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Educación: un camino para el diálogo, la paz y la democracia Opinión

Educación: un camino para el diálogo, la paz y la democracia

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Paulina Paz Rincón González
Por : Paulina Paz Rincón González Vicerrectora, Universidad de Concepción
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En tiempos en que nuestra ciudadanía no siente confianza por la gran mayoría de las instituciones, vale la pena reflexionar sobre el rol que podemos jugar para fortalecer la democracia.


El 18 de julio, declarado desde 2009 por la ONU como el “Día Internacional de Nelson Mandela”, nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre cómo la educación puede ser una poderosa herramienta para el diálogo, la paz y la democracia, inspirados por la vida y el legado del ex Presidente de Sudáfrica.

Mandela fue un “luchador por la libertad” (así se definía a sí mismo) que soportó 27 años de encarcelamiento, enfrentando sistemáticas violaciones a sus derechos fundamentales. Abogado y activista político, fue cambiando paulatinamente su forma de pensar y enfrentar el conflicto político de su país, con épocas en las que abrazó la idea de la lucha armada como solución última para lograr la tan esquiva libertad de su pueblo en Sudáfrica. No obstante, lideró el movimiento que puso fin al apartheid de manera pacífica, llegando a ser presidente de su país y convirtiéndose en el primer mandatario en ser elegido por sufragio universal. En 1993, recibió el Premio Nobel de la Paz, junto a Frederik Willem de Klerk, presidente en ejercicio de Sudáfrica en ese momento, por el trabajo de ambos para establecer el camino legal que permitiría crear un régimen verdaderamente democrático en ese país africano. Durante su mandato, a pesar de las vejaciones vividas por él y por sus compatriotas “no blancos”, Nelson Mandela promovió la reconciliación social. Una de las muchas frases por la que se le recuerda es “La mejor arma es sentarse y hablar”, es decir, el diálogo como la herramienta para encauzar y alcanzar la libertad y la justicia y, por consiguiente, la democracia.

En tiempos en que nuestra ciudadanía no siente confianza por la gran mayoría de las instituciones, vale la pena reflexionar sobre el rol que podemos jugar para fortalecer la democracia.

La Encuesta Mundial de Valores (EMV) nos muestra que, en Chile, los partidos políticos, las instituciones de los 3 poderes del Estado, las policías y las fuerzas armadas resultan poco confiables para las personas, y que esto, en la mayoría de los casos, se ha constituido en una tendencia desde 1990 a 2018, con cifras de confianza cada vez más disminuidas. A lo anterior, se suma un bajo interés en la política y una leve tendencia a la baja en la participación en acciones políticas, según la aplicación de la 6ta y la 7ma oleada de la EMV (2012 y 2018, respectivamente). A pesar de ello, en nuestro país, la gran mayoría de las personas encuestadas cree que es positivo contar con un sistema político democrático.

¿Qué podemos hacer entonces para fortalecer y proteger nuestra democracia?

Quizás desde las universidades, instituciones confiables para la ciudadanía según la misma encuesta, podemos y estamos llamados a contribuir. Las universidades no sólo tienen por misión formar profesionales de excelencia, generar conocimientos de frontera y establecer relaciones de carácter bidireccional con las comunidades y territorios en que están insertas para así contribuir al desarrollo sostenible de la sociedad, sino que deben formar ciudadanos y ciudadanas que puedan aportar en la búsqueda de soluciones a los problemas regionales, nacionales y globales. Y ello implica enseñar, desde el curriculum y desde la práctica de la ciudadanía universitaria, a vivir juntos en democracia a través del diálogo y la cooperación. Considerando esta apreciación, la educación, en todos los niveles formativos, debe ser entendida como un camino para el diálogo, la paz y la democracia.

En este contexto, puede resultar interesante mirar a Noruega, país que ha apostado por una cultura de paz. De hecho, cuenta con diversos centros de Derechos Humanos y Paz: el Centro Nobel de la Paz, el Centro Europeo Wergeland, el Centro 22 de Julio, el Centro Noruego de Estudios del Holocausto y las Minorías, la Fundación Rafto para los Derechos Humanos, el Centro de Estudios de Paz de la Universidad de Tromsø y el Centro Nansen para la Paz y el Diálogo. Con diversas metodologías (charlas y talleres para la comunidad general, formación de futuros profesores/as, cursos de capacitación para docentes, elaboración de políticas educativas, análisis de la enseñanza de la historia, exposiciones y muestras, trabajo con museos, creación y visitas a lugares de memoria, investigación en paz y diálogo, entre otras), abordan la formación en actitudes y valores democráticos para reducir e, idealmente, eliminar toda forma de racismo, radicalización, prejuicios, discursos de odio y hostilidad asociada con la pertenencia a grupos.

Al conocer la experiencia de cada uno de esos centros, surgen de manera nítida dos aspectos centrales. Por una parte, se puede ver una vocación fuerte de dicha nación por la educación para la promoción de los derechos humanos, el diálogo, el respeto, la aceptación genuina de las diferencias y la promoción de la paz. En esta primera mirada, la educación es entendida de manera global: desde el trabajo que se realiza en jardines infantiles, escuelas, liceos e instituciones de educación superior, para lo cual se requiere profesionales con la capacidad de afrontar en el aula temas controversiales, hasta el trabajo de promoción, prevención e investigación que se realiza con la sociedad en general; pero con un marcado énfasis en la juventud, de manera particular. Por otra parte, se aprecia la importancia clave que tiene el sentido de pertenencia de las personas con sus escuelas, sus comunidades y su país; sin ello, la posibilidad del cuidado por lo colectivo, de la protección de la democracia, queda muy reducida.

Como universidades, tenemos un gran desafío en la formación de profesionales de manera general, y en la de profesores y profesoras de manera específica. En ambos casos, debemos asegurarnos de que hayan desarrollado o fortalecido sus competencias prosociales a través de la educación en valores democráticos, de manera tal que puedan desplegar esas habilidades en los lugares de trabajo en que se sitúen. Pero, además, tenemos el desafío de contribuir al fortalecimiento del tejido social, promoviendo el sentido de pertenencia de quienes integran nuestras comunidades universitarias, de la práctica de la ciudadanía universitaria y del aporte que hacemos desde las universidades al análisis, discusión y propuesta de soluciones a los problemas nacionales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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