacto a la carrera entre todos los partidos contrarios a la ultraderecha, para que los candidatos con menos posibilidades en cada distrito se omitieran para favorecer una sola alternativa y sumar votos.

Dicen que “la necesidad (y el miedo) tienen cara de hereje” y, ante la posibilidad cierta de que RN accediera al poder, este acuerdo electoral se plasmó en muy poco tiempo entre facciones muy disímiles. A ello se sumó una votación bastante superior al promedio histórico y conocimos el resultado final. Para algunos es un motivo de alegría y alivio, mientras que, para otros, una frustración.

En materia de escaños, el Nuevo Frente Popular lideró en la votación con 180 curules, seguido por el partido del presidente con 163 y Rassemblement National quedó tercero con 143.

Más allá de las cifras de votos y escaños, ¿qué podemos decir?

En primer lugar, si Macron apostaba a fortalecer su Gobierno, obtuvo el resultado contrario. Al pasar de 245 a 163 parlamentarios incrementa su debilidad y queda totalmente expuesto a lo que pidan sus eventuales aliados, lo que va desde la “cohabitación” hasta un Gobierno propio que tendría que alterar sustancialmente su programa, incluyendo, por ejemplo, dejar sin efecto la reforma de pensiones que pide parte importante del Nuevo Frente Popular. Y en la eventualidad de no llegar a un pacto, podría seguir como una administración de minoría con la permanente amenaza de una moción de censura.

Si el presidente aspiraba a dar estabilidad y gobernanza, logró el efecto contrario. En el nuevo Parlamento crecieron los extremos y este quedó dividido prácticamente en tercios, con además muy poco espacio para formar alianzas y que sean estables.

Desde el Gobierno y hacia la derecha, el espectro, por supuesto insuficiente, queda reducido a los republicanos que quedaron como los hermanos menores con 45 escaños y, además, escindidos sobre su relación con RN, con algunos por la unidad, mientras otros insisten en la diferenciación. Y hacia la izquierda, las alternativas son los socialistas y los ecologistas, porque la France Insoumise (Francia Insumisa) es el partido más a la izquierda y que se opone a prácticamente todas las principales reformas de Macron. El problema es que dicho partido es el más grande del Nuevo Frente Popular y excluirlo generaría un gran ruido en la izquierda.

En suma, estas elecciones, si bien en un nivel reflejaron el rechazo mayoritario del electorado a la ultraderecha, abren un período de inestabilidad y parálisis política que solo favorecerá la polarización. Para Macron optar por el apoyo de RN sería renegar de todo, y aliarse con la izquierda, al menos como Nuevo Frente Popular, también significa renunciar casi totalmente a su programa y prioridades.

En cualquiera de las dos variantes, Macron será una figura secundaria en los tres años que restan de su período. Su única alternativa, de preservar buena parte de su liderazgo y rumbo, sería hacer una alianza transversal con los elementos más moderados del espectro, pero ello se ve altamente improbable.

Si no lograra configurar una alianza, ya sea sumando a otros partidos al Gobierno o, en caso contrario, asegurando ciertos puntos mínimos para gobernar como minoría y evitar la censura, tendrá que llamar a nuevas elecciones y probablemente estas le serán más perjudiciales e incluso podrían forzarlo a renunciar. En definitiva, cometió un gran error de cálculo y, a menos que todo se alinee a su favor, lo más probable es que en la práctica su mandato y programa están acabados y los años que restan sean de mera administración hasta una nueva batalla electoral.

Francia salió más dividida y polarizada de estas elecciones y, como en la mayoría de los balotajes, los candidatos electos no representan la preferencia original de los votantes, habiendo debido en muchos casos optar por el mal menor.

El “todos contra la ultraderecha” evitó su llegada al poder en esta ocasión, pero no garantiza que sea un resultado definitivo. El tiempo que viene podría fortalecer su opción, especialmente si no se generan condiciones de gobernanza. Si la izquierda aspira a ser nuevamente una alternativa real de poder, entonces va a tener que ordenarse y moderarse para cogobernar en los 3 años que vienen. Es fácil configurar un bloque electoral entre partidos tan distintos cuando se es oposición, pero no es lo mismo cuando se trata de gobernar y sumar adeptos más allá de la afinidad ideológica. Desde esa perspectiva, el Nuevo Frente Popular tiene un tremendo desafío y creo que está más cerca de la implosión que de actuar armónicamente.

Mi balance es que esta elección dejó un escenario mucho más complejo para el país, sin además cerrar la puerta a la ultraderecha. O sea, perdieron todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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